Haces unos días, el ministro de Ciencia y Tecnología Lino Barañao dio una entrevista en TN en la que dejó caer algunas definiciones significativas.
Unas, más inmediatas, apuntaron a crisis de presupuestaria del sector de Ciencia y Técnica luego del recorte propuesto por el gobierno de Cambiemos para 2017. Lejos de exigir mayor presupuesto, el ministro se mostró conforme con el mismo, señalando su intención de terminar su mandato, afirmando –a tono con el macrismo– que el presupuesto es un “juego de suma cero”, y que debe estar orientado hacia actividades “viables”. Asimismo, explicó que “casi la mitad del presupuesto va para el financiamiento de empresas ‘innovadoras’”. Políticamente, afirmó que ambas administraciones, la de Cristina Kirchner y la de Macri, tienen el mismo objetivo hacia el área: generar “resultados” (lease, “valor”, para la producción del sector empresarial), y que la clave pasa por “atraer inversiones”. En definitiva, “la demanda es similar” (Barañao dixit): ciencia como mercancía y los mismos criterios presupuestarios.
Biomedicina y neurociencias
Pero Barañao también dejó otra inquietante definición: una de las tres principales prioridades para la Ciencia y Técnica argentina pasaría, según el plan estratégico del ministro, por “captar inversiones” ofreciendo la “cadena de producción de fármacos”: “Hay ensayos clínicos que se hacen con total rigurosidad en nuestro país y que después las compañías utilizan para validar sus productos. Queremos armar toda la cadena”.
Con esto, se van reuniendo las piezas de un rompecabezas del que recientemente se dió a conocer –esta vez junto con el proyecto del presupuesto 2017 para la CABA– una ficha clave: la transformación de los hospitales neuropsiquiátricos Borda, Moyano y Tobar García, en “en hospitales de neurociencias” formando así un “polo de neurociencias”, que se sumaría así a los ya anunciados “polo farmacológico” y “polo tecnológico”, todos situados en un eje que recorre el sur de la ciudad.
No es muy difícil encastrar las piezas: estos centros manicomiales, ahora bajo el nombre de “hospitales de neurociencias”, estarán orientados a la producción de psicofármacos para capitales multinacionales con destino a nivel mundial, con el marco más general de las “neurociencias” como validación “científica”. Se trata, al igual que la emergencia de este campo disciplinar, de un fenómeno mundial promovido por el gran capital, inseparable de la matriz neoliberal en la que surge, bien descrito por la socióloga de la ciencia Hilary Rose y el neurobiólogo Steven Rose:
“La globalización es también la clave del éxito de la gran industria farmacológica, cuyas doce mayores compañías tienen un beneficio anual combinado de 480 billones de dólares y alcance global, continuamente relocalizando actividades de investigación y pruebas clínicas. Los costos crecientes de las pruebas clínicas en occidente y la dificultad de encontrar sujetos que no hayan sido tratados con drogas similares ha llevado a estas compañías a tercerizar las pruebas clínicas en países pobres. Esto ha sido bienvenido por los gobiernos neoliberales del este europeo buscando atraer inversiones. Estonia, por ejemplo, publicita su población educada y ‘science friendly’ como ideal para las pruebas de drogas.” (Genes, cells, and brains, Cap.1, Verso, Londres, 2015. Traducción nuestra).
Argentina como país barato y con población adecuada para validar el negocio de la medicalización y normalización de la salud mental, tal sería entonces la traducción de la estrategia propuesta por el ministro.
Continuidades y rupturas
Acá encontramos una continuidad con el ciclo kirchnerista, el cual dio lugar y recursos en nuestro país a la proliferación del otro fenómeno mundial íntimamente ligado a aquel: el auge de las neurociencias, promovido por capitales imperialistas (fundamentalmente EEUU y UE), con figuras emblemáticas autóctonas como Diego Golombek –devenido parte del consejo de asesores de Macri– y Facundo Manes.
Esta avanzada aparece encarnada, ahora en el plano político, con la emergencia en la política de Facundo Manes, que ya había sido nombrado como “asesor en el desarrollo del capital mental” del gobierno de Vidal, y ahora se perfila como el principal candidato de Cambiemos para las elecciones clave de 2017.
Los intereses que asoman detrás de Barañao y Manes son ni más ni menos que aquellos de los capitales imperialistas de la industria psicofarmacéutica y, directamente… la embajada de EEUU. No sorprende, entonces, que uno de los invitados principales a la cena de gala organizada por la Fundación Ineco hace unas semanas haya sido, entre una miríada de dinosaurios noventistas, los popes de la burguesía autóctona, el elenco principal de Cambiemos y el presidente de la corte Lorenzetti, el embajador de los Estados Unidos, Noah Mammet. Por cierto, la “embajada” es uno de los auspiciantes pricipales está detrás de una entidad difusora de las neurociencias aplicadas a la educación de alcance nacional: Educando al cerebro.
Resumiendo, la avanzada manicomial en clave neurociencia propuesta por el tandem Barañao-Manes está motorizada por el avance de políticas neoliberales de la mano de intereses del capital imperialista y sus socios locales. Solo desde una perspectiva anticapitalista pueden develarse los intereses que se juegan, transversales -como se ve- a distintos gobiernos. La urgencia pasa ahora por la organización de una resistencia que oponga un programa socialista, distinto al mero lucro y la "atracción de inversiones", para la salud, la educación y la ciencia.