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La Izquierda Diario
7 de febrero de 2017 Twitter Faceboock

ALEMANIA REFUGIADOS
La crisis de los refugiados un año después: el fin de la ilusión alemana
Sebastian Vargas | Munich

Merkel cuestionó el decreto antiinmigrante de Trump, pero, ¿cuál es la situación de los refugiados qué llegaron a Alemania?

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Foto: Sebastián Vargas / ID

¿Fue motivada la acogida de refugiados por parte del Estado alemán por un ideal humanitario o se debió a intereses económicos y para contener la integridad de la Europa del capital? Un balance de 2016 y la política alemana.

En una entrevista publicada en septiembre por Süddeutsche Zeitung, Angela Merkel afirmó: “ignoramos demasiado tiempo el problema de los refugiados”. Uno podría pensar que por primera vez la canciller alemana se compadecía por la vida de millones de seres humanos: ¿Estaba la canciller dispuesta a asumir alguna responsabilidad sobre la muerte de 5079 personas en el Mediterráneo durante 2016, luego de que el cierre de la ruta de los Balcanes incrementó el flujo de migrantes a través de la peligrosa ruta que une el norte de África con Italia? ¿Dará una respuesta humanitaria a los millones de personas que viven en condiciones inhumanas en los campos de refugiados en Turquía, Grecia y en la mismísima Alemania? ¿Se encargará el gobierno alemán de dar con el paradero de más de 9000 ninos refugiados desaparecidos en Alemania? El desenlace de los hechos durante el último año demuestra exactamente lo contrario.

Actualmente, según datos de la ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados), 65,3 millo-nes de personas se encuentran desplazadas globalmente por la fuerza; es el peor escenario de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. En 2015 se trasladó a suelo europeo una crisis humanitaria sin precedentes, que tuvo a Alemania como principal destino con casi 1,1 millón de demandantes de asilo.
Merkel, en su discurso de Año Nuevo del 2016, anticipó que se proponía “reducir de manera sustentable y permanente la cifra de refugiados”. Si bien la crisis humanitaria no cesó, esta decisión del gobierno alemán fue llevada a cabo y el país redujo drásticamente la cantidad de refugiados en lo que va de 2016. Esto pese a que el Estado alemán logró un superávit fiscal de 19.000 millones de euros en dicho año.

Este sólido resultado del PBI contradice los temores avivados por casi todo el arco político sobre el riesgo que representan los migrantes para la economía alemana. Lamentablemente, millones en Siria, Afganistán, Sudán o Somalía no comparten el mismo destino próspero que tienen las arcas germanas. Sus territorios son azotados por guerras, hambrunas y el accio-nar de grupos como ISIS o Boko Haram y sus habitantes buscan la posibilidad de subsistencia en países donde tales condiciones se han acumulado históricamente.

Alemania y la Unión Europea se encuentran frente a una contradicción. Desde hace siglos contribuyen en modo decisivo a devastar áreas amplísimas de África, Medio Oriente y Asia. Como resultado de ello, se hallan frente a movimientos crecientes de migraciones en masa que presionan sobre una situación europea en la cual -incluso en Alemania (Huber 2015)- ya hay millones de trabajadores precarizados y desempleados (Mercatante 2016).

Al inicio de la crisis humanitaria en septiembre 2015, el gobierno de Merkel se mostró deci-dido a gobernar sobre estas tendencias. Así lo afirmó Pietro Basso, sociólogo italiano e in-vestigador de las migraciones internacionales, en una entrevista publicada en IdZ, “la Unión Europea quisiera gobernar estas tendencias, regular el movimiento de ingreso de los inmi-grantes según su necesidad“, y agregó, “así evitar que se creen situaciones explosivas tanto por efecto de las revueltas de los inmigrantes desilusionados, o por efecto de las reacciones anti-inmigrantes de los trabajadores autóctonos, como –y esta es la hipótesis que más temen los gobiernos- por efecto de luchas conjuntas de los autóctonos y los inmigrantes“ (Dal Maso 2016).

Este intento de regular las migraciones se manifestó en la formación de un bloque de países más “abiertos” en torno a Alemania, aquellos que tenían la posibilidad de poner a trabajar a los refugiados. Este bloque pretendió descargar las impopulares tareas de policía sobre los países del sur de Europa, Grecia e Italia en especial, o sobre sus países vecinos. Luego del cierre de la ruta de los Balcanes y las consecuencias de esta decisión en Hungría, el bloque del norte se rompió. Primero entre Suecia y Dinamarca, y luego entre Dinamarca y Alemania han llegado a cierres parciales de las fronteras con una suspensión temporal del tratado de Schengen. El Ministro del Interior alemán, Thomas de Maizière (CDU) llegó a proponer la idea de que su país, junto con los Estados del Benelux, Austria y los países escandinavos funden un “mini-Schengen”. En esa escalada, el Estado Federal de Baviera siguió el ejemplo de Suiza e impuso la confiscación de objetos de valor de los refugiados; de este modo se in-cautan las pertenencias de los refugiados -tanto dinero como joyas- que superen los 750 Euros.

Al resquebrajamiento europeo se sumaron las críticas dentro del propio gobierno, cuya cri-sis casi lleva a la ruptura de la coalición de gobierno con el CSU (Unión Social Cristiana de Baviera, forma alianza parlamentaria nacional de gobierno), y el inicio de la seguidilla de “éxitos” electorales del protofascista AfD (Alternativa para Alemania) en elecciones de esta-dos federales. Marzo fue un mes clave en la “crisis de refugiados”. La Unión Europea, con la canciller alemana como mayor operadora, firmó un pacto siniestro que le otorgó al presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, la custodia de las fronteras europeas; toda una metáfora de la Europa del capital. Desde entonces la UE, en la delgada línea de violar la legis-lación internacional sobre el derecho de asilo, devuelve a Turquía a todos los refugiados que crucen ilegalmente. El acuerdo se completa con un “intercambio 1 a 1”; es decir por cada persona devuelta a Turquía, Europa se comprometió a recibir un refugiado sirio. Pero con un límite: según Merkel, la UE aceptará un máximo de 72 mil peticionantes en un plazo de dos años. Conforme cifras de la ACNUR hay 1.9 millones de refugiados sirios registrados en los campos de Turquía. A su vasta mayoría, junto con quienes provienen de Afganistán, Irak o Pakistán, les restan dos opciones: quedarse en las pésimas condiciones de esos campos o retornar a sus países. Este pacto se corona con 6 mil millones de Euros que se entregan a Turquía, un “intercambio mercantil” a costa de la vida de los refugiados. Todo un reconoci-miento que pasa por alto las denuncias hacia el régimen de Erdoğan por su ofensiva repre-siva y militarista contra el pueblo kurdo y el encarcelamiento de la oposición política -que ha pegado un nuevo salto luego del golpe de Estado fracasado en julio de 2016.

Con este acuerdo los gobiernos europeos pretendieron terminar con la crisis migratoria en su frontera exterior y aliviar la presión de los movimientos de extrema derecha en Europa, tomando gran parte del programa de los mismos. Asimismo, la oposición de Merkel a los controles fronterizos nacionales dentro de la UE no se debe a una razón humanitaria sino meramente económica: cualquier alteración sobre Schengen puede resultar en un duro gol-pe para la economía alemana, cuyas exportaciones se destinan principalmente a otros países europeos y se transportan en un 60% por vía terrestre.

Los refugiados, entre la deportación y la restricción de derechos

La razón por la que Merkel decidió inicialmente jugar de modo ambicioso la carta de la “aco-gida” -sobre todo de los sirios- ha sido para demostrar cierta “humanidad” y “apertura” de Alemania, pero por sobre todo para hacer frente a las exigencias de las empresas y la eco-nomía alemana. Su ideal es tener nuevamente a disposición Gastarbeiter (trabajadores extranjeros). Como lo describe Basso, “Trabajadores inmigrantes, solteros, sin familia -y si es posible, sin ningún lazo social que les dé fuerza-“. Es decir, mano de obra dispuesta y cons-treñida por su propia condición a aceptar cualquier sacrificio, a diferencia de los viejos inmi-grantes que ya están radicados. Es así que la Oficina Federal de Estadística informa en su último reporte de diciembre 2015 que Alemania tiene más del 20% de su población con Migrationshintergrund (origen migrante).

Previo al acuerdo europeo con Turquía, el CDU con el apoyo del SPD cerraron importantes reformas en las leyes de asilo con el objetivo de aliviar la grave crisis dentro de la coalición gobernante. El “Paquete de Asilo II” significó un nuevo endurecimiento en la situación de los refugiados, a partir de enero de este año. En tanto facilitó las deportaciones así como limitó aún más las leyes de permanencia – llegando al punto que incluso una condena a libertad condicional puede conducir a la deportación. Además, esta reforma obliga a todos los solici-tantes de asilo que obtienen una protección provisoria a esperar dos años hasta poder re-unirse con sus familias. De este modo, los hijos y familiares de refugiados, que aún se en-cuentran en países en guerra civil como Siria, quedan expuestos a la muerte o a todo tipo de riesgo que esa situación supone. Por si fuera poco, a esos mismos refugiados a los que el Estado alemán separa de sus familias, se les pide una “integración rápida” en Alemania.

A esto se suma que Afganistán, Túnez, y Eritrea son considerados “países de origen seguros”, en tanto lo mismo prevén para Mali y otros países africanos luego de las negociaciones realizadas por la canciller en su gira por el continente durante octubre último. Así, los refugiados que provienen de esos países son rápidamente registrados en los “cen-tros de acogida” y luego deportados. Para ello, el gobierno alemán no ahorra en inaugurar cárceles como la cercana al aeropuerto de Hamburgo, destinada a alojar refugiados, a quienes no se les otorgó derecho de asilo. El gran salto se dio a mediados de diciembre pasado, cuando el gobierno alemán inició deportaciones masivas de afganos que habían ingresado en Alemania buscando asilo. Esto provocó movilizaciones a lo largo del país que denuncian a Afganistán como país no seguro y que la vida de esos refugiados corre peligro desde el mismo momento en que ponen pie en ese país. Cínicamente, la respuesta del gobierno alemán es que el país asiático es seguro ya que intervienen en el la Fuerzas Armadas alemanas. Basta tan solo recordar que en noviembre último el Consulado alemán en Mazar-e-Sharif fue destruido por un ataque talibán. Esa acción provocó la muerte de cuatro personas y más de ciento treinta heridos. Los talibanes han declarado que se trata de “un ataque de venganza” por los bombardeos aéreos de Estados Unidos en la vecina provincia de Kunduz, que han causado la muerte de 32 civiles. ¡Vaya garantía para la vida de millones que brindan Alemania y las restantes fuerzas de ocupación en territorio afgano!

Otro aspecto central en la reforma ha sido la presión al “mercado laboral”. Por un lado, es muy difícil para los refugiados encontrar trabajo. Estas leyes dictan que pueden trabajar so-lo si no hay nadie de la Unión Europea que pueda realizar esa tarea. Como complemento, se implementó como “excepción” un plan de empleo para 100 mil refugiados con el valor de la hora de trabajo entre 0,80 y 1,05 Euro -cuando en Alemania el salario mínimo es 8,50 Euro por hora. Ya muchas empresas alemanas emplean refugiados bajo estas condiciones, inclu-yendo gigantes como Deutsche Post. Así, el gran capital super explota a inmigrantes sin fami-lia como mano de obra por un período mínimo de dos años.

Las condiciones de vida de los refugiados en Alemania son muy complejas. En los campos de refugiados viven aún más de 350 mil personas, entre estas instalaciones se cuentan containers, tiendas o cuarteles. Estos campos se encuentran mayormente emplazados lejos de las ciudades y son custodiados por guardias que cotidianamente acosan física y psíqui-camente a los habitantes. Los problemas de infraestructura son graves y originan condicio-nes no propicias de salubridad e higiene. Así lo describen los habitantes del campamento en Karsfeld, a 27 kilómetros de Múnich, durante su huelga de hambre para lograr acceder a viviendas dignas: “Hace más de un año que estamos en este campo donde solo hay 30 baños para 300 personas. Debido a que los baños no están limpios las enfermedades se propagan rápidamente a todos. Todos nos enfermamos si uno se enferma“. Y completan, “debemos pagar de nuestro bolsillo si tenemos que atendernos en el hospital, pero la mayoría de nosotros no tiene permitido trabajar por lo que no contamos con los medios para acceder a atención médica“ (Jóvenes contra el Racismo, video 2016).

Giro reaccionario y ataques racistas

La coalición de gobierno, CDU-CSU-SPD, siempre estuvo de acuerdo en profundizar un rum-bo represivo contra los refugiados. Así permitió inicialmente a un sector, mayormente califi-cado proveniente de Siria, ingresar al país como mano de obra y luego endureció el rumbo represivo con las leyes de asilo mencionadas. Ese discurso de Estado, retroalimentado por la presión impuesta desde el ala derecha de la coalición y AfD, ha servido para dividir a la po-blación y sembrar el racismo. Ese escenario, favorecido por el accionar xenófobo del Estado, dio más aire al desarrollo de AfD en Alemania. El último batacazo electoral del partido dirigido nacionalmente por Frauke Petry fue en las elecciones de septiembre celebradas en Mecklemburgo Pomerania -superando al CDU de Merkel, en el Estado donde la canciller es originaria-; resultado que ubicó a AfD como segunda fuerza estadual con 21% de los votos. Es así que, temiendo que el crecimiento de AfD pueda poner en riesgo su reelección en los próximos comicios federales, Merkel anunció en diciembre último que apoyará la prohibi-ción del uso de burkas en “todo lugar que sea posible” del territorio alemán. Asimismo, pro-puso que todo patrullaje que encuentre navegantes migrantes en el Mediterráneo los obli-gue a retornar a África. Con estos anuncios queda claro que la respuesta de la canciller ante el avance reaccionario de AfD ha sido tomar cada una de sus banderas.

Esta propaganda violentamente racista ha tenido resultados reales. Si bien actualmente no existen pogroms en Alemania, se vive la ola de violencia racista más fuerte en 23 años. Tan solo la comparación de datos muestra una temible escalda: durante 2015 se contabilizaron 1.031 delitos de extrema derecha en Alemania (cinco veces más que un año antes.) y en los primeros seis meses de 2016 la cifra subió a un total de 6.548 delitos perpetrados por neo-nazis. En estos ataques del primer semestre resultaron heridas 399 personas. Los centros de acogida de refugiados siguen siendo objeto de ataques de la ultraderecha en Alemania: durante los primeros ocho meses de 2016 se registraron en todo el país un total de 665 de-litos contra estos campos. Estos datos son sin contar la cifra “no oficial” que sería mucho más alta, teniendo en cuenta la complicidad entre policías, servicios de inteligencia y grupos de ultraderecha como lo mostró el escándalo del National Socialist Underground.

El desafío actual en Alemania

Este giro a derecha del panorama político se acentuó aún más tras los ataques ocurridos en Baviera durante el mes de julio (Vargas 2016) y se profundizará como consecuencia del terrible atentado al mercado navideño de Berlín. La primera respuesta del Estado alemán ante terribles hechos ha sido una caza de brujas sobre refugiados e inmigrantes, independientemente de que el ataque en Múnich haya sido perpetrado por un extremista de derecha y el atentado en Berlín reivindicado por Estado Islmámico. Cuán lejos está la reali-dad que estigmatiza a refugiados de las palabras que la canciller propina ante el decreto an-tiinmigración firmado por el nuevo presidente estadounidense. A fines de enero, en confe-rencia de prensa centrada sobre la decisión de Trump, Merkel afirmó, “la lucha necesaria contra el terrorismo no justifica de ninguna manera generalizar la sospecha contra las per-sonas en función de su creencia, en este caso las personas de fe musulmana, o en función de su origen”.

Como consecuencia de los atentados, cada vez más sectores del espectro político exigen la intervención de las fuerzas armadas en asuntos internos y se prepara la aplicación de la Ley de Integración, que viene a oprimir más las condiciones de los refugiados. El espectro burgués tiene una sola respuesta contra la “crisis migratoria”: deportaciones y restricción de derechos democráticos e intimidación mediante la represión. Todo esto sucede sin que los representantes sindicales y políticos de la clase obrera tengan una posición independiente para enfrentar el giro a la derecha y contra las intervenciones militares. Pero, como se pregunta Basso “¿a qué nivel caló la estigmatización contra los refugiados dentro de la clase trabajadora? Es difícil de evaluar”. Lo único que se puede afirmar con certeza es que la soli-daridad con los inmigrantes y los demandantes de asilo ha provenido exclusivamente de la juventud y los trabajadores.

Debemos prepararnos para enfrentar la persecución contra los jóvenes, y particularmente contra los jóvenes migrantes y refugiados. El movimiento contra la reaccionaria Ley de Integración en Baviera aunó a fines de octubre más de 3000 personas en las calles y enfrentó la represión policial (Refugiados en Lucha por Libertad 2016). Los diversos colec-tivos y alianzas nacionales, donde convergen jóvenes estudiantes y trabajadores, organiza-ciones antifascistas y de izquierda, realizan cotidianamente acciones contra el racismo, la guerra y el ascenso de la extrema derecha. El comité Jóvenes contra el Racismo -coimpulsado por los jóvenes de RIO, organización integrante de la Red Internacional de La Izquierda Diario-, organizó a fines de abril una huelga estudiantil nacional y movilizó en doce ciudades más de 8 mil jóvenes (Vargas 2016 video). En septiembre, tan solo en Berlín se movilizaron más de 4000 estudiantes convocados por dicho comité para frenar las deportaciones. Es necesario que los poderosos sindicatos alemanes apoyen estas acciones, y de este modo permitan que los trabajadores de la principal potencia europea le pongan un freno al giro a derecha que significa odio y racismo, peores condiciones de vida tanto para trabajadores inmigrantes como nativos y situaciones desesperantes de barbarie.

*Este artículo fue originalmente publicado en inglés en el número 3 de Marxist World, dis-ponible aquí (enero 2017).

Referencias

Dal Maso, Juan. Entrevista a Pietro Basso, “Si triunfa la islamofobia, los costos los pagarán todos los inmigrantes y trabajadores europeos“, Ideas de Izquierda, enero 2016

Huber, Oskar. “La ‘cooperación social’ alemana: modelo exitoso para el capital”, Ideas de Izquierda, septiembre 2015
Mercatante, Esteban. “Una carrera hacia el abismo”, Ideas de Izquierda, julio 2016

Vargas, Sebastián. “Ataques en Múnich: síndrome Amok o una profunda crisis social“, Klasse gegen Klasse y La Izquierda Diario, julio 2016

Jóvenes contra el Racismo München. Entrevistas „Apoyemos la lucha de los refugiados en Karlsfeld“, video La Izquierda Diario, abril 2016

Refugiados en lucha por Libertad. “Movilización sindical contra la Ley de Integración“, video Klasse gegen Klasse, octubre 2016

Vargas, Sebatián. “Así enfrenta al racismo la juventud en Alemania“, video La Izquierda Diario, mayo 2016

 
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