Pues amarga la verdad,
quiero echarla de la boca;
y si al alma su hiel toca,
esconderla es necedad.
Francisco de Quevedo
Es antípoda de su padre, el gran León Rozitchner, uno de los pensadores marxistas más lúcidos que ha tenido la Argentina contemporánea. Cada vez que abre la boca comete un parricidio ideológico. Su deriva hacia la derecha parece no tener fin. Así se asegura ser noticia, y cosechar la fama mediática que su progenitor siempre despreció. El suyo es un pensamiento light y express, siempre al servicio del poder, siempre funcional a sus intereses.
"Los docentes gustan decir que quieren que sus alumnos desarrollen pensamiento crítico, como si lo más importante fuera estar atentos a las trampas de la sociedad", se lamentó Alejandro Rozitchner recientemente. "¿Cómo hacemos que la educación les sirva a los chicos? ¿Cómo hacemos para que la educación les dé a los chicos algo que los haga más felices, capaces y productivos?", se preguntó el gurú del PRO. "Lo que propongo es que los docentes asuman el desafío de desarrollar el entusiasmo de sus alumnos", porque "lo más valioso es que uno pueda querer algo. Entusiasmarse, las ganas de vivir, son más importantes que el pensamiento crítico", remató el mercachifle de los talleres de entusiasmo.
Alejandro Rozitchner es un intelectual panglossiano y fukuyamiano: cree que la Argentina de Macri es el mejor de los mundos posibles, y que las ideologías están muertas (salvo el neoliberalismo, la suya, que según él no lo sería). Optó por tomar la píldora azul en vez de la roja (al revés de Neo en Matrix), y quiere que el resto del país lo secunde en su elección. Es parte del rebaño y se esfuerza a conciencia en engrosarlo.
Echemos mano a ese infalible método de refutación que es la reductio ad absurdum: ¿hubiese habido Revolución Rusa sin pensamiento crítico? Evidentemente no. Pero busquemos, mejor, un ejemplo más políticamente correcto, así las luminarias del PRO no se escandalizan tanto: ¿las Trece Colonias de la Norteamérica inglesa se hubieran constituido en United States of America (la primera república de nuestro continente) si Jefferson, Madison, Franklin, Adams y otros padres fundadores no hubiesen retratado sin ningún optimismo, y cuestionado sin concesiones, el viejo orden colonial en sus escritos polémicos? Indudablemente no. Otro botón de muestra, más cercano a nosotros: ¿acaso hubiese habido Revolución de Mayo sin pensamiento crítico? ¿Las provincias del Río de la Plata hubiesen declarado su independencia en 1816 si intelectuales ilustrados como Belgrano, Moreno, Castelli y Monteagudo no hubiesen abonado el terreno con el pesimismo, corrosivo y fecundo a la vez, de su inteligencia? Por supuesto que no. Como está a la vista, la cruzada neoconservadora de Rozitchner contra el pensamiento crítico no resiste ningún análisis serio. Es pura cháchara para la tribuna de los medios hegemónicos de masas.
Demos otro paso más en nuestra tarea de deconstrucción. La luminaria del macrismo pone en el banquillo de los acusados a la crítica, y se queja de que haya tantos docentes e intelectuales que la cultivan. ¿Acaso la crítica de la crítica no es una forma subrepticia de crítica? ¿Denunciar y quejarse de que ella tenga muchos cultores en la escuela y la academia no es un modo inconfesado de pesimismo? Rozitchner es deshonesto, tanto en términos intelectuales como políticos. Hablando en criollo, saca los pies del plato y no se hace cargo de su jugada. Eso es trampa, aquí y en todas partes. Finge una neutralidad imposible. Nadie puede polemizar sin ideología.
Rozitchner, por lo demás, en su afán de llevar agua a su molino, confunde dos clases completamente distintas de optimismo: el de la inteligencia y el de la voluntad. No criticar la realidad social que nos ha tocado en suerte es un acto supremo de estulticia, y nada provechoso cabe esperar de él. Debemos ser pesimistas (no complacientes) cuando pensamos la economía, la política y la cultura del aquí y ahora. Debemos ser realistas y críticos cuando hacemos uso de nuestro raciocinio de cara a la sociedad y sus problemas. El optimismo que se necesita (Gramsci y Mariátegui nos lo enseñaron) es el de la voluntad y el del ideal, no el de la inteligencia. La inteligencia, si no quiere traicionarse a sí misma y pervertirse, tiene que ser pesimista, es decir, realista y crítica. Sin diagnósticos honestos, no hay remedios eficaces, ni en medicina, ni en política.
Para un burgués pragmático y utilitarista como Rozitchner, hacer o actuar son siempre sinónimos de producir, en el sentido capitalista del término. En su universo mental mercantilizado, no hay lugar alguno para otros modos de hacer o actuar. Resistir, protestar, luchar, rebelarse, no caben en su cabeza obtusa de filisteo biempensante. Problema de él, no nuestro.
Tomemos, pues, la píldora roja, y que Rozitchner Jr. se vaya al diablo con toda su sofistería posmoderna en pro del status quo. Seamos pesimistas y críticos cuando pensamos, y optimistas y entusiastas cuando actuamos (luchamos) en pos de nuestras utopías, tan diferentes a sus globos.
Y si nuestras utopías, para crecer, necesitan que pinchemos los globos multicolores del PRO, que así sea. Bienvenidos los alfileres. Cuando la fiesta es para pocos, ser aguafiestas es no sólo un derecho, sino también una obligación, aunque el gran filósofo de la buena onda, contradiciendo lo que pregona, no se entusiasme ni un poquito, y con acritud nos critique. |