El filósofo y escritor Georges Bataille pensaba que “así como el horror es la medida del amor, la sed del mal es la medida del bien”. [1]
La democracia bipartidista en Europa, los procesos Panárabes y la presencia de la URSS en Medio Oriente, relegaron por décadas el posible discurso de asalto de la ultraderecha, cristiano, laico o islamista, de primer o tercer mundo, discurso que hoy toma fuerza entre otros motivos por la crisis económica iniciada en 2008, la migración musulmana, latina y asiática, la atomización de países golpeados por la guerra y la faz más desagradecida del proyecto neoliberal, un titán derrotado por energías internas que lo pudren y tienen gérmenes de vida, enloquecidos, bravos, en la fiebre como único contenido.
Este asalto de pistola canina, con jaurías antes que balas atómicas y diplomáticas, es un discurso xenófobo y de miedo, rancio como lo son los grupos supremacistas blancos o el evangelismo fundamentalista de la Tierra joven, o más inteligente apelando a un proteccionismo nacional populista que conquista a la clase trabajadora. Al final, sus varias retóricas tienen ecos carcelarios, castigo por la desconfianza.
Donald Trump
Figuras como Donald Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia, Boris Johnson en el Reino Unido, Ilias Kasidiaris en Grecia, Jair Bolsonaro en Brasil o Rodrigo Duterte en Filipinas, aglutinan a una parte de la población altamente descontenta que desconfía de los partidos tradicionales de izquierda o derecha, tanto los liberales como comunistas tercos y sobrevivientes, buscando las razones de su malestar en grupos como los adictos, los homosexuales, el feminismo, los enfermos mentales, los inmigrantes, las razas descolonizadas, el Islam, el judaísmo, las ciencias, el hedonismo laico, los mercados trasnacionales y las claves de un Estado cada vez más líquido.
Hablamos de una forma de hacer política que traduce los efectos como un deseo sobre las causas; una tiranía del querer contraria al autoexamen: análisis de las motivaciones como definición de la responsabilidad histórica, y de lo que es la historia en su inteligencia social.
El discurso de la ultraderecha convierte en memoria las consecuencias de una crisis a través del lema, el slogan revanchista, una idea obsesiva de lo que uno es basada en lo que no se quiere, el fetiche del enemigo, y una crítica mordaz por mediática y fácil de recordar por inespecífica, no sólo de las instituciones del Estado o la clase política que se mueve en las cúpulas, sino de los mismos medios: darles un reto es sobrevivirlos o sobrevivir, apostar todo a la campaña masiva de ser el enemigo de sus dueños, pero no de lo que estos son.
No de cómo administran, sino cómo hacen política
El profesor Joseph Nye, catedrático de la Escuela Kennedy y la Universidad de Harvard, se conoce en los medios académicos como experto en relaciones internacionales y geopolítica, desde la óptica de los conceptos de poder duro, suave e inteligente, sobre cómo consigue la administración de un Estado que los demás hagan lo que quiere.
El poder duro tiene una definición bastante simple: El despliegue de medios militares y económicos, “a palos” o “con carretones de dinero”.
El poder suave o blando implica gestionar la legitimidad a través de la diplomacia y la cultura, “la atracción o la capacidad de persuadir a la gente”; participar de la batalla de las ideas del lado del consenso, en el caso del Estado liberal como un receptor de la pluralidad, que es de fondo lo políticamente correcto pero mediáticamente se presenta como una opción, también a nivel trasnacional, con el mercado y la política de la estabilidad.
Desde estas definiciones, de acuerdo a Nye, “el poder inteligente es la habilidad de combinar poder duro y blando. Es un repertorio de estrategias” que “a veces funcionan y otras no”. [2]
Marie Le Pen
Curiosamente los populismos de ultraderecha tienen sus conquistan en el poder blando. Han demostrado ser en sus campañas electorales austeras, e incluso la yihad islámica en Occidente, entre los migrantes e hijos de inmigrantes, ha apostado por reclutar soldados con campañas efectistas y una retórica por la movilización que viene del convencimiento “tenemos la razón”, sea en la palabra fe, sea en el sentimiento de que se conoce de frente al mal de nuestros problemas.
De acuerdo con analistas como Gilles Kepel y Hugo Micheron, el islamismo radical llamado “de tercera generación” apuesta por actos terroristas artesanales, “de los pobres o de bajo costo [3]; cree entonces en su poder blando porque se comunica sin hacer de las estructuras de la guerra y la economía de los países árabes en conflicto su mecanismo de presión; a lo que recurre es su símbolo, su halo de atracción visible en la discriminación: los que los han orillado sistémica y sistemáticamente, los que usan el poder duro contra los jóvenes musulmanes en Europa, son los infieles, por hacerles un vacío real, verdadera prueba de que esa es la impiedad.
En Occidente, el poder duro en las manos de Trump o Le Pen tendrá el carácter que le han dado los yihadistas: no lo necesitan para quienes quieren movilizar, sino en ellos; a diferencia de Hitler, la fuerza no representa el recurso para ser populares, sino para seguirlo siendo, porque el mundo actual ya ha devorado sus fronteras estatales, y lo que es ser proteccionista en clave de ultraderecha, antes que cualquier medida contra o con el mercado, será más que una guerra de civilizaciones, de egos glotones.
Trump no parece dudar que su poder inteligente está en haber movilizado a votar al evangelismo y al Estados Unidos profundo con puro poder blando, porque quienes harán legítima la guerra económica contra México, y la criminalización del inmigrante, serán quienes temen al aborto, a las medidas ambientalistas, la ideología de género y al laicismo, por ser en suma objetivos de un “marxismo cultural” que premia a “criminales”.
Barack Obama
No pasó desapercibida la diferencia sobre el concepto de populismo entre Enrique Peña Nieto y Barack Obama. Pienso que lo que el Presidente de México dejó ver en el cierre de la Cumbre de Líderes de América del Norte, el pasado 29 de junio, fue que él, su partido, y la clase política desprecian a sus enemigos políticos en la misma medida que desprecian al poder si lo entendemos no como mito, tampoco como empresa, sino justamente como poder, gestión, política, y eso lo hace quien solo conoce el poder duro en el fetiche del garrote, no solo groseramente policiaco sino negando a la materialidad, al dinero, su inteligencia social y el costo de esta miopía.
Si algo no puede negárseles a Andrés Manuel López Obrador o a Cuauhtémoc Cárdenas, es que son políticos; y el primer priísta del país hace mucho que no es uno. Si no se es inteligente, surge como corolario a ese carácter del poder la administración de la ineptitud.
El PRI y la clase política mexicana han demostrado una pésima contención de crisis porque no hacen ningún esfuerzo por legitimar sus prácticas electorales o sus continuos ejercicios de represión; queda poco de la “responsabilidad histórica” de Gustavo Días Ordaz. No solo se ha apostado por negar un exceso de poder duro, sino que aquella jamás tiene lugar en la llamada “transición democrática”; y eso, más que un cínico esfuerzo de poder blando, se ha convertido en confiar en que siempre se podrá administrar la ineptitud.
El reaccionario Frente Nacional por la Familia
Si la izquierda mexicana no reconoce que más que de un Estado hablamos de una política fallida, hará el vacío como ya lo hace a la inteligencia, lo blando sin el poder, y el poder siempre como híbrido, “asno con garras” de los efectos.
Antes puede adelantarse una oposición de ultraderecha, que no tiene migrantes incómodos que expulsar, pero podemos tender a fenómenos como el de Filipinas y su actual Presidente. El Frente Nacional por la Familia y el Partido Encuentro Social son advertencias mansas que han demostrado ser pobremente populares, serviles e inespecíficas. Sin embargo no olvidemos que este fue el país de la Guerra Cristera, ni tampoco que este es el país de los Narco-estados. |