Es un “maldito artista” que en los agitados 80 frecuentó a Cerati, Prodan y Calamaro. Fue cuando escribió (por casualidad) el hit de Soda. Una vida llena de dibujos, esculturas, rock, cine y letras.
Un jardín donde pasa la tarde un grupo de cotorras. Dos bicicletas contra la pared. Tres perros que mueven la cola ante gente desconocida. Y una biblioteca colmada de obras, iluminadas de día por el sol que se filtra a través de una persiana americana.
El tren de Once a Moreno tarda poco más de una hora. Un viaje que Daffi, como le dicen quienes lo conocen, realizó infinidad de veces durante décadas. La Izquierda Diario lo visitó una tarde de agosto que preanunciaba la primavera. Mates, un televisor en “mute” con una pelea de boxeo de fondo y una charla que fue desde su adolescencia hasta su actual participación en un proyecto cinematográfico del director Eduardo Pinto (Palermo Hollygood, Caño Dorado, entre otras).
Nació en Halifax, en el extremo este de Canadá. De chico vivió en La Plata y en la Ciudad de Buenos Aires. Pero desde hace mucho se afincó en Moreno, oeste del conurbano bonaerense. Se llama Daffunchio igual que Germán, uno de los músicos más conocidos del rock (ex Sumo hoy Las Pelotas). Pero no tienen relación filial.
Sin embargo desde hace 30 años Prodan y Sumo son términos familiares para él. Como Cerati y Persiana Americana. Como rock nacional.
Habla un “maldito artista”, escultor, dibujante, cantante, letrista y algunas cosas más. Autor de Persiana Americana, uno de los temas más populares de la historia del rock argentino.
¿Quién es Jorge Antonio Daffunchio?
Mis amigos me dicen Daffi y ése fue mi apodo cuando hice humor gráfico para la revista Humor. Yo soy un maldito artista, que en realidad es un concepto que tengo desde hace años. Para mí todos son malditos artistas. Yo tenía una revista, que hacía con alumnos de la escuela de arte de Luján y otros artistas que invitaba a participar, en la que tiraba una consigna (por ejemplo, “la televisión”) y todos hacían dibujos o grabados o ilustraciones con ese tema. La revista se llamaba El Perseguidor (por el cuento de Cortázar), “revista de malditos artistas”. Y en el cuento Cortázar tira la idea, con su alter ego el saxofonista John Carter, de que el artista es alguien que está buscando algo que nunca termina de agarrar y siempre se le escapa, es decir, en el momento que lo agarra ya no es más artista, porque no está persiguiendo más.
Esa misma idea la había visto unos años antes en un libro de Luis Felipe Noé que se llama “Estética” y ahí, entre otras cosas, decía que un artista es como que va detrás de una mariposa, con una red, y nunca llega a alcanzarla porque siempre se le escapa. Yo pensaba, de alguna manera, que eso era como la maldición del artista, el no poder nunca llegar, condenado siempre a ser un perseguidor.
¿Desde cuándo sos artista?
De toda la vida. Mi mamá era profesora de artes plásticas y mi papá ingeniero. Como de chico siempre estaba enfermo, en cama, me la pasaba dibujando. Un día le saqué los cosméticos a mi mamá e hice un mural en la pared, mi viejo me quería matar. En la secundaria dibujaba para revistas literarias y empecé a pintar por mi cuenta. Después me fui a estudiar Bellas Artes a La Plata.
¿Y siempre viviste del arte?
Vivo de ser profesor, algo que tampoco me había propuesto. Yo quería pintar. Pero me tenía que ganar la plata y la docencia es un feedback, dar y recibir todo el tiempo y me ha aportado mucho a mis ideas plásticas también. Me hace muy bien el intercambio con gente joven. El ser docente me dio libertad en mis ideas artísticas y no tener que transar y hacer cosas que no me gustan. Siempre fui libre. No hago proyectos artísticos pensando en el dinero.
¿Qué relación tenés con la poesía?
Siempre me gustó escribir, tuve profesores que nos hicieron conocer a Cortázar, a Borges. Pero no me animaba a desarrollarlo. En las revistas literarias que teníamos escribía algún cuento corto, cosas simples. Como género siempre me gustó el cuento. En la poesía, excepto Jacques Prevert (poeta y guionista de cine francés, 1900-1977), nunca encontré cosas que me atrajeran. Antes de lo de Persiana Americana nunca escribí nada en forma de poesía. Después sí me largué a escribir.
¿Cómo fue lo de Persiana Americana?
Fue una casualidad. Era el año 1985, yo tenía 36 años. Iba en el auto, prendí la radio y había un programa que se llamaba Submarino amarillo por Radio del Plata, y ahí Tom Lupo anunciaba un concurso de letras que algunos artistas de entonces (Soda Stereo, GIT, Calamaro) iban a elegir para ponerle música e incoporar en sus discos.
Metí en un sobre unas poesías que había escrito y lo mandé. Una noche dieron el resultado y dijeron que Gustavo Cerati había elegido un tema pero que no sabía ponerle la música así que se bajó del concurso. La letra seleccionada, dijeron, era la de Jorge Daffunchio. Ahí me puse a saltar por toda la casa, la desperté a mi mujer (risas). No era ganador, pero sí.
¿Era la letra de Persiana Americana?
No, era otra letra. Pero ahí es como que arrancó todo. Me invitaron a la radio para un evento con los ganadores. Tom Lupo me llamó aparte y me dijo que lo mío era, de lejos, lo mejor. Le pedí el teléfono de Cerati y me dio el del representante. Lo llamé, lo vi y le di un sobre con todo lo que había escrito. Pero quedó ahí.
A los meses un amigo, que es director de fotografía en cine, me dijo que se iba con Soda Stereo a Tilcara a filmar un video (“Cuando pase el temblor”) y le llevó mis letras. Cuando volvió me dijo que Cerati estaba entusiasmado, que le encantaba lo que hacía y le dije a mi amigo que me consiguiera el tubo de Cerati. Yo no tenía teléfono, así que una vecina me prestó el suyo. Llamé y dejé un mensaje.
Una noche volví y mi esposa me dice “te llamó un tal Cerati”. Enseguida lo llamé de lo de mi vecina. Me dijo que le encantaba lo que hacía, que estaba por sacar un disco pero estaba frenado con las letras y que fuera al día siguiente. En realidad tampoco tenía la música, solo las bases. Me dio un cassette con las bases y papeles escritos con disparadores, frases, títulos. Me dijo “escribí lo que te parezca”.
Y ahí sí aparece Persiana...
Lo de “Persiana americana” fue muy claro. Yo estaba muy influenciado por la novela negra americana. Es más, la letra que había ganado el concurso se llamaba “Cine negro”. En el papel que me dio Cerati decía “Persiana americana”, y pensé en una agencia de detectives privados, el humo del cigarrillo, el ventilador y un tipo mirando por una persiana americana. Mi idea original era que alguien esperaba a alguien que no llegaba nunca y miraba por la persiana (no se sabía si eran hombres o mujeres). Se lo di, me llamó y me dijo que quería algo más romántico, quería que todo el disco tuviera un concepto más romántico. Y ahí pensé en la película Doble de cuerpo (Brian de Palma, 1984). Y salió “Persiana americana”, que después Cerati le puso melodía y reescribió alguna que otra frase. Un día me llamó y me dijo que el disco había salido (Signos, 1986). Después explotó en la radio y yo no paré más de escribir.
¿También te relacionaste con Luca Prodan y Calamaro?
A Luca lo conocí cuando el representante de Soda me dio el teléfono de los Sumo ya que ahí había un Daffunchio y yo no sabía. Al final con Germán no tenemos nada familiar, pero ahí conocí a Luca. Me acuerdo que me dijo que no se le ocurrían temas en castellano, sólo en inglés. Y estuve a punto de hacerles la gráfica del disco Llegando los monos.
A Calamaro lo fui a ver al estudio cuando grababan Nadie sale vivo de aquí, allá por el 88. Cuando entré paró la grabación y dijo “muchachos, él es el autor de Persiana Americana” y me aplaudieron (risas). Y hasta me dijo de escribir algo juntos. Pero a los pocos días se peleó con su novia y se terminó yendo a España. Le perdí el rastro.
De todas las letras que habías escrito ¿Cerati tomó algo más?
Con Gustavo tuvimos una relación por más de un año. Y sí, en “La ciudad de la furia” (Doble vida, 1988). Yo tenía la idea de un hombre pájaro que la había sacado de Max Ernst (pintor alemán, 1891-1976) y en la canción él habla de un hombre alado. Después con los años Gustavo hizo el tema “Crimen” y creo que ahí hay algo de esa estética del cine negro que habíamos intercambiado en los 80.
¿Cómo siguió tu relación con la música?
En 1988, acá en el oeste, había una banda que se llamaba Autobús, pop ochentoso, se separaron y el bajista, que era “el Alemán” Alejandro Schanzenbach, formó una banda con su apellido. Me propuso trabajar juntos, yo escribía y él ponía la música. Llegaron a ser teloneros de Guns and Roses.
Después me junté con Miguel Gabbanelli, de Los Rancheros. Armamos un disco y formé un banda que se llamaba Los Incómodos, yo cantaba. Después, con otro tecladista y un guitarrista armamos Lenin Pop, en la que “invocaba” al espíritu de Lenin. Eso fue hasta el año pasado.
¿Y por qué “Lenin Pop”?
Me gustó la idea del choque cultural. Para explicar el nombre de la banda yo decía en los shows que había soñado que estaba en una sesión espiritista y aparecía un hombre barbado que decía ser Lenin y volaba hacia mí y me decía “yo soy Lenin y quiero que armes una banda que lleve mi nombre” (risas).
¿Y ahora?
Ahora vuelvo con Trebién, mi nueva banda.
En los 80, a la salida de la dictadura, a nivel musical hubo una mezcla de pop, punk y bandas como Soda, los Redondos, Sumo. Los 90 dieron marco a un espíritu más contestatario dentro del rock nacional, si se quiere. Y en los últimos años ese espíritu es como que se perdió o se aplacó. ¿Cómo ves el arte hoy con una sociedad más politizada y el macrismo en el gobierno?
Coincido con el diagnóstico. El rock argentino fue muy rico, hizo un rock original desde sus inicios con bandas como Almendra, Los Gatos, Vox Dei, Manal. Esos tipos hacían cosas que no se hacían en ningún lado. Muy influenciados por el tango, también. Pienso que ese espíritu no está, que se perdió. Ese espíritu renovador, nuevo, de hacer algo “subversivo” en lo artístico. A veces me gusta alguna banda pero uno o dos temas y se acabó. Ahora hay mucho bardo, mucha ceremonia, bengalas, pero también hay más violencia. Y eso atenta contra la música. También veo que hay muchos pibes que tocan bárbaro, virtuosos, que te tocan lo que quieras pero que no pueden componer. Es mi visión, no quiero se taxactivo.
Los artistas en general dicen que cuando su obra sale ya no les pertenece. ¿Qué te pasa a vos ahora con “Persiana...” cuando la escuchás?
Al principio la vi de lejos. No había redes sociales y nadie sabía que la había hecho yo. Sólo algunos, por el boca en boca. Estaba la satisfacción, claro. Pero a partir de las redes sociales se supo más quién la había escrito. Ahora la tocan Los del Fuego y hasta Agapornis. Eso, por un lado, es positivo porque se sigue difundiendo y amplió el público.
Vinimos a charlar con un artista plástico que había hecho una canción y terminamos hablando con un músico, un cantante, un poeta y alguien que ahora también se mete en el cine.
Sí (risas). Yo había estudiado dos años cine con Gamarro, que fue director de la carrera de cine en Bellas Artes de La Plata, que la dictadura cerró.
Ahora vuelvo a trabajar con Eduardo Pinto, para su próxima película que se va a llamar Corralón. Ya hicimos un trailer.
Está buenísimo volver a trabajar con él. Sobre todo porque veníamos medio bajoneados visto el momento político actual.
Yo milité para que no se terminara el gobierno de Cristina, para que la gente vote a Scioli. Y ahora me quiero matar. Pensé que eso era para siempre, que no se iba a acabar nunca. Pero bueno.
Y ahora estamos trabajando con ese proyecto, donde gracias a la apertura de Eduardo puedo aportar muchas ideas artísticas.