El día después de nuestra proyección, nos enteramos por el diario que la policía bloqueó el ingreso de una columna de la CGT que quería llegar al palacio de proyecciones. Horas después, en la ceremonia oficial, se premiaba el comprometido film del director comprometido Ken Loach.
La prensa resaltó también el compromiso de nuestro cine, así que luego de tomar unos champagnes, invitación del festival, fuimos a hacer entrevistas y hablar sobre cine político frente a los yates de lujo que se estacionan en Cannes.
Hay un grupo de periodistas y sectores de poder que opinan que en Argentina se hacen demasiadas películas, que hay películas que sobran. La nuestra podría haber estado en esa lista, pero la legitimación de los festivales, en especial del de Cannes, despejaron cualquier duda. Sin embargo, nosotros no hacemos películas para los festivales, la hacemos como forma de pensamiento y de aproximación sensible a la realidad, creemos en películas que no cierran su sentido sino dialogan con el público.
En la Argentina no hay salas para nuestro cine, están copadas por las majors norteamericanas.
Demasiadas contradicciones que nos plantean para qué hacemos cine. ¿Para reproducir la sociedad del espectáculo y sonreír en la alfombra roja? O ¿por qué creemos (en su sentido más puro) en el cine? Evidentemente algo tenemos que hacer.
En una de las fiestas de Cannes, la figura de Agnes Varda apareció casi mágicamente. Pudimos hablar con ella sobre nuestra película que, leyendo la sinopsis, calificó como política y humana. En la cena, transitaba las mesas como perdida. Semanas después, ya en Buenos Aires, la vimos con su pequeño cuerpo rodeada de trabajadores portuarios en lucha contra la reforma neoliberal que quiere implementar Hollande. Una imagen muy potente que se coronaba con el puño en alto de la artista y los obreros. Quizás, esta señora con sus tantos años, tenga la respuesta.
Este texto ha sido publicado originalmente en la revista de DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) |