Reseñamos el libro, que con ilustraciones de Sergio Langer, estará disponible hacia mediados de noviembre en el Centro Cultural Ricardo Rojas, que ya promueve su versión digital.
El siglo maravilloso. En el filo secular de la Gran Guerra. Memorias sobre la última centuria Puede descargarse gratuitamente acá. Este es el último libro de Eduardo Wolovelsky*, cuenta con ilustraciones de Sergio Langer y en las próximas semanas saldrá la versión impresa, de la mano del Centro Cultural Ricardo Rojas.
La obra de Wolovelsky puede verse como una continuación de El siglo ausente e Iluminación, y en consecuencia, una invitación persistente a la reflexión. Destaca las voces, pensamientos y relatos de múltiples actores: científicos, políticos, mujeres, anónimos, en la conjunción entre obras científicas, historiográficas y relatos de cine. Es un libro que sin duda cumple con la intertextualidad de dirigirnos permanentemente a otros libros y películas, rescatando la palabra olvidada, la que pretende volver a poner en escena, no como mero acto reinvindicativo, sino con la convicción de que son necesarias para comprender y actuar en el presente.
Desde el comienzo, conoceremos a la persona que quedó en las sombras de Darwin, Alfred Wallace, cuya esperanza da nombre al libro. Con la peculiaridad de ser un hombre que supo expresar y repensar las discusiones de su tiempo, “desde todas sus contradicciones e incongruencias propias de la aventura del pensamiento humano.” (p. 29)
La esperanza de “un siglo maravilloso” de progreso de la humanidad, de la mano del avance científico, para terminar con los males sociales que imaginaba Wallace, y el uso de la ciencia al servicio de la gran empresa de dos guerras mundiales que causaron la masacre de millones y la destrucción a gran escala, será puesta bajo tensión.
Pero esta tensión recorrerá varios matices. Wolovelsky reflexionará profundamente sobre los múltiples significados y las diversas aristas que presenta la actividad científica, como toda actividad humana. Será cuestionada la posición de “ciencia martillo”, la ciencia como éticamente neutra, pero también aquella que supone que el desarrollo científico fue puesto a disposición de una maldad calculada, ya que también bajo nobles intenciones fueron amparados hechos y teorías científicas que resultarán en la justificación de políticas nefastas. En palabras del autor: “lo conflictivo es que los hechos y las teorías como las del campo eugenésico también acontecen amparados por las más nobles intenciones cuando la crítica está erosionada bajo el yugo de una fe excesiva en la actividad científica como directriz infalible para el acto político.”
A partir de estas primeras definiciones se profundizará en la relación entre el conocimiento científico y tecnológico, producido, avalado, justificado, recreado por personas, pueblos y naciones, en las condiciones materiales e históricas en las que se sucede.
El apartado “Trincheras” nos adentrará en las inefables guerras, en batallas protagonizas por soldados pero que no les pertecen ni a ellos ni a los millones que sufrirán las consecuencias.
“Máscaras” es el nombre de todo un capítulo, que será revelador en cuanto a los intereses empresariales que se conyugan en la Gran Guerra. Empresas alemanas y poderosos industriales financiarán instituciones científicas, que luego estarán avocadas a lograr la producción de explosivos con independencia del nitrato chileno.
Será analizado el discurso nacionalista y estigmatizante, fácilmente aceptados cuando son dichos en nombre de la ciencia.
Fritz Haber será la figura humana que encarga la ambivalencia entre benefactor de la humanidad, porque su proceso de síntesis del amoníaco permitió aumentar los rindes de la producción agrícola, y el criminal de guerra, luego del ataque con gas y la agonía de los hombres, tras la batalla de Ypres.
“La máscara de gas, forma del rostro humano heredada de la Primera Guerra Mundial, obliga a la reflexión, la que disuelve la ambigüedad porque desintegra al benefactor de la humanidad y deshace cualquier lugar sacro en el que la actividad tecnocientífica podría encontrar refugio. De esta forma nos será posible expandir su comprensión porque habremos de entenderla como un hecho cultural y político.” [75]
Frente a la masividad de obras del género de divulgación científica, escritas sin rigor, presentando a la ciencia como un mero espectáculo a ser simplemente observado, como una mercancía más que se compra y se vende, las obras de Wolovelsky estimulan a pensar la ciencia. Una tarea maravillosa y que se vuelve cada vez más necesaria, no solo para aquellos que nos encontramos relacionados de forma más inmediata, como estudiantes o trabajadores de la ciencia, sino también para fomentar un “conocimiento público de la ciencia” que permita democratizar las decisiones políticas que involucran el conocimiento especializado. Ya que inexorablemente el avance tecnocientífico implica un cambio en la vida de millones, y si su poder queda concentrado en las manos que lo financian, volverá a demostrarse que “no hemos aprendido nada”.
(1) Eduardo Wolovelsky es Licenciado en Biología, coordina el Programa de Comunicación y Reflexión Pública sobre la Ciencia del Centro Cultural Ricardo Rojas, Universidad de Buenos Aires, es director de la Revista Nautilus y ha escrito numerosos libros y trabajos en su especialidad.