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La Izquierda Diario
7 de noviembre de 2014 Twitter Faceboock

Espacio Abierto
El paraíso
El Pichon
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De la ruta salimos caminando sobre las calles de tierra, avanzamos sin saber adónde ir. Pasadas las veinti tantas cuadras, nos topamos con el paraíso, era una playa de arena blanca y mar ondeado, no lográbamos entender como un lugar tan rico, no nos sacaba de tanta pobreza. Toqué mis bolsillos vacíos, mi cabeza llena de esperanzas. Tenía una vida en Buenos Aires trabajando, recolectando residuos y yendo a la cancha los domingos festejaba con el bombo y las trompetas, el aliento y el triunfo de mi pasión, de mi club.

Tuve que irme, no porque quise, los trabajos extras que hacía perjudicaban mi existencia, tener un arma no era lo mío. Pensando, caminando nuevamente veía las casas deterioradas, con personas trabajando sobre la tierra, cansados, gastados, con sus ropas de trabajo, apuñando un machete cortaban la maleza. Pensaba. Pensaba y seguía caminando como si tanto esplendor de hoteles me haría olvidar, hoteles con piletas y canchas de tenis, pensaba ¿de qué iba a vivir? Seguía caminando y al ver unas casitas, donde en la puerta un cartel decía SE BUSCA EMPLEADO entré por la puerta, corriendo la madera, haciendo un ruido molesto.

Un hombre de 60 años con su cara arrugada y ojos medio cerrados, con voz alta me preguntó,¿Qué necesitas? Ya pasaron dos años y sigo viendo este paraíso como un paraíso, pero mientras unos vivimos, con nuestro trabajo, arreglando camas, limpiando dormitorios, y cuidando los autos de lujo de algunos, con camionetas gigantes, con más de lo que podría juntar en una vida, éstos algunos disfrutan de su paraíso, comiendo camarones, tomando cervezas artesanales, con sus sombreros y sus oros colgando, cadenas, relojes, pulseras y hasta anteojos.

Como extraño mi otra vida, donde el dinero era costumbre, donde las noches frías y oscuras de mi ciudad, me acompañaban, cuando me divertía con mi nariz, metiendo y sacando cosas, pasando esas noches con Walter, sentado en la vereda de mi casa, con una mesa y una cerveza sobre ella, dándole pitadas a uno de los tantos cigarrillos de esa noche. Como lo extraño. Me levanto de la cama grande con colchón gastado, salgo por la puerta y camino, sigo caminando hasta ese paraíso de arena y agua, un mar enorme y frío, que me acepta, sigo caminando y el agua pasa de mis rodillas a mi pecho y de mi pecho a mi cabeza, que adentrado en esta inmensa pileta movediza, tomo conciencia, de que no sé nadar. (nunca quise aprender en esa pileta enorme con 25 mts, donde mi abuelo, un militar retirado con una pierna menos, quiso enseñarme como se hacía).

Ese fue el fín. Mi paraíso dejó de existir.

 
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