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La semana que acaba ha estado atravesada en la ciudad condal por la polémica desata a raíz de la propuesta de la CUP-CapgiremBCN de retirar la famosa estatua de Colón que se levanta a los pies de las emblemáticas Ramblas. Esta medida fue presentada, y se debatirá este viernes en el pleno, junto a otras en el mismo sentido, como la retirada de la estatua situada al final de la Via Laietana dedicada al traficante de esclavos, Antonio López López, quien ostentara el título de Marqués de Comillas. Se trata de uno de los prohombres más relevantes de la burguesía catalana de finales del Siglo XIX, que levantó su fortuna en las últimas colonias de ultramar primero y con las inversiones en el protectorado colonial marroquí después de la derrota española de 1898.
Por último la propuesta cupaire incluye la declaración del día 12 de octubre, en que se conmemora el llamado “descubrimiento”, como laborable. Según las palabras del regidor Josep Garganté, estas medidas forma parte de un cambio de perspectiva opuesta al relato del poder. Se trataría de “empezar a ver ciertas figuras, que tenemos que cambiar nuestra perspectiva de vista y dejar de mirar con ojos de opresores y mirar con ojos de oprimidos, dejar de mirar con ojos de colonizadores y mirar con los ojos de los colonizados.”
Las reacciones de la mayor parte de los medios de comunicación han sido de llevarse las manos a la cabeza. Cuestionar la conquista, los conquistadores y quienes hicieron fortuna en las colonias, los llamados “indianos”, es nada menos que cuestionar a los predecesores directos de las grandes familias catalanas. La gran mayoría de estas fortunas tienen sus orígenes en el expolio de materias primas y mano de obra americana, el tráfico de esclavos y la superexplotación del primer proletariado en la metrópoli.
La defensa de la figura de Colón se basa en presentarlo como un gran emprendedor y descubridor, omitiendo por completo la cara oscura de su “empresa”, y la de mayor alcance histórico para millones de seres humanos, la que trajo la esclavitud a la inmensa mayoría de los pobladores originarios del continente americano y el inicio del genocidio que diezmó su población en pocos siglos.
Lo peor de todo es que el monumento en cuestión dedicado a Colón no es un homenaje a la leyenda exploradora de este personaje. Si uno repara en el conjunto escultórico que rodea al “descubridor” puede darse cuenta de que es toda una defensa de la conquista, dominación y evangelización de los pobladores originarios. Entre las estatuas podemos observar a “indios” esculpidos de rodillas y besando la mano de religiosos, u otros en posiciones de sometimiento a los colonizadores.
Este monumento se levantó con motivo de la Exposición Universal que albergó la ciudad en 1888 y estaba pensado para conmemorar el cuarto centenario del llamado “descubrimiento de América”. Se erigió en el momento álgido de los negocios de las grandes familias catalanas con el expolio de lo que quedaba de “Imperio Español”: Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Y en un momento en que las dificultades para mantener estos restos empezaban a incrementarse. Los grandes industriales de la Barcelona de finales del S.XIX rendían tributo a la génesis de su prosperidad y se sumaban al “patriotismo” de la Restauración Borbónica que iba a justificar los enormes esfuerzos bélicos -aportados por las clases trabajadoras y los pueblos de las colonias- para intentar retener las últimas posesiones de ultramar.
La propuesta de acabar con la plaza y el monumento a Antonio López López es por lo tanto también muy pertinente. Personajes como éste, o como los Güell, con quien se emparentó, o los Bacardí a los que tanto se honra en la vecina Sitges, son los “Colón” de la modernidad. Tras 1898 muchos de ellos perdieron una de sus principales fuentes de riqueza, el comercio de esclavos y el expolio de las plantaciones de algodón y caña de azúcar trabajadas también con mano de obra esclava o semiesclava. Su forma de resolver esta pérdida de mercados fue la de promover junto a la Monarquía la colonización del norte de Marruecos, una empresa que causó miles de muertos entre las poblaciones rifeñas y los sectores populares de la metrópoli que fueron obligados a ir a la guerra de Marruecos, popularmente conocida como la “guerra de los banqueros”.
Que todos estos personajes sean parte del patrimonio de la marca Barcelona no debe extrañar a nadie. La burguesía catalana, tanto en tiempos de dictadura como de democracia, siempre ha querido que se honrase la memoria de sus antepasados por muy esclavistas, asesinos y explotadores que fueran. De hecho ellos son también parte de los “Colones” del S.XXI, firmas como Agbar expolian el agua en países como México, Mango usa mano de obra semiesclava en el sudeste asiático o Gas Natural ha participado de la expansión imperialista de las energéticas españolas, con Juan Carlos I como embajador de las mismas, en las últimas décadas.
Es por eso que es normal que ante la propuesta de la CUP haya habido una reacción casi unánime que va desde la consideración de que la historia se debe aceptar, y honrar, sin ninguna crítica, hasta quienes pretenden seguir rehabilitando estos personajes como grandes burgueses catalanes que levantaron la ciudad, sus emblemáticos edificios y sus fábricas, y más aún como elementos claves para la formación de la actual identidad catalana y el catalanismo político.
De la misma manera que es inaceptable que haya calles, plazas y monumentos a dirigentes del golpe de estado del 36 y la Dictadura, y son ridículas las defensas de lo mismo en nombre de aceptar la historia tal como fue, lo es que se siga rindiendo tributo a la “empresa” de la conquista de América y los colonizadores. Aunque seguramente entre los defensores de Colón o el Marqués de Comillas encontraríamos también defensores de algunos fascistas que son parte de la historia oficial y venerada tanto por el catalanismo conservador como por el españolismo más rancio.
Sería muy bueno que la propuesta de la CUP se hiciera extensiva a figuras como Francesc Cambó, que goza de un monumento en la parte alta de la Vía Laietana y una avenida junto a la sede de la patronal catalana, Foment del Treball. Este burgués catalán fue el fundador de la Lliga Regionalista, y en su obra política destaca su apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera y su participación en el holding empresarial que recaudó fondos para financiar el golpe de estado de 1936. Acabar con este tributo sería sin duda el mejor comienzo para terminar con los restos del Franquismo que sobreviven en el callejero de la ciudad. |