Es sabido que el Deutsche Bank, el mayor banco de Alemania –la economía más fuerte de Europa-, sufrió hace no muchos días severas pérdidas bursátiles y enfrenta una situación de extrema debilidad financiera. El valor de sus acciones tocó el pasado viernes un piso histórico en la bolsa del Frankfurt, recuperando terreno unas horas más tarde. Los activos del banco ascienden a 1,8 billones de euros –el equivalente a la mitad del PBI alemán de 2015- y fue calificado por el Fondo Monetario Internacional como la institución que presenta mayor riesgo sistémico por delante del HSBC o del Crédit Suisse- dentro de los “too big to fall” (demasiado grande para caer).
La intención del Departamento de Justicia de Estados Unidos de penar al banco con una multa de 14.000 millones de dólares por sus prácticas ilegales con hipotecas subprime entre 2005 y 2007, colocó al Deutsche en primera plana. Pero la situación crítica del banco no se generó de un día para otro ni es el simple producto de la multa norteamericana. El Deutsche –en un sentido como la Reserva Federal- se encuentra entre las dos hojas de una tijera que se cierra. Esas dos hojas son las de la economía real y la de la política que contribuyen a su tiempo a entender el sentido e interpretar el lugar de la presión norteamericana.
Estado de cosas
El Deutsche Bank es un banco de inversión que además de cotizar en la bolsa de Frankfurt, lo hace en la de Nueva York. La actividad de la institución está centrada en operaciones de capital, compra y venta de valores y financiación y asesoramiento a grandes empresas. Tal como lo detalla el balance del banco del primer semestre del año, el Deutsche cuenta con un activo total de 1,8 billones de euros y recursos propios de primera categoría por aproximadamente 60 mil millones. La relación entre ambos valores que arroja un escaso 3,4% se conoce como razón de apalancamiento e indica la calidad del capital bancario y su capacidad para asumir pérdidas. Esta relación muestra que el banco está apalancado en alrededor de 30 veces sus activos de primera categoría.
Sin embargo, como resaltan Ángel Berges y Fernando Rojas en una nota de El País de España –y como también puede verse en el balance- si se toma en cuenta lo que se conoce como “razón de solvencia”, la situación del banco mejora. La razón de solvencia -cuestionada de todos modos por su capacidad de medir el verdadero perfil de riesgo- se calcula como la relación entre los activos de primera categoría y el activo total ahora ponderado por el nivel de riesgo –APR, en la jerga financiera. En el caso del Deutsche esta relación se aproxima al 11% y se explica porque su “activo ponderado por el nivel de riesgo” ronda apenas el 20% del activo total. Es cierto que el Deutsche mejoró su relación de solvencia desde el año 2009. En aquel año y según The Economist, la razón de solvencia alcanzó un alarmantemente bajo 2,4%, evolucionando hasta el 5,5% a mediados de 2012 y consiguiendo más tarde el actual valor de alrededor del 11%. Aunque esta relación favorece al banco respecto de la razón de apalancamiento, lo muestra como el de mayor debilidad, si se la compara con la razón de solvencia de las restantes entidades sistémicas de la eurozona.
Por otra parte, el Deutsche posee una alta especialización en productos derivados, es decir, en productos financieros cuyo precio se construye a partir de la evolución de los de otros productos como por ejemplo acciones, bonos o materias primas. El Deutsche posee derivados por un valor aproximado de 75 billones de dólares, equivalentes a un 11% del mercado total de derivados internacionales que se calcula en alrededor de 650 billones –el monto varía según el criterio que se utilice- semejantes a alrededor de unas 9 veces el PBI mundial. No hay que perder de vista que el banco se maneja con altos niveles de derivados hace años por lo que el riesgo de catástrofe no radica directamente en aquellos instrumentos sino en los contrariedades que provienen de la economía real y pueden derribar ese “House of cards”. Gran parte de los activos que subyacen a los derivados son tóxicos y en caso de derrumbe, podrían adquirir un rol comparable al de las hipotecas subprime en la crisis de 2008.
Sinergia y tasas negativas
De hecho la aceleración de la crisis del Deutsche coincide temporalmente y se vincula a los asuntos emparentados con la economía real. Más concretamente, a los límites de lo que hemos denominado la sinergia entre el crecimiento chino y de los países “emergentes” por un lado y las medidas monetarias expansivas de los países centrales, por el otro. Como ya en febrero de este año sintetizaba el periódico financiero Invertia: la desaceleración china es una fuente de preocupación para la economía alemana ya que Berlín es el tercer socio comercial de Pekín por tamaño. Además la crisis migratoria que tiene a Alemania como uno de los países preferidos de destino, puede suponer un regalo envenenado. La mano de obra barata siempre es bienvenida pero la opinión pública está poniendo sobre la mesa la idea de cerrar fronteras y acabar con Schengen, cuestión que podría ser mortal para la exportadora Alemania y para el Deutsche Bank.
El menor impulso de la economía mundial y las presiones deflacionarias derivadas, las tendencias contractivas del comercio internacional, entre otros factores, condujeron al artificio de las tasas de interés nominales negativas. Cuando un banco central define una tasa de interés nominal negativa significa que literalmente les cobra a los bancos comerciales por una parte de las reservas depositadas en la institución. El objetivo consiste en alentar a los bancos a prestar a las empresas a fin de reactivar la economía y combatir la deflación. En los hechos, en el curso del fatídico año 2014 –cuando los signos de sinergia positiva comenzaron a retroceder- primero el Banco Central Europeo y luego Suiza –con objetivo distinto- accedieron a tasas de interés nominales negativas. La medida fue imitada por Japón a principios del corriente año. Pero el intento de impulsar la economía mediante tasas de interés negativas no sólo no arroja los resultados benéficos deseados sino que se traduce en un deterioro de la rentabilidad bancaria.
Alrededor de 6 billones de dólares de deuda soberana europea y japonesa que inunda los bancos, arroja ahora un rendimiento por debajo de cero incluyendo una parte importante de los bonos de la deuda alemana a largo plazo. Esta cuestión se combina con la tendencia declinante de los precios de las materias primas –que comenzó en 2014, más allá de los diversos movimientos coyunturales- subyacentes a gran parte de los derivados. Los factores que afectan directamente la rentabilidad, repercuten a su vez depreciando las acciones de los bancos. No por casualidad, las últimas medidas monetarias implementadas por las autoridades monetarias de Japón apuntan, en primera instancia, a mejorar la rentabilidad bancaria.
El Deutsche devino una de las principales “víctimas” de una banca europea que –amenazada por múltiples crisis-, recorrió un proceso de recuperación más crítico y oscilante que el de sus pares norteamericanos. Durante el año 2015 la institución –obligada a invertir, según The Wall Street Journal, gran parte de su superávit de depósitos alemanes en bonos soberanos del país- arrojó pérdidas por 6.800 millones de euros, anunció un plan de 9.000 despidos y la retirada de diez mercados, entre ellos México, Argentina y Chile. Además ya en septiembre del año pasado el Deutsche anticipó a sus accionistas la ausencia de rentabilidad durante los ejercicios 2015 y 2016. En el primer semestre de este año –y antes de la multa norteamericana- las acciones del banco ya habían acumulado una caída cercana al 45% y su valor bursátil representaba el 25% de su valor en los libros contables. A su vez los denominados CDS –Credit Default Swaps- del Deutsche Bank que son seguros cuyo valor varía inversamente a la confianza que el “mercado” deposita en el banco, ya en julio de este año se habían incrementado un 150%.
¿Momento Brexit?
Si la situación del Deutsche viene siendo lacerada por las consecuencias de la “economía real” sobre los bancos, los dos últimos golpes recibidos este año provienen de un enlace entre economía y política o dicho de otro modo, derivan de la política entendida como “economía concentrada”.
Como señala The Economist en una nota de mediados de julio, si el Deutsche parecía una víctima improbable del Brexit, quince días después de que los británicos votaran “Leave”, el banco sufría las consecuencias y sus acciones se derrumbaban un 27%. El mayor prestamista alemán, grafica el semanario, quedaba cerca de la situación nada halagüeña de los bancos británicos o italianos. En aquel momento sus acciones tocaron un mínimo histórico que fue superado por la reciente caída del pasado viernes. La misma nota del semanario británico recuerda que aunque a mediados de julio el precio ya había abandonado aquel piso, el Deutsche aún cotizaba en bolsa sólo una cuarta parte del supuesto valor neto de sus activos –ubicándose muy por detrás de sus pares. Se trata de círculos viciosos en los que la economía transformada en política termina afectando nuevamente a la economía.
Dentro de las múltiples causas que pueden haber motivado el actual episodio de la “multa” –por un monto casi equivalente al valor bursátil del Deutsche- es difícil dejar por fuera la cercanía de las elecciones y las tendencias “globalofóbicas” que anidan en el sentir de amplios sectores sociales norteamericanos. No parece demasiado exótico asociar de algún modo el accionar del organismo a un “gesto electoral”. Las actuales elecciones norteamericanas abundan –más que otras- en gestos que no necesariamente se desprenden de los intereses –inmediatos, al menos- del capital hegemónico. Después de todo, también la supuesta oposición al Acuerdo Transpacífico y la promesa de no avanzar en el nonato Tratado Comercial y de Inversión (TTIP), están fabricadas con gestos al electorado y no con intereses directos del capital “global”.
El monto de la multa es ya objeto -por supuesto- de una negociación que promete ser extensa y al son de la cual bailarán seguramente las acciones y la salud del Deutsche. No es esperable que el establishment norteamericano y alemán ni sus fracciones de capital más concentradas, impulsen una nueva hecatombe internacional que lograron ahuyentar luego de Lehman. Pero otra vez “la política” se presenta como heredera de ocho años de crisis sin catástrofe y crecimiento extremadamente mediocre en los países centrales. Hace pocos días la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Ángela Merkel, sufrió una dura derrota en las elecciones regionales de Berlín quedando por detrás de la fuerza de extrema derecha xenófoba, Alternativa para Alemania. Las elecciones se consideraban un test respecto de la “dadivosa” política migratoria de Merkel que como citamos más arriba, derivó en un “regalo envenenado”.
Entre las deslocalizaciones y la utilización local de los migrantes como mano de obra barata, se gesta un caldo de cultivo xenóbono en amplias franjas de la población que identifican a los trabajadores extranjeros como causa del empeoramiento de sus condiciones de vida. Resultó el móvil fundamental del triunfo del Brexit y es la esencia del discurso de Trump. Pero a la vez, amplios sectores de la población deducen que un rescate bancario -como podría ser el salvataje del Deutsche- derivaría en beneficios para las altas finanzas y recortes de gastos sociales. De hecho existe una gran oposición interna a un eventual rescate estatal del mayor banco alemán que pone contra las cuerdas a una Merkel en proceso de digestión de la reciente derrota, un importante antecedente para las elecciones generales de 2017.
El resultado concentrado de los pasados años pos Lehman pone en contradicción –hasta cierto punto- las necesidades inmediatas de las “élites políticas” con los intereses estratégicos de las “élites económicas”. Quizás lo más interesante de todo este asunto es que una reedición de un “momento Lehman” –es decir una situación que reproduzca lo ocurrido tras la quiebra del banco de inversión norteamericano- se vuelve en parte difícil de imaginar después de haber corrido tanta agua bajo el puente. No es que no pueda ocurrir una catástrofe financiera sino que es difícil pensar que vaya a suceder por la decisión consciente de “no rescatar” como pasó con Lehman. Lo nuevo es que a ocho años de aquella catástrofe, un eventual rescate del Deutsche –que intentarán evitar por todos los medios- podría costarle por ejemplo las elecciones a Merkel y derivar en fenómenos políticos desconocidos. Por supuesto en toda esa maraña está inscripta la posibilidad de nuevos estallidos financieros y la imposibilidad de una gestión tan ordenada de la crisis como hasta el momento. En términos generales y abstractos, ya no puede pensarse en un golpe proveniente exclusivamente de “la economía” porque los últimos ocho años acabaron colocando también a “la política” en el centro de la escena. |