Pollera de colegiala, musculosa blanca y medias negras: en eso consiste el uniforme laboral de las empleadas de una estación de servicio en Ciudadela, provincia de Buenos Aires.
En los últimos días, la situación se hizo pública mediante la difusión de unas fotos que habían sido tomadas en el lugar. El abordaje mediático de los principales noticieros de los canales de aire se limitó a la descripción de la vestimenta de las empleadas, para luego ir en busca de testimonios de clientes. Eso fue todo. No se cuestionó realmente la gravedad de la situación, sólo se hicieron breves alusiones a la "violencia de género" sin ir más lejos, como para "cumplir" con el deber.
Tomaremos al móvil de un noticiero como ejemplo. Misma situacion descrita anteriormente. Aquí, en el afán de no quedar (tan) expuestos con comentarios misóginos, los entrevistados declaraban (como si de una hazaña se tratase y vaya a saber uno con qué grado de verdad) no acudir a esa estación de servicio exclusivamente por ver los provocativos uniformes de las empleadas, pero que, sin embargo “siempre es lindo ver a las chicas arregladas”, concluían sonrientes.
Se mostró a una de las mujeres ajustándole la corbata a un cliente (en una suerte de ¿acting? claramente dirigido para las cámaras de televisión), presumiblemente un tachero o un remisero. Ante este hecho, el movilero del noticiero se acerca y pregunta, con total falta de criterio: “Es casi como un servicio completo, ¿no?” a lo que el entrevistado responde: “Y, le faltaría algo para ser un servicio completo, pero mejor lo dejamos ahí”. Hay entonces una risa cómplice entre ellos, como si estuviesen festejando una especie de buena broma.
Como si todo esto ya no fuese lo suficientemente indignante, se intenta dar un cierre a la nota con una estrategia tan antigua como socialmente eficaz: colocar a la mujer como participante consciente de la situación. Las empleadas sabían que debían vestirse provocativamente cuando aceptaron el trabajo. Ellas lo aceptaron, entonces, ¡no hay violencia de género! Tal y como hace semanas se intentó justificar el asesinato de Melina Romero: ella accedió a ir a una fiesta con varios hombres, por lo tanto sabía a lo que se estaba exponiendo.
El testimonio del dueño de la estación de servicio es igualmente misógino y repudiable, al declarar que el motivo por el cual hace disfrazar de colegialas a sus empleadas, es para atraer más clientes y generar más ventas.
Nuevamente, la mujer es expuesta como una mercancía, como un cuerpo cuya única finalidad es mostrarse para atraer la atención de los hombres, y en este caso, atraer también a los clientes, sin ningún otro tipo de consideración para con ellas más que la búsqueda por obtener ganancias. Los testimonios mostrados en los medios son fiel reflejo de una sociedad en la que, a pesar de intentar atenuar sin éxito los comentarios y opiniones al respecto, se sigue considerando que la mujer debe mostrarse, “estar linda” y ser provocativa para brindar placer (en este caso visual) a todos los hombres que se le acerquen. Porque una cosa, es la libertad sexual de poder elegir con quién y cómo compartir la intimidad, la libertad de poder sentirnos seguras como mujeres con nuestros cuerpos, y otra cosa diametralmente opuesta, es ser obligadas directa o indirectamente a hacerlo, en este caso, argumentando que se trata de una estrategia de marketing. Peor aún: naturalizarlo como si fuese algo que cualquier dueño o empresario podría hacer con sus empleadas si lo desease, y éstas, verse empujadas a aceptarlo ya que de ello dependerá su sueldo y su subsistencia. La violencia de género se reinventa en el ámbito laboral, de formas cada vez más degradantes.
Se escuchan diversas opiniones al respecto. Si ellas están ahí, es porque les gusta mostrarse, les gusta que las miren. Insistiendo en este punto, una mujer puede y debe sentirse cómoda con su cuerpo, pero bajo ningún concepto debería emplearse como estrategia de marketing, menos aun de forma tan explícita y misógina. Podrán opinar algunos otros que hablar de degradación es exagerado. No lo creo. La aceptación no es prueba de acuerdo alguno.
Todos los días vivimos expuestos e inmersos en una cultura que naturaliza el machismo, y muchas veces sin darnos cuenta, reproducimos esas ideas y esos estereotipos. Estos son los casos que nos alertan, nos dan la pauta de que es necesario tomar consciencia de que la violencia de género, no se limita a la violencia explícitamente física como muchos medios intentan mostrar. La violencia de género es simbólica, es psicológica, es laboral: es cultural. Y es de esa cultura de la que debemos intentar salir. |