Fotografía: fotorock.cl
Raúl Zurita, el poeta que ha escrito en los cielos (en 1982 con aviones a chorro, en Nueva York: su poema “La vida nueva”) y en el desierto de Atacama (el verso “Ni pena mi miedo”, sólo legible en las alturas), comenta aquí el tango y la música popular, la poesía de autores argentinos –y a Borges en particular–, la de chilenos –con un encendido elogio a Violeta Parra–, y su nuevo proyecto: fijar su poesía en los acantilados costeros de Chile.
Le pregunto respecto a la poesía argentina. ¿Qué le parece la poesía de Borges?
Sí, Borges, Borges. Lo que le impide a Borges ser Borges es ser demasiado borgeano. Su obra es un ejercicio extremo, brillante, insuperable de seducción. Su manejo de los adjetivos es magistral: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”, ese “unánime”, es simplemente increíble, quién se podría resistir. Los ejemplos son infinitos: “Bienaventurados los que no padecen de sed de justicia porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar que es inescrutable”, ¿se puede superar ese “adversa o piadosa”? Sí, Borges puede: es ahora la “deleznable calaña”. La frase no está escrita, está esculpida: “se juntaba con prostitutas, poetas y otras gentes de deleznable calaña”. Borges es el máximo seductor de la literatura del siglo XX y su límite es el límite de todos los seductores: son prisioneros de su cinismo. Es lo que lo aparta de la literatura mayor. A diferencia de los grandes autores, Dostoievski, Kafka, Proust, Joyce, Faulkner, César Vallejo, que agonizan en sus escrituras, y uno al leerlos agoniza con ellos, con Borges sucede lo que suele suceder con los súper dotados; fascina pero no duele. Pero lo impresionante no es eso; lo impresionante es que ese narciso, frívolo y ciego hombre de derechas, escribió parte de los más extraordinarios poemas de nuestro tiempo. Lo impresionante es que Borges es también Borges.
¿Y la poesía de Juan Gelman? ¿Y la de Leónidas Lamborghini? También, le pregunto si ha leído a poetas argentinos más jóvenes, y qué le han parecido.
Gran parte de la mejor poesía argentina es cantada: está en las vidalas, en el tango y en el rock argentino. En realidad no hay diferencias, un poema debe ser a lo menos tan emocionante como “Nos siguen pegando debajo” de Charly García ni menos conmovedor que esta vidala:
A esta cajita que toco
Viditay
Solo le faltan los ojos
Solo le faltan los ojos
Pa’ acompañarme a llorar
Vidalitay
No conozco muchos más ejemplos en la poesía del siglo XX que alcance una intensidad semejante. Le debemos a las humildes vidalas la máxima expresión del desgarro, de la soledad, como si quisieran decirnos que somos seres ínfimos cuya única grandeza es la magnitud de nuestro dolor. Al lado de esa vidala está el tango que nos da la última gran imagen de la virilidad que todavía tiene algo que decir. Ojo; virilidad, no machismo. Una virilidad existencial, dolorosa, finalmente estoica, que se hace presente incluso en la humillación o en el ruego, sin el cual serían inexplicables los grandes poemas de Borges como “Two English Poems”, el “Poema conjetural”, y ese “Qué será Buenos Aires” donde Julio César Dabove, imagino su voz, está diciendo “que el peor pecado que puede cometer un hombre es engendrar un hijo y sentenciarlo a esta vida espantosa”.
Hay dos versos más, son de Cátulo Castillo y se cuentan, como en muchas letras de Jesús Santos Discépolo y de Homero Manzi, entre los versos más poderosos del desolado arte del siglo XX:
De tanto andar sobrándole a las cosas
prendido en un final falló la vida.
Es increíble, esa es la gran poesía argentina. Toda la literatura del siglo XX está condensada allí comenzando por Kafka. Eso es el cine de Bergman, eso es Sartre, eso es El extranjero de Camus, eso es Beckett. No puedo resistir la tentación de glosarlo, es una escena real: la cordillera había amanecido completamente nevada como sucede siempre después de las lluvias y su blancura se iba recortando contra el azul oscuro del cielo con una exactitud milimétrica, exacta, otorgándole al día la luminosidad de lo perfecto. Todo estaba bien; el cielo, la nieve, la luz, cada cosa encajaba a la perfección con cada cosa. Solo yo estaba de más. Me acababa de separar, era plena dictadura y mi vida rebotaba contra las cosas, sobraba.
En su lado perverso el tango fue fatal, simplemente arruinó a una buena parte de los poetas cuyos poemas –y es un reproche común que desde afuera se le hace a la poesía argentina– parecen tangos echados a perder, pero cuando no los liquidó, los elevó sobre sí mismos hasta lo proverbial como los citados poemas de Borges o el extraordinario “Carta a mi madre” de Juan Gelman lo muestran de un modo superlativo. Por convicción no me gusta [Carlos] Gorostiza y por limitación, seguro mía, no logro apreciar a Lamborghini, sí a su hermano Osvaldo, nuestro Antonin Artaud criollo, cuyo “Teatro proletario de cámara”, pude ver en el MACBA de Barcelona; son miles de páginas, de dibujos, de proclamas políticas, de fotos sacadas de la pornografía, es un mazazo, es alucinante. Juan Gelman, Viel Temperley, Alejandra Pizarnik, Osvaldo Lamborghini, Mercedes Roffé y, más reciente, Cecilia Romana y muchos maravillosos poetas de Rosario, de Salta, de Tucumán, completan mi panteón privado de la poesía argentina. Comienza con el Martín Fierro de Hernández, termina con otros dos poemas inmortales: “Me verás caer”, de Cerati y “Poesía civil” de Sergio Raimondi.
Le pregunto lo mismo respecto a su país: ¿qué le parecen las nuevas generaciones de poetas en Chile? ¿Quiere destacar algún libro o autor/a?
De las provincias del castellano la poesía chilena es posiblemente la más radical y poetas como Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Nicanor Parra constituyen un universo de una potencia mayor. Pero por sobre todos ellos está Violeta Parra, ella es nuestra Shakespeare. Sus poemas, son cantados, sobrepasan con creces las fronteras de los llamados géneros artísticos; música, artes visuales, literatura, mostrándonos en cambio un arte total en el cual están contenidas todos los sentimientos y emociones humanas y donde está escenificada su vida y su muerte. Solo Neruda en sus grandes poemas, “Galope muerto”, “Walking around”, “Alturas de Macchu Picchu”, alcanza una altura semejante.
Y ligado a esto, usted tuvo la experiencia de grabar un disco con la banda de rock González y Los Asistentes: Desiertos de amor, de 2011. ¿Cómo fue esa experiencia de sumar a la poesía música, de generarla bajo otro “formato”, por así decir?
No ando buscando nuevos formatos, es lo que menos me importa. Lo que me importa es hacer aquello que necesito imperiosa, urgente, desesperadamente hacer, y eso encontrará solo su formato. Yo escribo, mi matriz es la palabra, la forma que eso tome, la pertenencia, la autoría, la propiedad de lo que hago es irrelevante, todo es de todos, la página, el cielo, la tierra, los acantilados frente al mar, todo es un plagio de todo. Lo único que diferencia a un gran escritor de un mal escritor es que el gran escritor plagia todo lo que se debe plagiar y el mal escritor plagia todo menos lo que se debe plagiar. Desde el 2008 he venido haciendo recitales con la banda.
Una última pregunta, sobre sus próximos planes: ¿hay nuevos libros para publicarse, futuras escrituras a hacerse (en algún sitio que no sea una hoja de papel)?
Desde 1982 he hecho intervenciones en el paisaje, espero concluir el proyecto de proyectar mi poema “Verás” sobre los gigantes acantilados de la costa norte de Chile. Son 22 frases que son como las cosas que verá un ser humano en su paso sobre la tierra. La frases se comenzarán a proyectar al atardecer y solo podrán leerse desde el mar. La primera es “Verás un mar de piedras”, la última es “Y llorarás” que cruzará la noche y se irá apagando en la medida que amanece hasta desaparecer con la luz del nuevo día. Si he intentado trabajar con mi vida, debo trabajar también con mi muerte. Cuando todo se acabe solo quedará el sonido del mar.
ENTREVISTA // 1 ra parte
Raúl Zurita: “La poesía no tiene absolutamente ninguna otra posibilidad que la de ser extraordinaria” |