El acto define un antes y un después, rompe con la consecuencia de las cosas, placas que chocan estallando en la furia de aquello que todo lo vuelve suyo, rompe con lo previsto, con lo calculado.
Llegamos con lo propio, con bolsos y valijas llenas de lo que te llevó hasta ese lugar, pero también van llenas de lo común, de pensar y debatir, de sentir la injusticia en nuestros cuerpos, la angustia de la opresión y sentir la falta de todas aquellas que es imposible nombrar en su totalidad. Se las nombra en cada reunión, en cada grupo que se arma en los patios de las escuelas que abiertas para nosotras, acogen nuestros gritos, nuestras lágrimas, historias y, por qué no, peleas. Fueron peleas que entraman una discusión por supuesto política, fuimos allí con ese norte, pero aparentemente la política es un concepto que no todas manejaban exactamente, o podríamos decir que fue usado, o malentendido, a piacere. En casa aula, en cada grupo sentado en el piso, había un acuerdo implícito que se expresaba cada vez que esas mujeres tomaban la palabra, pero había un punto, en donde la tristeza y la necesidad de ser actores combativos de una realidad que nos decía que ahora era el momento, en el que las voces se alzaban, y entre abucheos y manos agitando el arengue se disputaban la razón y se gritaban argumentos con caras de indignación. Todo iba tomando color, comenzaba a entender que carajo hacía yo ahí, estaba ahí con la voz que había descubierto, todavía era un tono moderado, y fue ahí, en ese punto de encuentro donde entendí para qué sirve, qué sentido tiene.
Con una comisión administradora que propone un encuentro para abrazarnos y llorar todas juntas las penurias de todas las mujeres, identificarnos en la desdicha, y resolver algunas vagas puntualizaciones que quedan a merced de la ambigüedad, y sometidas a la violencia de la interpretación de un aplausómetro que vendría a ser el método “democrático” con el que se decide el curso de las problemáticas que atañe a la opresión, explotación e invisibilización de todas las mujeres durante un año, el acto de cierre se vio invadido por el grito de miles de mujeres a favor de la votación, escenario que se pudo oír, oler, saborear y tocar en muchas comisiones de trabajo, o talleres, en los cuales la puja era por mantener un perfil catártico, o ir de manera activa a conquistar esos derechos que hoy más que nunca están siendo atropellados y ninguneados.
Algunos sectores de izquierda en conjunto con otras agrupaciones y personas independientes estuvieron de acuerdo en que una de las medidas a tomar como plan de lucha, como punto que atravesaba todos y cada uno de los talleres, era la necesidad de que el próximo Encuentro Nacional de Mujeres tuviera lugar en el centro político y de mayor visibilidad del país, además cede del actual gobierno derechista, machista y neoliberal de Mauricio Macri, el cuál plantea, más allá de feroces ajustes y otras políticas representativas de lo más feroz del capitalismo, un fuerte ruido en contra de los derechos de las mujeres, en contra de las decisiones sobre nuestros propios cuerpos y sobre nuestras propias vidas en una amistad con la ya conocida siniestra Iglesia Católica Apostólica Romana, de quien venimos acatando directivas, en contra de nuestra voluntad, de cuando ser madres, cuando parir, en qué condiciones, que valores nos deben atravesar, ni decir de la impunidad contra el abuso de nuestros pequeños vecinos, hermanos, primos, hijos, o de su participación en el genocidio más importante de nuestro país, y así podríamos seguir.
(Des)encuentro
Fue hermoso ver tantas mujeres juntas, decidiendo el curso de la lucha, peleando entre nosotras por el miedo de que no sea suficiente y sintiendo la adrenalina de alzar la voz del sector oprimido por excelencia. Ahí comienza a hacerme ruido la paradoja de hacer un encuentro para luchar y decidir, que termina en una burocratización que destituye el voto de la clara mayoría, y que deja la toma de decisiones a los sectores de poder, y le regala nuestro voto a un senado mayoritariamente derechista, que nos deja en un posición pasiva de un papel que debería representar la actividad, la seriedad, el compromiso y el cuerpo puesto allí por todas nosotras, y por todas las otras mujeres que ponen sus cuerpos todos los días, sostenes de familia que deben pelear por conseguir el mismo salario que un hombre por el mismo trabajo, madres, maestras, enfermeras, psicólogas, empleadas domésticas, o de fábricas, que deben enfrentar un ajuste brutal mientras que tienen prohibido quejarse ni demandar sus derechos, pero sí deben rezar todos los días para que no violen ni secuestren a ninguna de sus sobrinas, sus hijas, o vecinas. |