Es una jugada colectiva. Varios pases. De mano en mano. Hasta que lo ven a Martín Sharples entrando por un costado. Lucas Desideri avanza con la ovalada, se saca una marca de encima, y ahí sí, sabe que es la gran chance. Está a punto de terminarse el primer tiempo. Alguien grita. La pelota vuela hacia Martín desde las manos de Lucas, pero vuela bajo. Tan bajo que va hacia sus tobillos, le pega en la prótesis de carbono y sale hacia el in-goal. Silencio en San Vicente. Martín se lanza con todo su cuerpo y apoya. Todos corren a buscarlo para el abrazo.
Fue mi primer try –dice Martín– y seguramente el único.
Martín jugó ese sábado 8 de octubre por la tarde su último partido de rugby. Aunque quizá ni siquiera sea el último y es probable que haya otro, otros. Pero en San Vicente, donde Porteño fue local frente a Almafuerte, comenzó a terminar un sueño que el 24 de abril de 1993 podía ser disparatado. Ni siquiera pudo tener tiempo de pensarlo. Ese día, un camión sin luces lo atropelló cuando iba con su moto por la ruta 8. Ese día perdió su pierna izquierda.
Martín tenía 26 años y jugaba al rugby en el Club Atlético Porteño. No pudo seguir. Pero se dedicó a correr. Lo hizo con prótesis y en silla de ruedas. Participó de muchas maratones y competencias, pero a ninguna esperaba tanto como a la Carrera de Miguel, que recuerda a Miguel Sánchez, el militante y atleta tucumano desaparecido durante la dictadura. Martín se convirtió, también, en un símbolo de esa carrera. Y se impuso travesías, como la que lo llevó en 2007 hasta La Higuera en bicicleta para homenajear al Che. De regreso, pasó por Arrecifes, el lugar del accidente, donde lo esperaba el piloto Patricio Di Palma, el mismo que lo había ayudado aquella vez. De La Higuera trajo tierra. Y un poco de esa tierra la esparció el sábado sobre el césped de la cancha antes de jugar.
Fue muy especial para mí porque mi despedida coincidió con el 8 de octubre, el día del guerrillero heróico, por la captura del Che en Bolivia. Fue como un guiño –se emociona Martín.
Más allá de la admiración política, el Che se convirtió para Martín en una referencia deportiva. Es que el rugby puede ser esos matones que golpean indigentes por la calle o algún pibe en un boliche, pero el rugby también puede ser Martín. O el Che.
La violencia está en la sociedad, y los jugadores de rugby son parte de eso–explica Martín. En los boliches, todos los fines de semana hay violencia, pero cuando aparece un rugbier se lo identifica con eso. Y hay casos de clubes como Los Pinos, como Vicentinos, como Virreyes, al que le quieren sacar el predio y hacen cosas con los chicos humildes. Y además, el rugby nunca lo va a decir, pero el mayor revolucionario de la tierra fue jugador de este deporte.
A esta historia, sin embargo, le falta una pieza. ¿Cómo fue que Martín, después del accidente, volvió a jugar al rugby? En 2014, veintiún años después de que perdiera su pierna, leyó una nota sobre un rugbier de Hurlingham que había vuelto a jugar después de haber sido amputado. “La discapacidad está solo en la cabeza”, leyó Martín y le envió la nota al presidente de Porteño. Al tiempo, tuvo respuesta: la URBA lo autorizaba a competir con una prótesis de carbono. Iba a jugar un solo partido con la intermedia del club –lo hizo justo contra Almafuerte– pero el plantel le pidió quedarse.
Con el accidente –recuerda Martín– no pude cerrar mi historia como jugador de rugby y pensé que nunca más iba a pisar una cancha. Ya esa vez haber vuelto a entrar a un vestuario, vestirme como jugador de rugby, juntarme bajo la H con mis compañeros, a los que doblo en edad, fue emocionante.
Martín es uno de esos héroes del deporte que no salen en los televisión ni son tapas de los diarios. Héroes que emocionan sin los flashes de las cámaras, los héroes que nacen desde abajo. Desde que comenzó a correr peleó por la igualdad en los premios para los deportistas discapacitados y las mujeres. Nunca se calló. Durante años llevó adelante una batalla, casi en soledad, para que Julio Cassanello, intendente de Quilmes durante la última dictadura, dejara la presidencia del Comité Olímpico Argentino. En una ocasión, antes de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, mientras protestaba por Cassanello en la despedida de los atletas, unos patovicas le rompieron la prótesis. Cassanello tuvo que renunciar al COA al regreso de China.
Cada vez que tuvo la oportunidad, cuando le tocó subir al escenario para recibir un premio, Martín recordó las injusticias que se cometen con los deportistas, como las que ocurre con las carreras de calle. Mientras la Asociación Civil de Carreras y Maratones Ñandú –ligada a directivos es el Grupo Clarín, con el sponsoreo de Adidas y el Banco Provincia y la complacencia del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires– factura millones de pesos gracias a la organización de las maratones, quienes corren no tienen premio. Durante los últimos 42k, un día después de su despedida del rugby, Martín abordó a Jorge Macri, presidente del Grupo Bapro, acerca de su cuestión.
“Tu forma de expresarte es violenta”, le respondió el intendente de Vicente López. “Violencia –se descargó Martín en Facebook– es venir denunciando todos los años lo mismo y no ser escuchado, violencia es que el organizador contrate baños químicos y no los pida para personas con discapacidad (…), violencia es que esas cuatro carreras que organiza esta asociación recaude en inscripciones más de 20 millones de pesos, y violencia es que las copas o medallas, que son los únicos premios que van a dar, casualmente en Vicente López, las den en abril del 2017 (único evento que premia después de seis meses a los ganadores)”.
Me considero un deportista luchador por los derechos humanos –dice Martín a los 50 años–, y es posible que tenga algún partido más con Porteño, o al menos con los veteranos, ya no por los puntos sino en amistosos.
El partido con Almafuerte terminó 45-5 para Porteño. Más allá del resultado, alguien posteó una foto de los dos equipos abrazos con Martín en el medio. Y otro alguien comentó que eso que se veía ahí era el rugby. Y el rugby, agrega Martín, también son los desaparecidos del La Plata Rugby Club. Después de la despedida, Martín agradeció a sus compañeros y a “La Negrita”, la prótesis de carbono que lo acompañó durante estos años en las canchas. Seguro habrá más partidos para Martín. Y, sobre todo, varias luchas que no abandonará.