Sergio Palazzo tomó la palabra, repitió en dos o tres ocasiones la frase “con todo respeto” y después soltó una chicana para la mayoría peronista presente. El llamado renunciamiento de Evita no ocurrió un 22 de agosto, sino varios días después. La fecha elegida por la dirigencia sindical para llevar adelante su congreso de reunificación corresponde al masivo cabildo que pidió a la entonces primera dama no tomar esa decisión. No está de más recordar que Palazzo es radical, íntimo de Ernesto Sanz.
Las chicanas se cobran. “No hubo pedido de paro” afirmó un molesto Héctor Daer ante las cámaras de C5N. El problema –graficó el dirigente de Sanidad- es que quienes se fueron “pretendían” ocupar la secretaria adjunta de la CGT. Los que se fueron son Palazzo y los congresales de la Corriente Sindical Federal.
Los integrantes del triunvirato prefirieron que ese cargo fuera para Andrés Rodríguez, de UPCN, el dirigente millonario que ayudó a que pasara cuanto despido hubo en la administración estatal. La decisión no hace más que confirmar el panorama moderado y moderador de la CGT unificada.
Las chicanas solo sirvieron para hacer más colorida una jornada que tuvo poco y nada que ver con la vida real de los trabajadores. Como ya se mencionó, para la clase obrera el tan anunciado congreso de reunificación pasó desapercibido.
Primera semana llena de “olvidos”
“Seremos 1600 congresales pero, por lo menos, la mitad de los trabajadores acá no está representada” lanzó Palazzo poniendo en cuestión la unidad que se lograba. Entre quienes no estaban añadiría a los “que están en la economía informal, que no tienen empleo, que son monotributistas”.
El bancario no fue la excepción. El congreso sirvió para que todos hicieran votos de defensa de los sectores no encuadrados sindicalmente. A pesar de que la rosca estaba cerrada, seguían los discursos de ocasión.
Sin embargo, entre palabras y realidad medió una distancia importante. Dos hechos no menores se les pasaron a los dirigentes “renovados”. Por un lado, la represiónque tuvo lugar en la autopista Buenos Aires-La Plata poco después del mediodía del miércoles. Allí, los trabajadores desocupados de la CTD Aníbal Verón fueron atacados por Gendarmería con balas de goma y gases, mientras se desplegaba un enorme operativo mediático para justificar la agresión policial.
El mismo día, a un par de miles de kilómetros, en la provincia de Salta, la policía del macri-peronista Juan Manuel Urtubey, reprimía salvajemente, con balas de plomo incluidas, a los trabajadores del Ingenio El Tabacal, que pelean hace más de dos meses contra el miserable acuerdo salarial que pretenden imponerles.
Hasta la tarde de este viernes era imposible encontrar rastro alguno de una declaración de los “nuevos” dirigentes de la CGT sobre esas represiones. No digamos ya un repudio abierto, sino siquiera una simple mención a los hechos.
En su primera semana hábil, la nueva conducción cegetista demostró la misma indiferencia hacia los trabajadores desocupados y hacia la represión que evidenciaban las anteriores fracciones de la central. Luis Barrionuevo había afirmado en el acto de Obras que podían “no ser sabios” pero seguro “eran “prudentes”. De allí que hayan preferido la forma más abierta de la prudencia, el silencio absoluto.
Señalemos que, a pesar de los discursos duros, tampoco los dirigentes que se fueron del congreso reclamando –supuestamente- un paro nacional, parecen haber dicho nada al respecto. La Corriente Sindical Federal -que difunde como eslogan el hastag #LaCGTQueLucha- también hizo ruido por su silencio sobre los hechos.
Audiencias y milanesas
“La CGT tiene que tener una estrategia” repetía, como un mantra, Héctor Daer en la entrevista citada. Era su respuesta ante la pregunta de los periodistas por el paro nacional. “El paro no es un fin en sí mismo, es parte de una estrategia y es uno de los instrumentos que tiene el movimiento obrero. No hay que apurarlo ni demorarlo, sino hacerlo en el momento preciso” ratificó.
El jueves trajo, por fin, la anhelada confirmación de cómo se movía esa “estrategia dinámica” en estos tiempos. Llamado al paro no hubo. Tampoco a la movilización general. Ni siquiera la clásica convocatoria a los cuerpos orgánicos para mostrar aunque sea una mueca de oposición.
Lo que sí hubo fue… un pedido de audiencias a los ministerios de Trabajo, Economía, Salud y Producción. Al mismo tiempo, los dirigentes expresaron la intención de reunirse con sectores patronales y con la misma Iglesia.
A pesar de los piadosos deseos de parte del periodismo progresista y del kirchnerismo, la reunificada CGT no pretende vehiculizar la oposición al ajuste. Por el contrario, se ofrece como la pata sindical de una política de pacto o acuerdo social que contemple a Gobierno y patronales para “coordinar” el ajuste.
Así pareció confirmarlo José Ignacio de Mendiguren, dirigente de la UIA y diputado nacional del Frente Renovador. El “Vasco” escribió en su cuenta de Twitter que la reunificación de la CGT era “bienvenida” porque “para el Acuerdo Social hace falta un interlocutor desde el movimiento obrero”.
Daer, que lo acompaña en la misma bancada, retuiteó. Parece que ahora son tiempos más felices al interior de ese bloque. Hace poco menos de tres meses, cuando se debatió la ley antidespidos y el espacio de Sergio Massa boicoteó una sesión especial para discutir la norma, el ahora secretario general de la CGT amenazó con romper ese espacio. Pero las cosas no pasaron de las palabras.
Como para que no quedara ninguna duda que la unificación de la CGT no busca impulsar la pelea contra el Gobierno, este miércoles Hugo Moyano visitó a Mauricio Macri y almorzó milanesas. Sonrisas y chistes fueron parte de la reunión.
No todo puede ser buena onda
Pero la buena sintonía tiene un límite, que viene impuesto por las consecuencias del plan de ajuste que impulsan Gobierno y grandes patronales. Precisamente eso es lo que anuncia nubarrones en el horizonte.
En estos días se conoció que el Gobierno avanzará con un plan de reforma laboral, con el objetivo de profundizar la flexibilización de las condiciones de trabajo, facilitando contrataciones y despidos. Una medida a pedido del gran empresariado que, a diario, exige mejores condiciones para las inversiones que, a pesar de todo, no realiza.
El punto que podría desatar conflictos entre Gobierno y jerarcas sindicales es la posibilidad de permitir que las negociaciones paritarias sean descentralizadas y por empresa, dejando de lado posiblemente a las cúpulas sindicales y al mismo Ministerio de Trabajo. Para la burocracia de los sindicatos podría ser una muy poco grata noticia.
Precisamente, el estancamiento del plan del Gobierno y la marcada ausencia de la llamada lluvia de inversiones son los factores que empujan hacia ese camino.
Si el oficialismo decide avanzar efectivamente en ese plan, la actual armonía podría empezar a ser cosa del pasado y las milanesas entre Moyano y Macri podrían ser, más temprano que tarde, solo un buen recuerdo. |