Luz limpiaba su habitación. Era un caluroso 10 de enero de 2007 en Los Hornos. La tierra del piso de madera se levantaba y ella con la escoba en mano la hacía bailar de un lado al otro. Mientras, recordaba la noche anterior: había estado jugando hasta tarde con sus hermanos, Jere de 15 años y Juampi de 12. Se reía sola pensando cómo cantaban y los chistes que se hacían recostados en la cucheta.
Un ruido de palmas en la puerta, seco e invasivo, resonó en la casa y en su mente. Sus pensamientos se interrumpieron, escuchó los pasos de su mamá, voces afuera, no le dio importancia.
Vino la Policía y le dijo a mami que tienen un cuerpo de un señor Adrián de 21 años y que capaz que es Darian- dijo el Bebo, que es el hermano más chico y siempre andaba atrás de Alicia. Por eso sabía todo.
Luz, con sus 14 años, intentaba entender lo inentendible. “No. No puede ser, si yo ayer a la tarde lo vi en la casa de Yami, cuando salió con Valen con el cochecito a pasearlo”. Su hermano mayor, ese flaco, alto, de pelo largo que jugaba con ella como si fuera un nene, fue detenido, torturado y asesinado por el sargento Santiago Regalía dentro de un patrullero cuando era trasladado a la Comisaría Tercera de Los Hornos.
Darian Barzábal. 17 años. Lo mató la Policía. Luz comprendería con el paso de los años que no era un hecho aislado, no fue un error, fue el aparato represivo del Estado. A diez años, Darian muere todos los días, cada 25 horas en manos de la gorra del gatillo fácil.
Los hechos
El 10 de enero de 2007 el funcionario policial Luis Doratto se comunicó con la Comisaría Tercera de Los Hornos para reportar un robo en su domicilio particular. Allí acudió un patrullero con los sargentos de la Bonaerense Christian Gutiérrez y Santiago Regalía a bordo. Al llegar encontraron a un joven esposado y golpeado, al que detuvieron.
La situación continuó dentro del vehículo policial, cuando Santiago Regalía puso en práctica un “protocolo” habitual en las fuerzas de seguridad argentinas. Una sesión de tortura, con sucesión de golpes, quemaduras, amenazas y un tiro en la cabeza. Eso fue lo que Darian recibió por parte del sargento, que ejerció como juez y verdugo, amparado en un Estado que desde siempre, y sean del color que sean los gobiernos, sostiene la conducta represiva sistematizada.
Darian, agonizante, fue trasladado a la Tercera, donde entró en escena el teniente Iván Martínez, jefe de la guardia, quien plantó un revólver calibre 32 dentro del móvil para simular que el joven estaba armado, decir que hubo un forcejeo y lograr una probable defensa de los agentes. Desde allí, y luego de más de una hora con el joven agonizante en la parte trasera del patrullero parado en la puerta de la comisaría , el traslado hacia el Hospital San Juan de Dios fue lento y pausado, para dar tiempo a una resolución injusta, pero habitual.
La investigación del caso comprobó que Darian no portaba arma, no forcejeó con los policías y si recibió un disparo mortal, luego de que Regalía apoyara el arma 9 milímetros en su nuca. Varios años después el único juzgado y sentenciado por este crimen fue el sargento que lo ejecutó. Ninguno de sus cómplices y colaboradores necesarios fueron tomados en cuenta por la justicia.
¿Quién era Darian?
Como muchos pibes de Los Hornos: iba a la escuela, trabajaba en un lavadero, le gustaba jugar al fútbol con sus amigos y esperaba cumplir los 18 años para donar uno de sus riñones a su madre.
Cuando recuerda a su hermano, Yamila vuelve a tener 22 años. “Mi vieja falleció hace cuatro años y ella siempre decía que le sacaron esa oportunidad de poder vivir más, y también a él de poder hacer lo que siempre decía, que cuando cumpla 18 años se lo iba a donar”, dice y recuerda que Darian ese mismo año, “el 11 de marzo, cumplía 18... ¡Es una cosa de locos!”.
Darian era fanático del pincha en una casa en la que todos eran del lobo, eso no le impidió festejar el 7 a 0, correr de una esquina a otra y cargar a su mamá. También él jugaba a la pelota, lo habían llamado de Estudiantes, se había probado en Gimnasia, y jugaba en el club San Carlos de Los Hornos. “No sé si por una cuestión monetaria o por tiempo que no se lo llevaron pero a él lo pidieron, o sea tenía posibilidades como jugador, quizás podía haber llegado lejos”, trata de imaginar su hermana mayor un futuro que fue arrebatado.
Cuando lo mató la Policía él vivía en la casa de Yamila, también en Los Hornos, era padrino de uno de sus hijos, Valentín, y quería estar con su sobrino por eso se mudó con ellos. “Siempre que iba a hacer mandados se lo llevaba, lo veía que lloraba y él enseguida lo agarraba a upa y se iba a dar vuelta manzana hasta que se dormía, lo amaba”, recuerda.
Cocinero de los mejores guisos y de las mejores tortas fritas, era un chico más en la casa. Así lo describe Luz, que lo veía como “muy grande”, quizás porque era alto. “Me acuerdo de los juegos que él nos hacía a nosotros que éramos los más chicos, teníamos un libro que mi vieja había comprado y estaban todas las capitales de América y él nos decía: les doy media hora para que se las memoricen y cuando yo vengo quiero por lo menos que me digan el nombre de tres capitales de los países que les pregunte; gracias a ese juego yo ahora me sé todas las capitales”.
Entre sonrisas y lágrimas, las hermanas de Darian recuerdan que le gustaba la cumbia, escuchaba Damas Gratis y Néstor en Bloque, los días de lluvia le gustaban los juegos de mesa, los mates, los partidos de truco y de chinchón. Mientras Yamila se emociona, Luz da de amamantar a su hijo, parece chica, pero sus ojos son fuertes. “Yo siempre dije, me arrebataron a mi hermano mayor, el mejor que pude haber tenido, por eso odio tanto a la Policía y la voy a odiar toda mi vida. Como digo siempre, les clavo el visto, pero no en azul, sino en negro”, grafica.
Barriada y represión
El 11 de enero de 2007 el barrio de Los Hornos se levantó contra esa comisaría, que desde hacía tan sólo cuatro meses también era la encargada de “investigar” la desaparición de Jorge Julio López, siendo sospechada justamente de tener mucho que ver en ella. Una movilización convocada por la familia de Darian terminó en una violenta represión.
Familiares, vecinos, organizaciones de derechos humanos, sociales y políticas se enfrentaron con un operativo de cerca de mil efectivos montado por la Bonaerense, que incluyó balazos de goma, detenciones, caballería y hasta un helicóptero.
La mayoría de los que protestaban eran pibes y pibas del barrio que arremetieron a piedrazos contra la maldita policía del gatillo fácil. “El día que tiraron piedras en la comisaría fue una cosa de locos, yo no me olvido más, los pibes con piedras, molotovs, palos, tengo fotos de los diarios, una cosa impresionante”, dice Yamila.
Luz recuerda que mientras esperaban que salgan sus padres de la comisaría, llegó un nene como de doce años en un carro tirado por caballos con gomas de auto, “empezó a tirarlas de a una él solito y ahí la gente se copaba y las prendía”. Mientras los medios se horrorizaban ante la violencia de los “menores”, y trataban de hablar con Alicia, ella solo buscaba con los ojos a Jeremías, su hijo de quince, que “estaba enloquecido, estaba ciego, no le importaba nada. Y los medios le decían a mi mamá que querían hablar con ella, y ella les corría el micrófono porque estaba preocupada que no quería perder a mi hermano de vista”.
Jeremías
La historia de Jeremías no salió en los diarios, como tantas otras. Cuando lo encontraron muerto en un descampado, con un tiro también, los primeros en tener la foto de la escena fueron otra vez los agentes de la Tercera, los que pusieron la cinta perimetral, los que dieron la primera versión, la más conveniente: suicidio.
Era agosto de 2008 Jeremías tenía 17 años, igual que Darian, y durante el año y medio que pasó entre una muerte y la otra sufrió del hostigamiento constante de esa misma comisaría.
“Lo volvieron loco, salía a la calle y lo corrían. Lo veían fuera de un radio de cuatro cuadras de mi casa y lo perseguían, no lo dejaban ni hacer mandados, era una cosa terrible”, asegura su hermana.
A Jere, lo perseguían por ser el “hermano de”. Luz cuenta que “una vez lo sacaron de mi casa, los policías decían: dale porque este negrito no tiene derecho a nada, este es hermano del chorrito aquel. Así lo tenían catalogado, así lo definían”. Y recuerda que “incluso ese año abrió el colegio rural que está en 155 y 90 y él iba en bici, que era de mi vieja y se la sacaron diciendo que seguro que era robada, como dos o tres veces le hicieron lo mismo hasta que dejó el colegio”.
La hipótesis del suicidio no cierra para las hermanas del joven, la autopsia sentenció que fue una muerte dudosa y el caso está cerrado. “A él lo tenían muy marcado y más la Tecera , porque la Tecera nunca dejó de funcionar”, sostuvo Luz y Yamila remarcó que nunca creyó “eso de que él se haya matado, pero quedó todo a la deriva, quedó todo en la nada porque para mi vieja fueron dos golpes muy fuertes, no tuvo fuerza como para seguir”.
Alicia vivía con temor, “la desgracia” la atormentaba. “Tenemos dos hermanos más chicos que cuando llegaban de 16 para 17 mi vieja se ponía mal”. Pero lejos de supersticiones, los culpables estaban claros, escuchar una sirena o ver un patrullero erizaba la piel. Unos años después el policía que atormentaba a Jere, Marcelo Emilio Palomo, atropelló con su auto a Miguel Ángel Serrano, otro pibe de Los Hornos.
En un momento en donde se reabre la polémica por la baja en la edad de imputabilidad penal, donde se criminaliza a los jóvenes y se los estigmatiza como parte de un colectivo social al que hay que atacar, es importante que se tengan en cuenta las cifras, los datos duros, pero más importante aún, es que se entienda que detrás de esos más de 2.100 muertos por gatillo fácil en nuestro país, hay historias que dejaron de contarse porque las fuerzas represivas del Estado lo decidieron.
“Un pedazo de alma”
Yamila estaba bañando a su hija más chiquita, Agostina, en un fuentón cuando escuchó a su madre llegar a los gritos: