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15 de enero de 2017 Twitter Faceboock

HISTORIAS TANGUERAS
Descanso Dominical González Castillo
Giorgina Lo Giudici

Cátulo Castillo nació en 1906. El día en que vino al mundo pasó a integrar los anaqueles de historias tangueras gracias a una curiosa anécdota protagonizada por su padre en el Registro Civil.

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Fotos: revistafuser.com

1906 es el año de nacimiento del compositor de tangos Cátulo Castillo. Además de ser reconocido como el autor de “La última curda”, “Tinta roja” o “María”, el día en que vino al mundo pasó a integrar los anaqueles de historias tangueras gracias a una curiosa anécdota protagonizada por su padre en el Registro Civil.

El rosarino José González Castillo, escritor y dramaturgo, quiso anotar al recién nacido bajo el nombre Descanso Dominical González Castillo. Ante la negativa del empleado y el inminente intercambio de trompadas, sus amigos lo convencieron de que optara por una alternativa más convencional, y el autor recibió finalmente el nombre Ovidio Cátulo. El deseo de González Castillo de bautizar a su hijo con un nombre tan peculiar estaba motivado, ni más ni menos, que por la reciente promulgación de la Ley de Descanso Dominical, una vieja aspiración obrera y libertaria. Viviendo en Rosario, González Castillo había conocido al anarquista Florencio Sánchez, con quien desarrolló una larga amistad y compartió también las ideas políticas.

Renombrado dramaturgo, José González Castillo no sólo se dedicó a labores periodísticas o teatrales sino que, junto con Sánchez, participó activamente de luchas obreras en Rosario y también en Buenos Aires, su lugar de residencia desde 1905 y en donde estrenó, en apoyo a la huelga ferroviaria, su obra “Los rebeldes”, una noche que culminó con todos los actores y el público presos. Las políticas represivas del gobierno lo llevaron al exilio en Chile, donde permaneció hasta 1914.

En el barrio de Boedo, González Castillo fue uno de los fundadores de la Universidad Popular y de la peña Pachacamac, un importante centro cultural sobre el cual Roberto Arlt escribía en 1932: “En la peña de Boedo, llamada Pacha Camac, que en idioma incaico quiere expresar ’genio animador del mundo’, se reúne el proletariado inteligente de la barriada. Son obreros que leen, escriben, estudian, ensayan, y muchos de ellos, como buenos hijos de italianos, son aficionados a las artes plásticas”.

 
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