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La Izquierda Diario
11 de noviembre de 2016 Twitter Faceboock

Historia
Kitty Hawk: el portaaviones que unió Mar del Plata y Vietnam
David Arroyo

A 25 años del desembarco surrealista del buque de guerra en Mar del Plata, un relato no oficial sobre su historia

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Si se quiere encontrar el realismo mágico fuera de la literatura hay que pensar en un lugar, Mar del Plata, y en un año, 1991. En aquel año el Emperador de patillas, con la complicidad de algunos actores que hoy tienen también las riendas del país, agudizaba el remate de patrimonio público, profundizaba la implementación del modelo neoliberal y sumía a la población en el desempleo y la pobreza. En Mar del Plata, paradójicamente, se dieron algunos eventos que mitigaron el impacto de aquel presente en declive -embrionario de crisis futuras- o en todo caso desviaron la mirada hacia otros sucesos.

Primero, un barco que es arrastrado 15 kilómetros por una sudestada invernal para terminar frente a la avenida Constitución, comportamiento que le valió el rótulo de "Barco Fantasma". Todavía hoy, con la ayuda de la marea baja, puede verse algún resto del barco. Luego, en agosto, una nevada propia de la Patagonia sumergió a la ciudad en una blancura atípica. Los murmullos decían que bajo la orilla cubierta de nieve había belugas y cachalotes. Quién sabrá. Pero nada de esto fue tan inaudito como lo acontecido a finales de aquel año: el 11 de noviembre la costa marplatense amanecía con una figura anómala en el horizonte; la mirada vernácula, acostumbrada a las emblemáticas lanchitas naranjas, navíos estivales y buques de pesca se detenía, extrañada, ante una mole de más de 300 metros que flotaba frente a su costa. Era el Kitty Hawk, el portaaviones estadounidense que retornaba luego de participar activamente en la guerra de Irak.

La visita del buque de guerra, en plena etapa de consolidación de las relaciones carnales menemistas, resultó pintoresca para quienes la presenciamos desde la ignorancia, la inocencia o el cinismo. El acontecimiento tuvo escaso rechazo y la resistencia que hubo fue silenciada. La hemeroteca no permite recuperar artículos críticos acerca de esta presencia en la ciudad bonaerense. Sabemos que el entonces intendente de Mar del Plata, Mario Russack, vinculado fuertemente con la dictadura militar, fue el mejor de los anfitriones. Sabemos que el caudillo cuyano no se perdió de esta visita. La base naval, que por aquellos años lejos estaba de ser resignificada, siquiera cuestionada, fue el gran teatro de los mítines entre tilingos. 25 años después el panorama no parece diferente.

All Stars

Con mi familia fuimos al centro de Mar del Plata como si se tratase de la visita de los Simpsons a New York. Contemplábamos todo con extrañamiento. Los marineros a bordo del Kitty Hawk, una vez en tierra, eran estrellas de la NBA, sin más. Nos llamaban la atención su porte y sus zapatillas, enormes y estrafalarias. Los otros marineros, la minoría redneck, aprovechaban el sol primaveral de Mar del Plata para lucir su cuerpo pálido y pecoso. Los negros eran las grandes estrellas. En tiempos donde la presencia de africanos en nuestro país era infrecuente, resultó más que llamativo deambular por el centro marplatense y ver cientos, miles, de afroamericanos. Los curiosos y cholulos se acercaban a pedir autógrafos. Sentados sobre las sillas con marca de cervezas y gaseosas, los yankees lagarteaban y nosotros esperábamos que entre bocado y trago, bocado y trago, bocado y trago, dijeran algo para poder oír en directo esa lengua tan superior a la nuestra. Sólo hablaban entre ellos a través de sonidos guturales.

A la célebre visita de los libertadores del mundo le antecedieron, y también le sucedieron, mitos que son difíciles de desterrar: la afluencia a la ciudad portuaria de mujeres de otras localidades (o de todo el país, según los medios centrales) para ejercer la prostitución, la imposibilidad de conseguir Ketchup en toda la ciudad dado el consumo de los Yankees, la posibilidad de visitar el portaaviones cercenada porque un adolescente argentino se robó una video casetera en una visita y a partir de entonces algún general resolvió prohibir el ingreso. Todos estos mitos se condensaron en dos o tres días, entreverados con un sinfín de situaciones absurdas que se dieron al confluir en el centro de la ciudad un amplio espectro de la población y las hordas de marineros. Todavía recuerdo la mirada incrédula y doliente de un veterano de Malvinas que, en las adyacencias de la peatonal, desde un miserable monolito a los caídos en Malvinas observaba el espectáculo de neo colonialismo. Vayan a hablarle a él de batalla cultural.

Al finalizar la jornada volvimos a casa. Habíamos sido parte del primer mundo por unas horas. Del choque cultural conservamos un autógrafo que un soldado negro le garabateó a mi madre. Nunca supimos qué decía porque en nuestra familia, y en aquel entonces, apenas si estábamos escolarizados y dos palabras en inglés nos representaban lo mismo que hallar un pergamino con escrituras en sánscrito. En el barrio, el 2 de abril, sólo se hablaba de eso. Con el tiempo nos dimos cuenta de que la gloria no estaba tan lejos. Habíamos ido a aplaudir e idolatrar a soldados que venían de pelear en una guerra lejana y desigual. Vivíamos en un barrio que conmemoraba a otros combatientes, de una guerra cercana pero igualmente desigual.

El otro Kitty Hawk

En su imprescindible libro “Vietnam y las fantasías norteamericanas”, con un gran prólogo de Pablo Pozzi, el escritor estadounidense Bruce Franklin analiza cómo operan en el imaginario estadounidense los discursos hegemónicos que dan una visión distorsionada acerca de la guerra de Vietnam, ya sea aquellos discursos que parten de las acciones de gobierno como aquellos que se han robustecido a través de su difusión y subversión en el cine: rotular a los movimientos anti guerra como una mera expresión estudiantil y desconocer el rol del movimiento obrero; dejar entrever que la guerra no se ganó porque no se quiso (de este modo se minimiza la estrategia y la valentía del pueblo vietnamita); silenciar y negar el fuerte movimiento anti guerra que hubo dentro de las tropas norteamericanas y ocultar a la opinión pública el entramado político que llevó al sudeste asiático a sufrir muertes y atrocidades durante décadas.

Imposible leer el libro y que no resuenen discursos y acciones que hemos presenciado históricamente, sin pensar demasiado llegamos a las intervenciones en medio oriente. La construcción de una otredad amenazante, la tergiversación a la hora de justificar invasiones y guerras en territorios arbitrariamente declarados en conflicto social y político son una constante en las diferentes administraciones estadounidenses, sin distinguir demócratas o republicanos. Franklin ordena, esclarece, argumenta y sobre todo critica con una marcada línea ideológica.

Entre los innumerables casos de resistencia y oposición a la guerra de Vietnam, uno de los más salientes es el proceso de fragmentación que se dio entre la tripulación del Kitty Hawk, el portaaviones que había estado ocho meses navegando cerca de las costas de Vietnam. La organización anti guerra que había entre los tripulantes tenía incluso un periódico (el Kitty Litter) que llamaba a no intervenir en la guerra. En octubre de 1972, al ser ordenados a dirigirse hacia Vietnam para tomar parte del ataque al pueblo vietnamita, en lugar de regresar a Estados Unidos, la mayoría afroamericana que tripulaba el portaaviones comenzó una rebelión que concluyó con un boicot. El portaaviones abandonó la guerra y fue reparado en algún lugar de la costa californiana. La retirada del Kitti Hawk de la guerra de Vietnam fue un triunfo del movimiento marinero anti guerra, aunque lo que trascendió fue que debía someterse a tareas de mantenimiento.

Y para cerrar con el realismo mágico, y para reflexionar sobre el efecto y la durabilidad de las resignificaciones, pensemos en cómo el Kitty Hawk pasó en menos de veinte años de ser un emblema de la resistencia antibélica, antiimperialista, a un juguete de tilingos. Un majestuoso espejito de colores.

La historia es un bucle que debemos abandonar.

 
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