El crimen de Nicole Sessarego, la estudiante chilena asesinada a puñaladas en julio pasado, y el reciente reconocimiento del acusado, volvió a activar la red de “especialistas” que se reproducen en los medios, con la publicación de las imágenes de cámaras de seguridad.
“Si se comprueba que es el autor, estamos frente a un hecho azaroso”, dijo el juez Luis Zelaya que actúa en la causa, ya que no existiría relación previa entre víctima y victimario. Sin embargo, “hecho azaroso” poco habla de una sociedad en la que cada 30 horas una mujer es asesinada. Ante el menor análisis de los crímenes, se descubrirá rápidamente que nada tienen que ver con el azar.
Como hemos escrito en La Izquierda Diario, la violencia contra las mujeres expresa el más alto grado de control ejercido sobre alguien. El trágico aumento de los femicidios amplió el repudio social a la violencia machista. Esto se hizo evidente en la indignación por el asesinato de Paola Acosta en Córdoba, o el tratamiento misógino y estigmatizador de la muerte de Melina Romero. Estos son solo los que lograron repercusión, existen miles de casos y situaciones violentas ignoradas porque el control y el dominio de los hombres sobre las mujeres están naturalizados.
Pero en el caso de Nicole lo que sobresalió fue la “filtración” de las cámaras de seguridad. Las imágenes, reproducida sin cesar en los canales de TV, muestran a víctima y victimario en una “película” de la que todas las personas saben el final. La violencia extrema televisada no evita la violencia ni protege a las víctimas, ¿qué la diferencia de la violencia contra las turistas francesas en Salta alejadas de cualquiera cámara?
Como señala Beatriz Busaniche de Vía Libre (ONG especializada en libertades civiles y privacidad), nadie ha probado la efectividad de las cámaras y no se discuten los daños colaterales de su existencia: “Prácticamente no hay estudios estadísticos que den cuenta de esto”. Y agrega: “Las cámaras forman parte de lo que especialistas llaman el teatro de la seguridad, es la manera de tener políticas que son visibles fácilmente, mostrables para los políticos, soluciones de corto plazo y que de algún modo responden a una inquietud de la opinión pública que es la inseguridad”.
Los análisis de los “especialistas”, que abundan en perfiles psicológicos y morbo, nada dicen de la sociedad rigurosamente vigilada, simplemente se “metaboliza” como un producto más. La realidad es que las cámaras, bandera tantos candidatos derechistas (oficialistas u opositores) contra la inseguridad, no protegen a nadie. Solo vigilan y alimentan estigmatizaciones.
Los “especialistas” discutieron hasta el hartazgo cómo iba vestido el asesino, cómo sería su aspecto y qué relación tendría eso con sus motivaciones y acciones. Con visible pánico, un conductor de TV leía las declaraciones del juez: “Tenía trabajo en relación de dependencia y por ello debería haber ‘superado los requisitos’ para ser empleado”. Para sorpresa de la liga de recalcitrantes, el culpable no era ninguno de esos “monstruos” a los que temen, jóvenes pobres, inmigrantes (esos que detesta Berni) o “pibes chorros”.
Según varias fuentes, en Buenos Aires hay cerca de 2.500 cámaras que vigilan a millones de personas que viven y trabajan en la ciudad. Estas cámaras son controladas y monitoreadas por el Gobierno de la Ciudad (y en el Gran Buenos Aires, por los municipios que las instalan). En junio de 2014, la Justicia instó al Gobierno de la Ciudad a informar la ubicación y la cantidad exacta de cámaras, de las que poco se sabe.
Los discursos de la seguridad son absolutamente transversales, alcanzan a la oposición de derecha y a funcionarios oficialistas. Todos ellos abogan por la seguridad ultravigilada, que nunca televisa los abusos policiales, el regenteo de redes de trata, narcotráfico o los casos de gatillo fácil. El gran delito queda fuera de ese foco, que apunta contra la población, especialmente contra la juventud, y se transforma en materia prima para el morbo televisivo.
La violencia contra las mujeres queda en segundo plano, opacada por ese morbo. Más de una versión habla de episodios de violencia previos, y hay al menos una denuncia más contra Azcona por un intento de ataque similar. La propia hermana del acusado puso en palabras la sensación de muchas, todas potenciales víctimas por su género, en una sociedad que reproduce la violencia y el dominio sobre las mujeres en incontables niveles: “Me pongo a pensar en esa chica y siento que podría haber sido yo”. |