Este 19 de noviembre, como un hecho novedoso luego de casi treinta años, la izquierda obrera y socialista concentrará en la cancha abierta de Atlanta con un acto multitudinario. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores, tras sus seis años de existencia, se planta como la tercera gran fuerza política a nivel nacional. Y lo hace como alternativa ante las variantes capitalistas representadas por la coalición macrista de Cambiemos en el gobierno y la falsa oposición peronista, desde el massismo hasta el kirchnerismo. Estas fuerzas capitalistas, en complicidad con la burocracia sindical, han sido garantes y representantes de las multinacionales mineras y petroleras, los terratenientes y las cerealeras que no solo saquean nuestros recursos naturales sino que además no les tiembla la mano a la hora de jugar con la vida y salud de millones.
El derrame de agua cianurada en septiembre pasado en Veladero a manos de la imperialista Barrick Gold reactualizó la discusión sobre la amenaza de la megaminería. Pero Cambiemos busca destrabar más de 40 proyectos mineros a pesar de haber en el país 26 conflictos socioambientales por esta actividad y de que la imperialista canadiense haya protagonizado el peor desastre ambiental de la historia de la minería argentina con el derrame de cinco millones de litros de agua cianurada en septiembre del 2015. Y como si fuese poco, recientemente se descubrió un informe técnico del ministerio de Sergio Bergman en el cual se indica que en Argentina hay más de 322 proyectos mineros en distintos grados de avance, de los cuales 44 violarían la Ley de Glaciares, poniendo en peligro los recursos hídricos y la salud de los pueblos cordilleranos.
Por otro lado, se hicieron públicas las cláusulas secretas del acuerdo entre YPF y la imperialista yanqui Chevron, responsable impune del peor desastre ambiental en la historia de Ecuador. Tras darse a conocer los detalles de este acuerdo espurio, quedó en evidencia el complejo entramado de empresas offshore armado por la multinacional para protegerse ante posibles demandas legales, vulnerando cualquier tipo de soberanía sobre el manejo de los recursos naturales. Nuestro compañero Raúl Godoy, que ha venido enfrentando el fracking desde la banca y en las calles, y que por ello estuvo procesado un año, ha solicitado en la Legislatura de Neuquén, a través de un proyecto de ley, la anulación del acuerdo YPF-Chevron. A pesar de que el fracking (o fractura hidráulica) se encuentra prohibido (o cuenta con enormes trabas legales para su puesta en práctica) en los países imperialista de donde provienen las mismas petroleras que lo utilizan, se ha venido practicando en nuestro país desde el 2011 en provincias como Neuquén, violando la legislación indígena y el derecho a la consulta previa de los pueblos originarios en las zonas de extracción. Pero también se ha implementado en Río Negro y Chubut, y se ha promovido su desarrollo en provincias como Santa Cruz y Mendoza, e incluso en provincias sin antecedentes hidrocarburíferos como Entre Ríos.
A su vez, también vemos una ofensiva de imperialistas como Monsanto-Bayer en su intención de avanzar sobre la soberanía nacional a costa de la salud popular y el medioambiente. Recientemente la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria, cueva de mercenarios al servicio de Monsanto, Bayer y Syngenta, celebró 25 años de agromodelo contaminante profundizándolo con el lanzamiento de dos nuevos OVGM de la imperialista Dow Agroscience. Por otro lado, el macrismo busca sancionar una ley de semillas pactada con Monsanto a medida del agronegocio, tratando de finalizar el largo proceso de avance en el control imperialista de la cadena productiva de alimentos y así garantizarle una mayor porción de la renta agraria. La finalización de este proceso tiene como condición tanto la criminalización de la agricultura familiar como la criminalización de los opositores políticos a un modelo agroextractivista que condena no solo a los trabajadores rurales y pequeños campesinos a cada vez peores condiciones económicas y sociales, sino que también a la población de las zonas agrícolas a la proliferación del cáncer y otras enfermedades respiratorias asociadas a su paquete tecnológico.
Además, a comienzos de septiembre los partidos capitalistas de la Argentina aprobaron en bloque el Acuerdo del Clima de París, farsa monumental del imperialismo completamente incapaz de hacer frente a la barbarie ecológica a la que nos arrastra la economía capitalista. Este acuerdo que se propone contener el aumento de la temperatura promedio global del planeta por debajo de los 2° C contó con la participación de los monopolios responsables de las mayores emisiones de CO2 atmosférico desde inicios del neoliberalismo. Para restaurar el equilibrio energético planetario y estabilizar el clima en este siglo se habría requerido iniciar desde el 2005 un plan de disminución de emisiones de gases de efecto invernadero del 3 % anual, y si hubiésemos comenzado en el 2013 la disminución tendría que ser del 6 % anual. Pero el Acuerdo de París recién entraría en vigor en 2020 y no incluiría ninguna sanción para los capitalistas que no cumplan con el acuerdo, el cual a su vez no hace ninguna mención al remplazo de la energía producida con hidrocarburos por energía renovable. Es más, los niveles actuales de emisiones de gases podrían provocar una suba de la temperatura de 3° C. A esto se suma la reciente elección presidencial en Estado Unidos del populista de derecha racista, misógino y xenófobo Donald Trump, quién rechaza el Acuerdo de París desde posiciones negacionistas, lo que supone luz verde para las imperialistas responsables del cambio climático.
Y como si fuera poco, el propio Banco Mundial reconoció recientemente en un informe que a la Argentina la degradación ambiental le cuesta el 8 % anual de su PBI, en donde las principales causas serían la deforestación, la degradación de los suelos y la contaminación del aire, y en donde las inundaciones se imponen como el mayor “desastre natural” que amenaza a la Argentina, representando el 60 % de estos desastres y el 95 % de los daños económicos.
¿Quién pagará estos costos y a qué precio?
NO SON DESASTRES NATURALES, SINO CRÍMENES SOCIALES
Los capitalistas se refieren a los desastres naturales como si no tuviesen nada que ver con ellos. Por un lado, condenan al pueblo trabajador al más triste abandono. Con viviendas precarias, sin alcantarillado ni caminos, hacinados en la mugre de cemento, en ciudades-basurales o acorralados a las orillas de los ríos, los de abajo son castigados en su miseria con inundaciones y tempestades. Hoy las relaciones de explotación capitalista se han extendido como nunca antes en la historia, subsumiendo las más variadas actividades humanas y atrapando a más de tres mil millones de seres humanos a nivel mundial, constituyéndose la población urbana por primera vez en la historia por sobre la rural. Pero lejos de configurar un proceso homogéneo, el capitalismo ha sido incapaz de proletarizar al conjunto de las grandes masas que han sido expulsadas del campo, generando simultáneamente fenómenos masivos de desocupación, descomposición social y favelización de los grandes centros urbanos del mundo, cuyas villas miserias albergan hoy en todo el globo a más de mil millones de personas (mientras se estima que la población mundial total aumente a diez mil millones en las próximas décadas). La contracara de esto es el lujo descomunal de los sectores más privilegiados que concentran el poder económico y político. Dubai yace en el horizonte como un golpe burlesco a la dignidad humana. Mientras los capitalistas y su séquito de oficiales se reservan la seguridad y la comodidad, para el pueblo trabajador y pobre dejan el barro, la basura, el frío y la enfermedad.
Pero a su vez, los capitalistas nos condenan a los más insólitos crímenes sociales. Generan tal grado de destrucción del medioambiente que este se manifiesta con una ferocidad cada vez más sorprendente. El clima, aquel elemento que le dio a la humanidad la oportunidad de cultivar la tierra, es brutalmente alterado con permanentes cargas de desechos que son enviados a la atmósfera. Así, fenómenos realmente naturales como El Niño se intensifican de forma violenta condenando a unas regiones a ser azotadas por tormentas e inundaciones mientras que otras experimentan extensas sequías. Más aun, la ciencia ha venido describiendo cómo la permanente emisión de gases de efecto invernadero de la industria capitalista abre una espiral ascendente en el aumento de la temperatura promedio global del planeta, para arrastrarnos a un estado de resentimiento de la flora y la fauna a niveles jamás experimentados, amenazando la productividad agrícola con su disminución. El cambio en los océanos, producto directo de los elevados niveles de CO2 y de la sobrepesca, es mayormente ignorado pero amenaza la principal fuente de proteínas de la humanidad y la emisión del 30 % del oxígeno atmosférico. Así, a gran escala, la pérdida de biodiversidad pone en peligro el abrigo y el alimento.
Ante la ola de calor que sufrió una de las principales potencias regionales del mundo como Rusia en 2010, el gobierno de ese país impuso un embargo a las exportaciones de cereales que provocó el caos en los mercados de alimentos y una descomunal subida en el precio de la comida, trayendo consigo fuertes disturbios en Asia y África. Un malestar que desembocó posteriormente en lo que se conoció como la Primavera Árabe. Siria, que ya arrastraba desde el 2006 una prolongada sequía que quebró su base agrícola y ganadera, luego de cinco años de guerra civil e invasión militar extranjera, ofrece al mundo el espejo de un oscuro futuro. Hoy, ocho millones de sirios, el 35 % de su población, han sido desplazados vagando muchos por el mundo en condición de refugiados junto a millones más de África y Asia, continentes que dicho sea de paso se han convertido en los vertederos de chatarra electrónica del capital occidental. Entre las vastas extensiones de tierras y las maravillas de la tecnología, la clase capitalista logró convertir nuestro planeta en una sucia prisión.
ES EL CAPITAL
El capital no hace diferencias. Con el más impune interés de ganancia los capitalistas barren con todo. En Argentina ya no se conforman con la reducción de salarios o los despidos, también necesitan avanzar en desmantelar o bloquear cualquier tipo de restricción que les impida la destrucción del medioambiente.
En América Latina, con la megaminería destruyen montañas, ríos y glaciares, y los pueblos cordilleranos son condenados a la escasez o al envenenamiento con cianuro, y emerge el fantasma del despoblamiento. El capital baña los campos con agrotóxicos y con estos florecen también las enfermedades como el cáncer, las malformaciones y la muerte. En su desesperación por conseguir mayores recursos al menor costo posible, el capital penetra la roca de las profundidades fracturándola para extraer de ella hasta la última partícula de petróleo, emergiendo a la vez el gas metano que envenena las aguas de las napas subterráneas que consume la población. Si el capital ya no ve la suficiente ganancia con estas operaciones vuela rápido como la langosta en busca de otro lugar para depredar, pero sobre el agua y la tierra queda el cianuro, el metano, el glifosato y la muerte.
El capital necesita acabar con la biodiversidad para extender la frontera sojera o impulsar sus negocios inmobiliarios. En América Latina el agronegocio provocó el 70 % de la deforestación. En Argentina la cifra llegó al 88 % entre el cultivo comercial y la expansión de pastos. Por otro lado, el modelo neoliberal urbano, con sus proyectos de lujo y barrios privados, sacrifica bosques, reservas naturales o modifica los humedales y el curso de las aguas. Y con ese sacrificio el capital erosiona la tierra empujando a esta a vomitar el agua que no puede concentrarse bajo ella, desplazándose violenta con lodo y basura arrasando con todo a su paso.
Así es el capital. En su faceta extractivista ni siquiera deja empleo, solo saqueo, muerte y represión. Ningún país puede salir de su pobreza con el extractivismo. El pueblo saqueado es como un enfermo que es despojado permanentemente de sus fuerzas hasta que estas ya no le permitan siquiera ponerse en pie. Los capitalistas argumentan que todo esto lo hacen para crear empleo, para sacar a los de abajo del hambre y llevarlos al progreso, al desarrollo, pero aunque algunos gocen para sí de buenas condiciones económicas por un breve periodo, esto a la larga es efímero, pues el resultado final no es sino más hambre y más pobreza para el conjunto de la población. El caso catamarqueño es testigo: tras 20 años de explotación minera bajo el puño de Minera Aumbrera, la que consume el 85 % del total de la energía de la provincia, Catamarca no solo no conoció el desarrollo económico y social sino que protagonizó la triste cifra de ser la provincia con el mayor índice de beneficiarios por la asignación universal por hijo y con niveles de pobreza más altos que el promedio nacional. Aquí también los intereses particulares de los capitalistas se manifiestan como opuestos a los del conjunto de la sociedad.
El mismo capital imperialista que llevó al aumento de la temperatura promedio global de la Tierra por sobre la media de todo el siglo XX ahora nos ofrece el camino de una transición energética “verde” que no está dispuesto a recorrer hasta el final, a pesar de que en una década el Ártico se quedará completamente sin hielo por primera vez en cien mil años. El capitalismo es incapaz de llevar una sola de sus tendencias hasta el final. Tal como la industria petrolera no suprimió el uso del carbón, las energías renovables son incapaces de suprimir el uso de un combustible fósil que se impone desde las multinacionales petroleras más influyentes del mundo. Más aun, la propia norteamericana Exxon, que sabe del cambio climático desde comienzos de los años 80, ya había firmado un tratado con Putin en 2012 para extraer petróleo desde un Ártico que retrocede al ritmo del calentamiento global. El capital ve oportunidades económicas en la propia podredumbre del planeta.
Por eso el capital necesita también tener sus propios partidos políticos, ideólogos, grupos corporativos e instituciones de propaganda y represión, aquellos que garanticen el orden y la estabilidad suficiente como para que el capital pueda arrasar con toda tranquilidad hasta que no haya más para saquear.
QUE LA CRISIS LA PAGUEN LOS CAPITALISTAS
Pero los de abajo se organizan y movilizan. En Esquel, Mendoza, Famatina y Andalgalá lo hicieron y prohibieron la megaminería. No es solo un paso adelante elemental, sino el camino a seguir. Se pueden redactar y proponer leyes que beneficien al pueblo trabajador y su medio, pero si no se basan en la movilización real y activa no serán más que papel mojado. En las provincias de Tierra del Fuego, Chubut, Río Negro, Neuquén, Mendoza, Tucumán, San Luís y Córdoba ya no está permitida la megaminería. Pero el macrista de Sergio Bergman llama a “debatir” otra vez sobre “minería” en estas provincias. ¡Es necesario avanzar con la prohibición a nivel nacional!
No puede ser el pueblo trabajador ni su medio los que paguen los costos del desastre al que nos empujan los capitalistas. Son estos los responsables de la crisis ambiental en curso. Y no solo deben pagar los costos de la destrucción de las condiciones de vida del pueblo trabajador, sino que además deben ser desarmados para poder regenerarlas. Solo el pueblo trabajador puede ser el verdadero interesado en no dañar y restablecer las condiciones ambientales que le permitan su felicidad, progreso social íntimamente ligado a un vínculo racional y equilibrado con su medio.
En este camino es elemental la alianza de la vanguardia activa y combativa del movimiento obrero con las comunidades afectadas, para repensar la economía nacional hacia formas sustentables y realmente solidarias. En la economía nacionalizada, la calidad supone la democracia de los productores y de los consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa, cosas incompatibles con el régimen del capital. Para los trotskistas, marxistas revolucionarios, es el comunismo no solo el fin de la sociedad de explotados y explotadores, el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad, la sociedad de los productores libres asociados, sino que también es necesariamente un movimiento real que surge de las contradicciones del capitalismo que ha de restablecer el intercambio metabólico entre la sociedad y la naturaleza.
Es por eso que desde la base de importantes conquistas político-programáticas del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, pero con la intención de dar una respuesta más acaba a los problemas generados por la crisis ambiental a la que nos condena el capitalismo, desde el equipo editor de la sección Ecología y medioambiente de La Izquierda Diario, nos pronunciamos por:
PROHIBICIÓN DE LA MEGAMINERÍA EN TODO EL TERRITORIO NACIONAL Y EXPULSIÓN DE LA BARRICK GOLD Y DEMÁS MULTINACIONALES MINERAS
Reafirmamos la posición del Frente de Izquierda y de los Trabajadores de prohibir la megaminería a nivel nacional. Sobre la base de la renacionalización de los recursos naturales bajo control obrero y particularmente en defensa de los recursos hídricos, estamos por la prohibición de la megaminería (o minería a cielo abierto) en todo el territorio nacional y el uso de sustancias químicas contaminantes como el cianuro, el ácido sulfúrico, el mercurio, entre otras, en los procesos mineros metalíferos de cateo, prospección, exploración, explotación y/o industrialización (en el área de extracción) de minerales metalíferos obtenidos a través de cualquier método extractivo. Estamos además en contra de la minería que ponga en riesgo el ambiente glaciar y derroche los recursos hídricos, necesarios para la economía y la vida misma de las comunidades que habitan en amplias zonas del país. Exigimos que se aplique la Ley de Glaciares de manera inmediata, irrestricta y con pleno financiamiento. Así también estamos por la nacionalización bajo control obrero de la minería tradicional, y exigimos la expulsión de las multinacionales imperialistas como la Barrick Gold y la confiscación de sus bienes con el fin de remediar los daños causados por su desidia, tanto a las comunidades afectadas como a los propios trabajadores regidos bajo su control.
PROHIBICIÓN DEL FRACKING EN TODO EL TERRITORIO NACIONAL Y EXPULSIÓN DE CHEVRON Y DEMÁS PETROLERAS IMPERIALISTAS
Reafirmamos la posición del Frente de Izquierda y de los Trabajadores de prohibir el fracking petrolero a nivel nacional tal como lo señaló el compañero Nicolás del Caño en su proyecto de nacionalización de los hidrocarburos. Sobre la base de la renacionalización de los hidrocarburos bajo control obrero y la expropiación y nacionalización sin pago de todo el complejo petrolero y gasífero, desde la extracción hasta la refinación, y su puesta a producción bajo control de sus propios trabajadores, estamos por la prohibición del fracking en todo el territorio nacional. Proponemos la anulación del acuerdo YPF-Chevron, tal como señaló el compañero Raúl Godoy en la Legislatura de Neuquén, la expulsión de la imperialista yanqui y demás multinacionales petroleras, y la confiscación de sus bienes con el fin de iniciar un verdadero plan de reconversión hacia una matriz energética sustentable y diversificada, a través del desarrollo de las energías renovables y la reestatización de las empresas de energía bajo gestión de sus trabajadores en colaboración con comités de usuarios, como hemos planteado en nuestro proyectos legislativos.
INMEDIATA PROHIBICIÓN DE LAS FUMIGACIONES AÉREAS. EXPROPIACIÓN DE LA PROPIEDAD TERRATENIENTE Y RECONVERSIÓN PROGRESIVA DEL AGROMODELO SOBRE BASES SUSTENTABLES Y ECOLÓGICAS
Sobre la base de la expropiación de la mitad de las tierras cultivables (correspondientes a los principales cuatro mil terratenientes de la Argentina) y teniendo en consideración los terribles daños generados por el paquete tecnológico del modelo agroextractivista no solo en la salud de los pueblos fumigados del interior sino también en la propia sustentabilidad del suelo, reclamamos como medida de emergencia la inmediata prohibición de las fumigaciones aéreas. Este método, propio del modelo agrocapitalista petrodependiente basado en comodities, pone en peligro directo la salud de casi 13 millones de personas (casi un tercio de la población nacional) que viven en las ciudades rodeadas de los campos fumigados, generando que un 40 % de las muertes se deban a casos de cáncer, el doble del resto de la población.
Por atentar contra el derecho humano a un ambiente sano reclamamos la reducción progresiva del uso de agroquímicos del paquete tecnológico del agronegocio, hasta su eliminación total, desde los reconocidos por IARC-OMS como cancerígenos humanos grados 1, 2A y 2B, sobre todo el glifosato, exigiendo provisoriamente su reclasificación en etiqueta roja, prohibiendo su libre comercialización y aplicación dentro y en las cercanías de lugares poblados y escuelas; hasta los pesticidas considerados altamente peligrosos por OMS y FAO, los cuales muchos de ellos ya se encuentran prohibidos en sus países de origen, prohibiendo las fumigaciones a mil metros de escuelas y pueblos, la presencia y circulación de máquinas de fumigar (mosquitos) en zonas urbanas y la existencia de depósitos de agrotóxicos en el interior de pueblos y barrios de ciudades. Proponemos una ley de promoción progresiva del desarrollo sustentable del suelo.
Rechazamos la ley procáncer del FPV de Provincia de Buenos Aires (así como otras similares en el territorio nacional de otras fuerzas capitalistas) que buscan “cambiar algo para que no cambie nada” regulando un modelo antiobrero y antipopular que solo genera ganancias siderales para unos pocos a través del desempleo para muchos y el esparcimiento de muerte y enfermedad en la población.
También rechazamos la ley Monsanto de semillas del macrismo (y similares como la del massismo) que buscan avanzar sobre la soberanía nacional privatizando las semillas y criminalizando las economías agrícolas familiares y al activismo que denuncia el agromodelo. Rechazamos todo avance de las corporaciones, que mediante derechos de propiedad intelectual y tecnologías privativas, pretenden apropiarse de un medio de producción fundamental para nuestra supervivencia. Estamos por la expulsión de Monsanto y demás multinacionales del agronegocio, la expropiación de los grandes pools de siembra, así como de los monopolios cerealeros y aceiteros, los grandes capitales de la industria alimenticia, más la confiscación de sus bienes, y la nacionalización y estatización bajo control de los trabajadores de los bancos, para desarrollar un modelo nacional de agricultura basado en relaciones democráticas, solidarias, sustentables y ecológicas, en alianza con el pueblo trabajador del campo y la ciudad, y los pueblos originarios, preservando la salud de la población pero también la del suelo que nos da de comer.
CONSERVACIÓN, RESTAURACIÓN Y MANEJO SUSTENTABLE DE HUMEDALES Y BOSQUES NATIVOS Y DE LOS SERVICIOS AMBIENTALES QUE BRINDAN A LA SOCIEDAD
Los bosques contienen el 65 % de la diversidad biológica terrestre del planeta. Con ellos no solo desaparece esta diversidad sino que también desaparecen o se resienten algunos de los grandes servicios que brindan a la sociedad, ya sea como fuentes de proteínas y plantas medicinales, la conservación de las fuentes de agua, la prevención de inundaciones, la fijación de carbono y la protección de los suelos de la erosión. Los humedales actúan como reguladores naturales de crecidas y albergan gran parte de la diversidad biológica. La desaparición de estas funciones de los ambientes naturales, constituye un verdadero crimen social, cuyas consecuencias paga en primer lugar el pueblo trabajador. La deforestación y la concentración de la tierra en pocas manos ha causado, además, el éxodo de los pequeños productores que ven imposibilitada su forma de vida.
Considerando que el modelo agroextractivista ha conducido a la pérdida de biodiversidad dentro de nuestro país, poniendo en riesgo servicios como la protección contra la erosión y la regulación del ciclo del agua, y que esta pérdida llevó por ejemplo a que entre 2002 y 2006 desaparecieran 300 mil hectáreas de bosques al año, equivalente a 15 veces la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, nos pronunciamos por la aplicación irrestricta en todo el territorio nacional de la ley de bosques con pleno financiamiento y el rechazo a los ordenamientos provinciales que no aseguren su conservación y restauración.
Por el mismo motivo, apoyamos la inmediata sanción de una medida similar destinada a la protección de los humedales. Promovemos la expropiación de grandes terratenientes para la creación de parques y reservas naturales, que integren a las comunidades locales en su manejo y no sean concebidos sólo con fines turísticos. Promovemos además la restauración ecológica de los ambientes degradados por la avaricia de grandes propietarios, empresarios inmobiliarios y pooles de siembra quienes, a través de impuestos progresivos y en una transición a la completa expropiación, deberán costear los gastos de la ejecución de esta restauración y de investigación en el tema.
Rechazamos el negocio inmobiliario que juega con la vida del pueblo pobre y trabajador, el cual cuenta con millones de familias en emergencia habitacional. Proponemos un plan nacional de obras públicas bajo control obrero y organizaciones barriales, financiados a través de impuestos progresivos a las grandes fortunas, para dar respuesta a esta problemática sobre la base de una planificación habitacional sustentable que proteja los servicios brindados por la biodiversidad como la protección contra la erosión y la regulación del ciclo del agua para no tener inundados nunca más.
ESTATIZACIÓN BAJO CONTROL OBRERO Y RECONVERSIÓN DE LA INDUSTRIA SOBRE BASES SUSTENTABLES. FIN DE LA OBSOLESCENCIA PROGRAMADA
La producción capitalista es incapaz de satisfacer en el fondo las necesidades sociales. Todo el aparato productivo al constituir una cristalización de la anarquía de la economía capitalista se ha desarrollado con el único fin de satisfacer la sed de ganancia del capitalista individual a costa de la miseria y explotación del pueblo y la destrucción de la naturaleza. La competencia entre diferentes empresas a la búsqueda de ganancia, la desigualdad de desarrollo entre los distintos sectores de la economía, el atraso de ciertos campos, la apropiación de fuerza humana, todo ello encuentra en la técnica una expresión de “hierro y bronce”. Fenómenos como el de la obsolescencia programada son la manifestación más clara del carácter reaccionario de la producción capitalista moderna. La vida útil de un producto ya no se corresponde con la necesidad de su uso, sino con la necesidad de sostener el mercado. Y esto está determinado conscientemente por los capitalistas.
El capital imperialista genera 50 millones de toneladas al año de residuos que acaban en gran medida en vertederos de países oprimidos. Hasta hace poco era en Asia, China o India, donde terminaba el 70 % de la basura tecnológica, pero en los últimos años el vertedero lo han movido a África, sobre todo a Ghana y Nigeria, con desechos electrónicos que contienen sustancias y materiales químicos peligrosos que suponen serias amenazas tanto para las personas como para el medio ambiente, con altos niveles de plomo tóxico, cadmio, ftalatos DEHP y DBP o dioxinas cloradas que están relacionadas con el cáncer.
En Argentina se pasó de las 80 mil toneladas a nivel nacional de desechos electrónicos en 2009 a las 120 mil en 2011. El reciclaje así se muestra incompatible con el mercado capitalista. Hay que atacar la raíz del problema. Pero mientras la maquinaria estatal de la opresión de clase puede ser destrozada por un golpe revolucionario, la maquinaria productiva de la anarquía capitalista sólo puede ser reconstruida en forma gradual. En ese camino proponemos la estatización bajo control obrero y la planificación nacional y centralizada de la actividad industrial, más el monopolio del comercio exterior, para desarrollar en el marco de una transición una producción sustentable que disminuya paulatinamente la generación de desechos y basura electrónica. Proceso en el cual es indispensable la democracia de los productores y consumidores, en donde la repartición de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados apunte a disminuir la jornada laboral al mínimo posible, y se garantice el salario mínimo equivalente a la canasta familiar.
UNA ALTERNATIVA OBRERA, SOCIALISTA E INTERNACIONALISTA
Pero todas estas ideas puestas en práctica no resolverán de fondo ninguno de los problemas mencionados si no se ejercen a nivel internacional. Por eso, los militantes del Frente de Izquierda y de los Trabajadores no nos conformamos con levantar una vos anticapitalista en el plano nacional, sino que en consecuencia con el desafío que nos impone el capital imperialista y la crisis económica y ecológica a la que nos arrastra, nos organizamos para unir a los trabajadores y oprimidos del mundo en esta perspectiva.
La clase capitalista, que controla las fábricas y todos los medios de producción dotados de colosal poder contaminante, revela su quiebra histórica como clase dirigente: en nombre del lucro y de la llamada “reducción de costos”, contamina permanentemente empujándonos a la miseria y conduciéndonos hacia la barbarie ambiental.
En cambio, el pueblo trabajador, acaudillando a los oprimidos del mundo, es la clase ecológicamente revolucionaria que puede pasar a controlar democráticamente los medios de producción del mundo, transformándolos naturalmente en propiedad de todos. Así se eleva como el sujeto social internacional capaz de replantear la relación del ser humano con la naturaleza fuera de los marcos de la alienación y del fetiche del dinero.
* El equipo editor de la sección Ecología y medioambiente de LID está compuesto por Ramiro Thomás, Andrés Arnone, Santiago Benítez, Sebastián García y Roberto Andrés.