Mary es la autora de un clásico de la literatura gótica, Frankenstein, que la consagró con tan solo veinte años de edad. Hija de la filósofa feminista Mary Wollstonecraft –de ahí la W. de su nombre-, fue una de las privilegiadas que creció junto a la lucha de su madre por del acceso de las mujeres a la educación
. Su padre, el filósofo anarquista William Godwin, fue criticado por haberse casado con su madre, luego de haberse proclamado contra el matrimonio, “unión” que mantuvieron viviendo en casas distintas, pero comunicadas por un pasaje. Lo cierto es que el sistema jurídico era muy injusto con las hijas ilegítimas, y faltaba más de un siglo para que las mujeres votaran en Inglaterra. Lamentablemente, Mary Wollstonecraft madre murió pocos meses después del nacimiento de su hija, por una septicemia provocada durante el parto.
Mary hija creció junto a sus dos “hermanas”, la mayor, Fanny Wollstonecraft, media hermana por parte de su madre –no reconocida por su padre Gilbert Imlay, pero criada por el padre de Mary-, y la hermanastra menor, Claire Clairmont -hija de la nueva pareja de su padre- quien fuera madre de la hija de Lord Byron.
En un ambiente anarcofeminista, y llamándose defensora del amor libre en los comienzos del siglo XVIII, Mary tuvo relaciones con un hombre casado, Percy Shelley, del que quedó embarazada tres veces. Los dos primeros embarazos fueron perdidos tras abortos espontáneos. Del tercero nació Percy Florence Shelley, que vivió con su madre luego de que su padre muriera ahogado cuando navegaba con su velero.
Hasta aquí los hits biográficos de la autora.
El aporte de Frankenstein a la ciencia
Para hablar de la obra clásica de Mary podríamos empezar diciendo, en pleno alarde literario “Frankenstein es el nombre del Doctor, no del monstruo”, pero estaríamos equivocados, o equivocadas, la gente llamó –y llama- Frankenstein a la criatura que el Doctor Frankenstein engendró, y luego rechazó. Madre no tiene, padre tampoco, pero lleva su nombre, y “le re cabió”. Entonces, quiera su autora o no, quiera el Doctor Frankenstein o no, la criatura se llama así, como él.
Oponiéndonos a Hugo Dvoskin en Cine y psicoanálisis, quien dice que “el nombre de la autora no ha alcanzado notoriedad” o que su éxito no fue “debido a la genialidad literaria”, pensamos que ocurre todo lo contrario. Hay una autora y una obra genial. Hay un Doctor que arma un ser con partes de gente muerta y le da vida. Luego lo margina, él, su propio creador, y la criatura se venga. Y esto, más que una advertencia sobre los avances científicos, Frankenstein es una crítica sobre las bases masculinas en que se edificó el conocimiento científico durante tantos siglos.
Veamos, como dice Evelyn Fox Keller, física estadounidense, en su libro Reflexiones sobre género y ciencia, la “naturaleza” de la ciencia ha sido ligada a ciertos postulados vinculados con la masculinidad, en detrimento de ciertas categorías vinculadas con lo femenino.
La búsqueda de la objetividad, la neutralidad de la ciencia, y lo racional que influye en el mundo público, han sido siempre una de las caras de la dicotomía que dejaba del otro lado a la mujer, la emocional, la que se queda en el ámbito privado de la casa, la que no puede salir de su subjetividad y no tiene la misma capacidad de razonar. Esto es así desde Platón y Aristóteles. Léanse enteritos el Timeo y la República, y la Política, respectivamente.
Entonces, el ser hecho con pedazos de otros cuerpos de criminales y otros fiambres abandonados –vale aclarar no es “malo” porque está hecho de criminales, ojo, es lo único que había por ahí- y un golpecito de electricidad, es creación de un científico que no busca relacionarse emocionalmente con la producción de conocimiento, esto es, con su experimento.
Frankenstein criatura, mejor llamarlo así que decirle monstruo, porque tiene mejores sentimientos que el Doctor que quiere poner la Naturaleza a su servicio y hacerla su esclava, surge de la pretendida objetividad científica que quiere eliminar cualquier posibilidad de intromisión de los sentimientos.
La criatura llega a querer a un ciego, aprende el lenguaje y gusta de la literatura. Es un tierno que quiere generar un vínculo con su creador ¿Por qué no pueden quererse?
El Doctor Frankenstein no lo rechazaba por ser “feo” nada más, sino por haber “nacido” de una pasión, por ser la prueba de que la producción de conocimiento científico tiene una dimensión pasional y emocional, dice el Doctor: Las largas noches insomnes habían empalidecido mi rostro y el constante encierro me adelgazó considerablemente. A veces, con el éxito al alcance de mi mano, el fracaso anulaba mis esfuerzos. Pese a ello me sostenía la esperanza de que a la mañana siguiente, lograría mis propósitos. Era un secreto que yo sólo poseía; la meta que me había fijado. A menudo, la luna contemplaba mis esfuerzos hasta avanzadas horas de la noche, pues estaba decidido a forzar la naturaleza en sus últimos reductos y lo hacía con un ardor apasionado y una constancia inquebrantable.
Y en esta cita está todo: los fenómenos meteorológicos que son espejo de las sensaciones de los personajes, romanticismo y gótico, la búsqueda de la sumisión de la naturaleza al científico, y la pasión del mismo. Pero esto último choca con las bases de la epistemología de la ciencia, he aquí el conflicto.
Frankenstein criatura, entonces, marginado por el científico apasionado, será asesino de los seres queridos del creador que lo ha dejado solo. Mata a su enamorada y a su mejor amigo, porque las convenciones que oprimen la vida de los autores oprimen también las vidas de sus personajes.
El texto de Mary Wollstonecraft Shelley es genial. A la vez que expone la monstruosidad de los humanos que marginan, Frankenstein es la obra de una mujer que ingresó en un sistema masculinizado, y nos dice que lo peligroso no es el avance científico, sino que lo peligroso es no reconocer la subjetividad y la dimensión pasional y emocional de nuestro conocimiento. |