Durante el año 1974, la Triple A llevó adelante una cada vez más incesante represión que comenzó durante el gobierno de Perón y escaló luego de su muerte, bajo Isabel, con decenas de asesinatos de figuras emblemáticas, defensores de los derechos humanos, de los sindicatos clasistas y combativos y de dirigentes obreros y políticos de izquierda como Ortega Peña, Alfredo Curutchet y Silvio Frondizi, en total, según estiman algunos investigadores, unos mil quinientos en los tres años de duración de sus mandatos [1].
Desde el asesinato de mi padre, mi papá César, y el que fue una vez “mi viejo” –porque cuando lo mataron tenía 36 años y con mi hermano éramos chicos–, en mi memoria él sigue teniendo 36 años y 40 años de historia nos separan. Nos lo arrancaron y lo único que dejaron los distintos gobiernos es un largo camino de impunidad pero que permite explicarnos por qué sus asesinos siguen libres y, lo que es más importante, para qué.
De Perón a Isabel: la conformación de la Triple A y el movimiento obrero
El primer atentado reivindicado por la Triple A es el que sufrió el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, en noviembre de 1973, quien junto a otros legisladores –entre los que se encontraban el actual diputado kirchnerista Carlos Kunkel– enfrentó, por represiva, la reforma del código penal que propugnaba Perón. Empezaba a arreciar la crisis económica internacional por la suba del petróleo y el Pacto Social –que había congelado los salarios- comenzaba a ser cuestionado por los trabajadores en el marco de una creciente inflación.
Según relata Miguel Bonasso en el Presidente que no fue, Perón se inspiró en el somatén, una organización paramilitar que fue un antecedente lejano de la Falange española. En la conducción de la Triple A puso a José López Rega, su secretario personal, que ascendió vertiginosamente 15 grados del escalafón de la Policía Federal. Junto a él, también estaban Rodolfo Eduardo Almirón y Juan Ramón Morales –dados de baja en la Policía por corruptos–, y restituidos y ascendidos en la Fuerza, por decretos de puño y letra del propio Perón. Uno de los hombres claves de la Triple A fue el comisario Alberto Villar. Especializado en contrainsurgencia, encabezó la represión en 1971 durante el levantamiento obrero y popular conocido como el Viborazo, el segundo Cordobazo. Durante el gobierno de Héctor Cámpora Villar fue pasado a retiro para regresar al servicio activo a inicios de 1974, a pedido expreso de Perón: “Yo no lo necesito” –le dijo– “lo necesita el país”. Ocupará la jefatura de la policía y fue un hombre clave en la conformación de los comandos paraestatales de la Triple A con la escoria de tres generaciones de policías.
Ya en esos años, Rodolfo Walsh había realizado una vasta investigación y arribado a una comprensión cabal de la organización de las Triple A trazando un esquema: “i) Grupo original (se refería a Villar, Morales, Almirón y Rovira). ii) Custodia personal de López Rega. iii) Sectores políticos adictos a López Rega. iv) Custodia presidencial regular. v) Policía Federal. vi) Otras policías. vii) Ejército. viii) Marina. ix) Gremios”[2]. Es decir, la Triple A estuvo integrada por grupos de ultraderecha, policías, personal de las Fuerzas Armadas e integrantes de los gremios cuya capacidad de fuego quedó grabada para siempre en las escenas de la Masacre de Ezeiza.
Sólo cinco años antes, el movimiento de masas había protagonizado el Cordobazo y tirado abajo a la dictadura de Onganía. Si bien con su vuelta Perón jugó un rol de contención, en particular, por las ilusiones que en él depositaban los trabajadores, necesitaba a toda costa quebrar la ligazón de esa clase obrera con la amplia vanguardia que había surgido desde el 69. Entre los trabajadores de las fábricas y la juventud, esta vanguardia reunía a millones, muchos de ellos de la juventud peronista, del PRT El Combatiente, del Peronismo de Base, del PC y de aquellas organizaciones que se reivindicaban trotskistas, como Política Obrera (actual PO) y el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) donde militaba César. Aunque el PST era una corriente minoritaria tenía una significativa presencia en los cordones industriales más importantes del país que empezaban a cuestionar el Pacto Social, como el de la zona Norte del Gran Buenos Aires. Los primeros asesinatos de la Triple A empezaron justamente ahí, atacaron un local del PST y se llevaron a tres militantes que fueron asesinados pocas horas después–. Fue una conmoción y Rodolfo Ortega Peña, intelectual del peronismo de base y defensor de presos políticos, en el acto realizado por la “Masacre de Pacheco”, como se la conoció, acusó a Perón de esta escalada, señalando su íntima vinculación al peligro que significaban los sectores de base de la clase obrera para la burocracia sindical y el Pacto Social.
El 1º de noviembre fue asesinado el jefe de los comandos de la Triple A, el comisario Villar y su esposa, atentado que fue reivindicado por Montoneros. Las 62 Organizaciones repudiaron públicamente el crimen en una solicitada cuyo título rezaba: “Un servidor público y una madre inocente abatidos por el odio antipatria”. La Triple A va a desatar una caza de brujas. Entre el 2 y 3 de noviembre fueron asesinados otros tres militantes del PST a manos de la Triple A. Dos de ellos eran jóvenes militantes, Juan Carlos Nievas, obrero de la fábrica Nestlé y Rubén Darío Boussás, activista estudiantil, el tercero fue César que era uno de los principales dirigentes del PST y de los fundadores de la regional de zona norte del Gran Buenos Aires y, en sus últimos años, de Córdoba.
El 6 de noviembre, el gobierno de Isabel decretó el Estado de sitio por tiempo indeterminado, suspendiendo todas las garantías individuales de los habitantes del país con el apoyo del consejo nacional del PJ, la CGT, las 62 Organizaciones, la UOM y de gobernadores provinciales como Carlos Menem (en aquél entonces gobernador de La Rioja). Junto con la intervención de las Fuerzas Armadas a inicios de 1975 por decreto presidencial, constituyó la antesala de la dictadura militar y el Plan Cóndor.
2014: “Los muertos que vos matasteis gozan de buena salud”
Si bien la Causa Triple A se abrió en 1975, con la dictadura y el acuerdo entre Alfonsín e Isabel en 1984, pasando por Menem, reinó la total impunidad hasta su reapertura hace ocho años. Durante el gobierno de Néstor Kirchner los delitos cometidos por la banda paraestatal se declararon de lesa humanidad. Al igual que siempre, familiares y organismos aportamos nuestros testimonios, documentación y recortes de periódicos.. Los medios comenzaron a hablar sobre la responsabilidad de Isabel Perón y los cientos de integrantes de la Triple A, muchos de los cuales siguen siendo parte de las fuerzas represivas y de los sindicatos. Inmediatamente un cartel recorrió las calles, firmado por el Sindicato La Fraternidad: “No jodan con Perón”. Y fue el mismo Kunkel quien dio garantías rápidamente –deslindando a Perón y a Isabel… y a los muchachos peronistas– con la promesa tácita de encarcelar solo a los nombres más resonantes, de los cuales ya varios murieron. Sin eufemismos, es lo mismo que nos dijeron como querellantes, solo investigarían los cuatro o cinco casos más conocidos.
No vamos a aceptar que un puñado de asesinos en la cárcel implique acabar con la impunidad como pretende el kirchnerismo. La gran mayoría de los integrantes de las Tres A sigue en libertad y algunos siguen en funciones. Lo que queda claro, también en este terreno, es qué intereses de clase defiende el gobierno y por lo cual, por ejemplo, no se abren los archivos en poder del Estado.
En su Programa de Transición de 1938, Trotsky planteaba que frente a la agudización de la lucha de clases e incluso en los momentos de “calma”, la burguesía no se limita a utilizar al ejército y la policía, si no que apela a fuerzas especiales de rompehuelgas y matones a sueldo en las fábricas, bandas fascistas semilegales o ilegales. En Argentina, esto se cumple en toda la regla. La utilización en “democracia” de fuerzas de choque paraestatales queda patentada desde la Semana Trágica de 1919 hasta hoy, desnudando el carácter de clase de los que hablan de “democracia” y la tajante e interesada oposición que se suele establecer entre “democracia” y “dictadura”. Esta necesidad de la burguesía de contar con estas “fuerzas especiales” es la que lleva al gobierno a preservar o usarlas cuando las necesita, además de las Fuerzas Armadas, la policía, la gendarmería con las que ya cuenta el Estado para defender el sistema capitalista.
Cristina no duda en abrazarse con la patota sindical que dice “No jodan con Perón”, con los que asesinaron a Mariano Ferreyra o con la burocracia de Pignanelli que hostiga a los trabajadores de Lear. La inacción del gobierno ante la desaparición de Jorge Julio López, los dichos de la ministra de Seguridad de la Nación, Cecilia Rodríguez, en el acto de la “Semana de la Policía Federal”: “Una policía que sea del pueblo, y que defienda los intereses del pueblo, es una de las ideas más interesantes que podamos pensar", el mismo día que aparece el cuerpo de Franco Casco y a pocos días que apareció el de Luciano Arruga son muestras elocuentes de los intereses de clase que defienden y de la impunidad de los represores de ayer y de hoy.
La única perspectiva realista es la movilización independiente y el frente único de los trabajadores, para imponer la reapertura de los archivos, luchar contra la impunidad de los asesinos de la Triple A y de la dictadura militar y para enfrentar la represión ya sea estatal o la de sus “fuerzas especiales”. César, al igual que los jóvenes Juan Carlos y Rubén, luchaba por un mundo sin explotación y socialista: es lo que no pudieron matar. “Los muertos que vos matasteis, gozan de buena salud”, continúa en la lucha revolucionaria de sus hijos y nietos, de las nuevas generaciones de trabajadores y jóvenes que abrazamos la idea de la revolución. Es cuando siento que perviven los mejores recuerdos que tengo de mi padre, cuando comparto su lucha con mis compañeros desde hace más de 30 años, sus ideales intactos se convierten en un inmenso porvenir para las futuras generaciones, el de la revolución socialista.
[1] Para profundizar sobre el tema ver en “Insurgencia Obrera en la Argentina (1969-1976)”, “La Triple A y la política represiva del gobierno peronista”, pp. 483-531.
[2] Verbitsky, Horacio, “Investigación inconclusa de Rodolfo J. Walsh”, op. cit.,1986. |