Cuando todos esperaban una renuncia del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, tras la nacionalización del conflicto de los investigadores de CONICET, la última semana del 2016 trajo la primera baja del Ejecutivo, pero en otro frente: el Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas.
Mauricio Macri renunció a Prat Gay para nombrar al “ignoto” Nicolás Dujovne en Hacienda y al secretario de Finanzas Públicas, Luis Caputo, en un nuevo organismo para esa área, en un desglose adicional del ex ministerio de Economía.
Lejos de tratarse simplemente de una riña por el revés que sufrió el Gobierno con el Impuesto a las Ganancias aplicado al salario (luego revertido parcialmente gracias a los servicios de las cúpulas sindicales), la salida de Prat Gay es una bisagra del año “de transición”, como es llamado por el oficialismo.
El Gobierno de los ricos y para los ricos se encuentra con la necesidad de dar respuesta en simultáneo a una economía en recesión, un ajuste insuficiente a los ojos del poder económico, la falta de un plan claro, las tormentas externas y la creciente frustración de las ilusiones de muchos sectores populares.
Un pariente de un asesor de Donald Trump al frente de Hacienda y un amigo de los fondos especulativos internacionales en Finanzas debe leerse como un claro gesto para saciar las necesidad de respuesta del arco empresario, ante los preocupantes números del año que cierra. Pero también es una señal, una suerte de “pagaré”, para que el capital financiero siga bancando al Gobierno en su propósito de llegar con chances a la elección de octubre.
Mensajes para Trump y Wall Street
Mauricio Macri, tal como hizo Néstor Kirchner, se erigió como su propio ministro de Economía. Por ende, es enteramente responsable de la recesión que atraviesa el país.
No obstante, algún fusible tenía que saltar. Y qué mejor que el funcionario que más incómodo estaba dentro del gabinete de los CEO, cuyas querellas con Federico Sturzenegger y Marcos Peña alcanzaron estado público.
Nicolás Dujovne, vinculado de cerca a la banca y al entorno político del Ejecutivo, ha ganado visibilidad mediática en el último tiempo con un programa televisivo en TN y sus columnas en el diario de los Mitre. Aun así no deja de ser un “ignoto” que recibe en sus manos la mitad del poder (en el mejor de los casos) que tenía Prat Gay. El nuevo ministro de Hacienda es probable que sea más utilizado para intentar actuar como interface con Donald Trump, que para guiar la política económica. Se trata, en este sentido, de una improvisada "defensa" para lo que pueda ocurrir tras la asunción del nuevo presidente yanqui.
Dujovne, además, reúne otra condición. Desde sus columnas fue un crítico (claro que moderado, dentro de los lineamientos de Cambiemos) del “gradualismo” fiscal, planteando (aunque bajo eufemismos) la perspectiva de cambiar la relación de fuerza entre las clases sociales en favor del capital: bajando costos laborales, flexibilizando más el trabajo, racionalizando el empleo público y la bajando impuestos. Incluso habló de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
“El programa inicial debe ser continuado por otro que defina la gestión ya no por la negativa, sino por determinados objetivos concretos y por una descripción metódica acerca de cómo serán alcanzados”, decretó en su última columna del martes 20 de diciembre en La Nación.
Música para el oído de los empresarios y el capital financiero internacional. Es en gran parte música del futuro, para 2018, porque para que alguien la escuche el Gobierno tiene que ganar las elecciones en 2017.
Macri tampoco podía cortar los fluidos vínculos que construyó con el capital financiero internacional y su meca de Nueva York. La continuidad de Luis Caputo (recordemos que también es un ex JP Morgan y Deutsche Bank) y la elevación de su cargo al rango de ministro atienden la acuciante necesidad de financiamiento que tiene el Gobierno hacia el año que pronto se inicia. Se estima que de mínima se necesitarán U$S 30 mil millones de financiamiento. Tan pronto como en abril el oficialismo enfrenta el vencimiento de U$S 7.000 millones de Bonar X, el más alto en la historia de endeudamiento argentino. Una tarea nada fácil en tiempos de fortalecimiento del dólar y salida de capitales de los denominados “países emergentes”.
La “revolución de la alegría” no llegó al bolsillo
Para una mayoría social, los asalariados, los jubilados, el pueblo trabajador en general, a los regalos de navidad y a la cena de fin de año se llega con poca “alegría". La inflación cabalgó en un promedio anual de más del 40 % y, si bien se mantienen algunos paliativos como los planes de compras en cuotas y magros bonos de fin de año para los trabajadores de convenio, los jubilados y la Asignación Universal por Hijo, no caben dudas de que las cuentas no cierran para el bolsillo.
Es que la pérdida del salario real llegó a ser de alrededor de 10 puntos porcentuales a mediados de año para los trabajadores registrados y en diciembre será superior al 5%. Aunque la brecha se haya reducido, lo que se perdió de un lado, otros (los empresarios) lo ganaron. Para los trabajadores informales -más de un tercio de los ocupados- la licuación del salario es sin duda más elevada, y las consecuencias, más profundas. Anótese también en ese renglón la pelea por los tarifazos, y táchese la doble. El año que viene hay previstos mayores incrementos.
Los trabajadores “privilegiados”, aquellos que apenas se acercan o están por debajo de lo que cuesta la canasta familiar (más de $ 20.000) que permite llegar apenas a fin de mes, y cobran más de $18.800 netos por mes (o $25.000 si son casados con dos hijos), esperaban liberarse parcialmente de este impuesto injusto e indebidamente aplicado al salario. La promesa de campaña de terminar con el impuesto al salario fue sólo marketing al estilo Durán Barba.
El revés que sufrió el gobierno en el Parlamento con el proyecto votado por la oposición en la Cámara de Diputados que hubiese significado un incremento del mínimo no imponible de 47% (aunque dejaba a un millón de trabajadores pagando el impuesto al salario), fue revertido parcialmente.
La burocracia volvió a intervenir y “ahora menos” es la consigna que graficaría a la nueva tregua de la cúpula sindical con el gobierno, que pactó un incremento del 22,8% del mínimo no imponible, quién sabe si superior o inferior a la futura negociación paritaria. Para la moderación de una iniciativa de la oposición de ya por sí moderada, Cambiemos contó también con la colaboración del Frente Renovador y parte del Frente para la Victoria.
La “moderación” de Prat Gay
¿Gradualismo? Preguntaría un conjunto de trabajadores, los más de 200 mil despedidos y los cientos de miles de suspendidos en distintos ámbitos de la industria, los servicios, el empleo público. Estos vivieron en carne propia un rasgo típico de una política “de shock”, con la complicidad de las cúpulas sindicales que no han llamado a un solo paro general, ni siquiera cuando fue vetada la Ley Antidespidos. En contraposición, la lucha de los trabajadores de CONICET le imprimió un quiebre a este fin de año de tregua, marcando una clara referencia de oposición al ajuste y los despidos.
“Gradualismo, sí”, responde a su turno la ortodoxia y gran parte del establishment financiero, para quien, aunque en veredas opuestas, también consideran que el año económico estuvo por debajo de las expectativas. Es que la reducción del déficit fiscal, principal variable que miran para saber “hasta cuando” puede el Estado soportar con endeudamiento una economía en recesión, no fue un objetivo cumplido por la gestión de Prat Gay. En once meses el déficit primario se acrecentó 69% y a ello debieron atenerse las metas presupuestarias.
“Gradualismo, sí”, repiten. Porque el ajuste, la devaluación, el arreglo con los fondos buitre, no fueron a su entender señal suficiente para que lleguen inversiones productivas. En palabras del economista Alejandro Bercovich, la lluvia de inversiones fue una ilusión, y si la recomposición de la rentabilidad capitalista no logró seducir el corazón de las patronales, el escenario crítico que plantea la economía mundial con victoria de Trump mediante, enturbia aún más los planes macristas de “insertarse al mundo”.
“Gradualismo, sí”, reiteran para caracterizar el año que transcurrió. Porque el gobierno de los CEO debió habilitar en reiteradas oportunidades partidas extraordinarias para contener los reclamos de los sectores populares y de desocupados afectados por la carestía de vida. En lo fundamental, su plan político y económico no pudo trastocar la relación de fuerzas con el pueblo trabajador que se abrió desde el 2001 (no es casual el fantasma de Fernando de la Rúa que parece persigue a Macri), aunque apostó a abrir sus grietas a cada oportunidad que se presentó, en una apuesta de corrosión permanente.
¿Era Prat Gay un verdadero rostro heterodoxo y gradualista del equipo económico de Cambiemos? Sin dudas, como buen producto de la banca internacional empleado de la JP Morgan, sus medidas se orientaron a favorecer a los grandes grupos económicos, lo que matizaría la primera afirmación. Sin embargo, para el gobierno, desvincular a Prat Gay es sortear las acusaciones de los sectores recalcitrantes que piden más ajuste y que lo tildan de tibio.
No obstante, no debe entenderse el cambio ministerial necesariamente como un cambio de rumbo en materia económica. Por el contrario, esto sería caer en el engaño. El 2017 será un año atravesado indefectiblemente por la batalla electoral legislativa, y si bien se terminó la efusividad por sostener el consumo y apuntalar a la economía mediante la obra pública, asistir a una política demasiado ofensiva hacia la clase trabajadora y en las cuentas fiscales sería tirarse un tiro en el pie.
Pero el 2017 también será un año atravesado por la incertidumbre del escenario internacional. Es sabido el empeoramiento de las condiciones que la victoria de Trump en Estados Unidos y la crisis brasileña significan para el ya escaso margen de éxito del plan estratégico del macrismo, en relación al costo del endeudamiento y el manejo del tipo de cambio y la política monetaria. No debe descartarse entonces, que las medidas del magnate norteamericano obliguen al gobierno argentino a "apretar el gatillo". |