El fútbol argentino atraviesa una marcada crisis estructural. El dato más visible son sus problemas de gobernabilidad e inestabilidad institucional. Las consecuencias de esa crisis en el aspecto deportivo ya comenzaron a ser manifiestas, particularmente en el plano de los jóvenes jugadores en formación, espacio que el fútbol argentino ha reivindicado como uno de sus grandes tesoros en las últimas décadas.
Con las selecciones juveniles desarmadas durante mucho tiempo, la participación deshonrosa del seleccionado sub 23 en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y el reciente proceso colmado de desprolijidades llevado a cabo para conformar los nuevos cuerpos técnicos de los juveniles, encontramos un terreno fértil para hacernos preguntas vinculadas a la manera en que se están formando los jóvenes jugadores de fútbol hoy, en Argentina.
Quienes escribimos estas líneas hemos intervenido en clubes de México, Francia y Argentina para conocer, comprender e interpretar desde la mirada de las Ciencias Sociales las condiciones de posibilidad (materiales y simbólicas) que los jóvenes atraviesan hasta llegar al fútbol de alto rendimiento y profesional.
A partir de las reflexiones que suscitaron nuestros estudios proponemos a continuación algunas preguntas que fueron construidas desde intereses académicos (traducidos en tesis de maestría, de doctorado, artículos de divulgación científica, talleres de formación de entrenadores y de jugadores, y participación en el diseño de currículos destinados a jóvenes futbolistas estudiantes de secundaria) y que confluyen en una preocupación central: en el campo futbolístico argentino varios mitos se cristalizaron en verdades enquistadas en las instituciones y en los actores que participan del proceso formativo. Esos mitos, representaciones, fantasmagorías y verdades a medias obturan, esquivan y niegan problemas que se hallan en el centro de la cuestión de la formación de futbolistas. Retomaremos algunas frases y preguntas que circulan entre agentes especializados en el fútbol (jugadores, entrenadores, periodistas, dirigentes, hinchas) para abonar con respuestas que intenten discutir esas ideas y sentencias.
1-“Argentina es el semillero del mundo. En cada potrero hay un Messi o un Maradona en potencia”. Existe una creencia compartida en nuestra narrativa futbolera de que en Argentina abundan los “talentos” que, espontáneamente, surgen para competir en un fútbol de alta exigencia.
Por caudal de jugadores argentinos repartidos por equipos de otros países, la aseveración es lógica. Pero hay que reponer algunas dimensiones. La primera es que los clubes del fútbol argentino no pueden competir, en términos de mercado (y la relación contractual y salarial) con instituciones más poderosas económicamente. Esto obliga a los clubes a vender rápidamente a jugadores que no alcanzan a completar una temporada en la primera división. La segunda, es preguntarse en qué condiciones formativas llegan al profesionalismo esos jóvenes. Este problema es consecuencia de la primera variable: jugadores muy jóvenes deben ocupar precipitadamente la plantilla del plantel superior, muchas veces, en condiciones de preparación precarias para dar respuesta a un espectáculo deportivo que exige rentabilidad en todas sus formas.
Muchos de los agentes especializados en formación hablan del “don”. Este es un concepto que opera como justificación de sentido común en Argentina, y es exitoso para evadir variadas herramientas que los jóvenes necesitan para aprender el juego. El “don” es sinónimo de talento; un talento cuasi genético que, supuestamente, muchos jóvenes poseen y que les alcanzaría para convertirse en futbolistas profesionales. Aunque también hay un concepto para quienes no poseen el “don”: el “sacrificio”. Se conjuga así un mix entre quienes tienen que aprender y mejorar, y quienes –casi- no necesitan el trabajo del formador porque son poseedores un talento “natural” (una publicidad de TyC Sports, en el año 2010, previo a la Copa del Mundo, retomaba estos dos argumentos para explicar, de forma esencial, la conformación del fútbol argentino, mezclando imágenes de potreros y “pibes” jugando con pelotas de trapo, y sentenciando ese montaje con el slogan “es cultural”). El “don” habilita a comprender una matriz históricamente forjadora de una manera de jugar, bajo corrientes o ideas que sostienen que con el “talento” basta. Esa representación de los jóvenes que “brotan” en primera división se cuela en el imaginario futbolero. Entonces se produce una dicotomía: frente al “don” se opone el “sacrificio”. Y el “sacrificio” mantiene y ordena al campo futbolero como un espacio democrático, que hoy domina el lenguaje y las formas de hacer entre formadores de jugadores. Esto supone que lo que prima es el esfuerzo, la moral del trabajo, por fuera, pero también dentro de la cancha: cualquiera “con huevos” puede jugar. Y también, el argumento es utilizado cuando el “don” no funciona: “Messi es un cagón porque no puede esquivar defensores sudamericanos de la misma forma que gambetea europeos”.
En el plano de los entrenadores, el sacrificio complementa al don para poder realizar carreras. Pero así mismo, la idea de sacrificio habilita la precarización, en la medida en que la imagen de las mieles del fútbol reclama que cualquier tipo de sacrificio es poco con tal de lograr el objetivo. Así se habilitan destierros, pensiones precarias, jugar sin recibir salario, sueldos míseros en los formadores, instalaciones inseguras. La economía de la escasez convierte en el mundo de formación a los derechos en premios: tener el equipo de ropa del club, un casillero en el vestuario, una vivienda digna o viáticos para moverse no son derechos establecidos, sino premios que se ganan a partir del rendimiento.
2- Hay más demanda de jóvenes que pretenden firmar un contrato como futbolista profesional que ofertas de clubes que puedan cumplir esa pretensión. Estrategias de supervivencia, dinero y trampas sin salida.
El promedio de jugadores profesionales en una plantilla profesional es de treinta jugadores: ¿qué ocurre con el resto de los juveniles que no acceden a firmar un contrato? Transitan por clubes de ligas inferiores probando suerte y sabiendo que las condiciones son iguales o peores. Quien mantenga el entusiasmo, seguirá su carrera en ligas amateurs, en condiciones de precarización laboral. La concentración de recursos económicos en pocos clubes es un obstáculo para los jóvenes futbolistas cuyo deseo, en tendencia, se basa en “llegar a Primera”, “comprarse una casa y un auto”, “ser famoso”, “salvar a su familia”. Todos propósitos legítimos, dentro de una estructura que mercantiliza las relaciones, de tal manera que la competencia laboral no contempla ni las frustraciones personales y emocionales de un joven que queda “afuera” de ese mercado. “Así es el juego”, repiten los formadores… y los mismos jóvenes. Esto, sin olvidar que, en Argentina, el fútbol ha sido plataforma y posibilidad de ascenso social para jóvenes de sectores populares. Pero ¿cuántos jóvenes de sectores populares acceden a firmar un contrato? El futbol aparece como una única vía de promoción hacia una vida más digna para muchos jóvenes. La falta de salario durante toda la carrera amateur habilita arreglos no formales entre el club y el jugador, y entre el jugador y los representantes.Y la figura del representante, demonizado por el club y el sentido común, ejerce en ocasiones un doble rol: sostiene económicamente la carrera de los jóvenes(en muchoscasos) y es una estrategia que, ante la precariedad de las condiciones de existencia de los jugadores,los jóvenes despliegan para no depender del club y poder continuar en competencia, en “mercado”. Pareciera ser una trampa sin salida.
Salvo excepciones, en ningún club del fútbol argentino se abona un salario hasta la firma del contrato profesional. Esto implicaría costos elevados para las instituciones. Además, según el discurso de los entrenadores, existe la idea de que una recompensa material podría limitar o mermar el esfuerzo de los chicos por llegar al profesionalismo (lugar donde sí se recompensa económicamente la práctica deportiva). Comprobamos que esta idea está expandida en el mundo de la formación en Argentina. Este razonamiento se sostiene desde los entrenadores-educadores sobre una doble presunción: por un lado, que los productos y servicios a los que se accede con el dinero desviarían a los jóvenes jugadores de su foco central que es la práctica deportiva, y por otro, que el dinero debe ser un premio, algo que se gana con esfuerzo en la cancha, y no un beneficio cotidiano que se acuerda en un escritorio.
Sin embargo, el hecho de que no se paguen salarios no significa que en Argentina no exista un mercado de jugadores juveniles. Allí las transacciones de jugadores se hacen en base a ganancias futuras, proyectadas en el esperado acceso del chico a un contrato profesional (por parte del club) y a la visibilidad que el traspaso a un club más prestigioso otorga al futbolista (desde el punto de vista del chico y de su padre).
En Argentina, la inexistencia de salarios habilita una gama de arreglos económicos no oficiales que tienen al representante como tercer actor, mediando entre el club y el jugador. Muchas veces el representante se transforma, incluso, en sostén económico del joven, pagándole un sueldo mensual. Estos acuerdos son privados y se realizan entre partes, amparados en el menor control que impone la legislación argentina de deporte amateur, lo que deja a los actores más librados a la imposición de fuerza y a la efectividad de sus estrategias. Las implicancias que esas relaciones económicas tienen en la formación es muy difícil de medir ya que la variedad de acuerdos es tan grande como representantes, jugadores y clubes existen. Pero sí es preciso señalar que, pese a la demonización habitual de la figura del representante por parte de los clubes, el sostén económico que éste representa para algunos jugadores permite que muchas carreras no queden truncas por falta de recursos materiales. Como vimos en los testimonios de los jugadores en los clubes en donde intervinimos, los vínculos entre éstos y sus representantes tienden más a ser percibidos como paternales o sentimentales que como mercantiles o interesados.
Entre los jugadores argentinos entrevistados encontramos una gran fascinación por el fútbol como práctica y como zona de promesas. La dimensión lúdica ocupa un espacio central en sus discursos y aún cuando se les pregunta específicamente sobre el dinero responden ubicándolo como subsidiario de la gloria deportiva.
Lo que observamos es que esa recepción se produce de forma activa, y que los jugadores despliegan estrategias en el proceso. El hecho de tener un representante es una de esas estrategias, que les permite contar con un respaldo en caso de ser descartados por el club, o con una herramienta de negociación en caso de continuar en la institución.
El dinero aparece entonces para todos los jugadores entrevistados en un lugar secundario de sus prioridades, al menos desde el discurso directo. Lo que prima son los valores tradicionales del deporte: competir, jugar, obtener victorias. Ningún jugador puso al dinero como su prioridad, aunque sí se permitieron señalar que entre sus compañeros había chicos que “sólo jugaban por la plata”. Esto implica que, si bien como señaló un entrenador del Olympique de Marsella, “a los 15 años aún viven la etapa del sueño”, es indudable que los jóvenes de ambos países han naturalizado e incorporado la propuesta económica del campo futbolístico. Pero en sus relatos lo que se observa es que el dinero les interesa en primera instancia como medida de su valía deportiva, entendiendo que los salarios dependen de la calidad del jugador y lo perciben como una retribución por su nivel de juego. A los jóvenes les interesa el dinero porque es una medida de lo buen futbolista que son, y lo perciben más como un indicador de la competencia y del juego que ligado a la vida material. Por eso mismo encontramos jóvenes que declaraban que estarían “orgullosos” si un club quisiera pagar una suma importante por sus transferencias, interpretando esta situación más como un logro deportivo que como un logro económico.
3-Las instituciones que contienen a los jóvenes en formación están deficientemente preparadas, en tendencia, para facilitarles a los jugadores herramientas que confluyan en un proceso de capacitación integral. La formación de un futbolista implica mucho más que la preparación física, técnica y táctica.
Preocupados por el resultado, medido en relación a los puntos ganados (o perdidos), los formadores de futbolistas no contemplan, en variadas situaciones, la dimensión pedagógica para ponerla a prueba ante las múltiples vulnerabilidades que sufren los jóvenes en Argentina (violencias familiar, barrial, de género, abusos, alimentaria, socioambiental, educativa y discriminaciones –en todas sus formas). Los jóvenes son conceptualizados como unidades biológicas, despojados de sus trayectorias sociales y culturales: de sus biografías. Los saberes y competencias dominantes son las de los preparadores físicos (capacitados en Universidades y/o Institutos terciarios) y las de los entrenadores, muchas veces, legitimadas en torno a sus experiencias como ex futbolistas. No se trata de oponer el conocimiento práctico (siempre cargado de teoría, claro) con el conocimiento académico. Pero el punto central radica en que se descansa en esa pericia del “saber hacer” y de la transmisión de conocimiento “por repetición”, antes que en la reflexión de lo que se hace y de porqué se hace. Si como todo juego, donde hay cooperaciones, negociaciones, antagonismos, y un objetivo por lograr, no se reflexiona por-con-para el sujeto que lo ejecuta, pues entonces hay dimensiones que quedan por fuera a la hora de resolver situaciones que la dinámica de ese juego plantea. Es probable que un joven que sufre algún tipo de situación traumática tenga más dificultades para el aprendizaje de técnicas individuales y grupales, que otro que no ha experimentado ese tipo de escenas. Entonces, ¿cómo contemplar las desigualdades entre las experiencias biográficas de los jóvenes? Hay una leve tendencia a integrar, al grupo de formadores, a especialistas en salud mental o colaboradores del campo del coaching. Las soluciones siguen siendo de orden biológico y motivacional. Se excluye la trama cultural y la red de relaciones –extra institución- en la que los jóvenes transitan, sienten, viven, gozan y sufren.
4- Presiones familiares, frustraciones y la imagen del “futbolista exitoso”. Cuando los jóvenes deben devolver los esfuerzos que sus familiares han realizado por ellos.
Entre los futbolistas argentinos el dinero aparece vinculado al sacrificio, y es percibido en primera instancia como una herramienta que les permitiría devolver la abnegación con que padres y familiares los ayudaron en sus carreras. Su primera función, según sus propiosrelatos, sería funcionar como moneda de cambio para “pagar” la fe y la esperanza que sus seres próximos depositaron en ellos.Sin embargo, en las experiencias vistas en campo y en las intenciones que interpretamos en las entrevistas con los jugadores, se infiere que la dimensión del placer por el deporte o el éxito de gloria deportiva no es contradictorio con el anhelo de bienestar económico o incluso de acceso a lujos. Los jóvenes juegan también atravesados por fantasías y por la responsabilidad de darles nuevas posibilidades a sus familiares, y la imagen de gloria deportiva condensa el haber alcanzado todos esos elementos.
Los jóvenes saben que la gloria y el dinero sólo llegan siendo profesionales, de allí que todos sus esfuerzos están orientados a alcanzar ese objetivo. Y ese objetivo es individual, más allá de que la práctica del fútbol sea colectiva, lo cual implica que la competencia se da entre compañeros. Pero además, ese objetivo también puede alcanzarse no necesariamente en el club en el que se encuentran sino en otro.
Hay una matriz de formación que legitima los sentimientos de culpa por no alcanzar el objetivo de “llegar”. La relación del “fracaso” con la concepción individualista de la carrera de un jugador es demasiado estrecha. Tanto que sucumbe en el goce y en la posibilidad de asimilar la práctica formativa con el placer. La precariedad de los formadores, la inestabilidad de sus condiciones laborales, conjugan un escenario que debemos pensar y transformar, no sólo para mejorar la calidad de un espectáculo deportivo sino, fundamentalmente, recuperar espacios de sociabilidad de jóvenes de sectores populares y medios (en tendencia) que necesitan a las instituciones deportivas como lugares de encuentro, contención y modelación de una cultura más cercana a lo comunitario y cooperativo, más allá de la voraz lógica mercantil. En eso estamos.