El tiempo de condena es vivido con angustia, angustia que repercute a nivel corporal, muchas mujeres se enferman a raíz de la situación de estrés y de las diferentes vivencias con las que se encuentren durante todo ese tiempo. Son las que llaman miles de veces a las fiscalías, porque si ellas no llaman e insisten con la causa de su familiar los abogados que provee el Estado, (porque la mayoría de las familias de los presos comunes no cuentan con recursos económicos para poder sustentar un abogado propio) no hacen más que sostener y colaborar con el objetivo real que tiene el sistema carcelario, que apunta a privar de oportunidades a los invisibles de la sociedad. Son las que están alerta al teléfono, y, suspiran cuando la voz de una maquina les dice “Esta llamada proviene del servicio penitenciario…”, y si no suena por varios días es para preocuparse, porque salieron de comparendo a una fiscalía, o de traslado a otro penal, cuando sucede esto son concientes de que viajan horas sin poder ir al baño, sin luz y sin oxigeno porque van sentados en una “jaula”-literal-, otra opción puede ser que el detenido este en “buzón”(espacio de aislamiento donde llevan al preso de “mala conducta” por una determinada cantidad de días), sino es algo peor.
¿Qué puede sentir una madre, una hija, una novia, una abuela que tiene un familiar en esas condiciones? ¿Es justo el sufrimiento de estas mujeres? Otras personas por las que nadie se pregunta, unas mas del motón. Pero ahí las ven a esas otras, a las chabacanas, a las mujeres de los genocidas levantando la bandera de “Hasta todos libres no paramos” pidiendo la libertad de los genocidas, claro ellas sí tiene voz y son escuchadas por más que defienden una causa que merece ni olvido ni perdón. En un sistema que se alimenta de la explotación de unos sobre otros, el que tiene el capital tiene el poder de ser escuchado, por eso unas sí y otras no.
“Hacía poco tiempo a Nico lo habían trasladado a otro penal, un día esperando el colectivo para volverme a mi casa me pongo a hablar con una chica que hacía 8 años que venía a ver a su marido, y le comento que estaba cansada, que no sabía cuánto tiempo iba a aguantar venir cargada con bolsos, del maltrato, del viaje, y me dice: “Quedate tranquila, que después te acostumbras y ya lo haces por inercia”; y la verdad que tuvo razón. Te aguantas que te destrocen y te manoseen la comida en la cara, llueva o hago frío te aguantas salir de madrugada y viajar horas todos los fin de semana para llegar temprano a la visita, además del factor económico, porque necesitas plata para todo, plata para tarjetas para que puedan comunicarse, para llevarles comestibles y elementos de higiene, dinero para ir cada semana, es muy sacrificada la vida lo que dura la condena. A demás de pintarles un mundo de color rosa, y contarles que todo esta bien, te bancas angustias u otros problemas para no ponerlos mal, porque ellos saben que estando ahí no pueden ayudar ni resolver nada.” (Marcela, novia de un ex detenido).
La gran mayoría de las familias viajan horas para poder acercarse a los penales y compartir unas horas con su familiar detenido, viajan cargadas con comestibles, elementos de higiene, además de la comida para el desayuno y almuerzo, porque el servicio penitenciario no provee al detenido de casi nada.
Una vez que llegan, corren a formar hileras para poder anotarse primeras y así ingresar más rápido y aprovechar el día. Previo a ingresar tienen varias requisas, se notifican del ingreso dos veces, después se hace el depósito de los comestibles destinados al detenido, y por último, la requisa física, la más humillante de todas, son las reglas del juego y nadie las puede contradecir. Una vez finalizada la requisa, queda caminar por pasillos de hormigón, hasta llegar a la puerta de entrada al sector de visita. Ahí las familias son recibidas por detenidos encargados de visita, que las acercan a una mesa determinada. La espera termino y llega el abrazo más esperado de todos. Esta “sano y vivo”.
Del otro lado están ellas, madres, abuelas, hermanas, hijas, novias, amigas; ellas, de las que nadie habla, las que no son noticia, las que no levantan ninguna bandera, sufren, al igual que el preso, lo que es la violencia institucional y la condena social. Para los invisibles no hay buen trato ni derechos humanos.
“Sabes todas las veces que me dijeron “Dejalo no va a cambiar…buscate otro… ¿qué vas a andar renegando con ese pibe?…él es así”…pero no, decidí acompañarlo. Para un ser humano no hay nada más feo que perder su libertad, nadie merece estar solo en un momento, además todos merecemos una oportunidad”. Marcela. |