Es muy común tener algún conocido, familiar o amigo que por diversas razones regularmente, para aliviar su situación económica de este lado del río Bravo, parte a los Estados Unidos como el gambusino en busca de la beta de oro. Sin embargo, cuando se está del otro lado de la moneda se encuentra con un panorama menos alentador donde nos solemos encontrar con trabajos precarios, sin seguridad social y con un esbozo de agradecimiento que deja un sabor agridulce en los labios.
Precarización y pobreza desde Ciudad Juárez a Las Vegas
Fue hace aproximadamente un mes que partí de Ciudad Juárez, hacia la ciudad de Las Vegas, Nevada, con el objetivo de buscar un medio para subsistir. Encontré desde el primer instante contrastes muy agudos difíciles de ignorar desde la abundancia a las cantidades excesivas de “homeless” que rondan en un espacio relativamente pequeño o el esfuerzo realizado por muchos y muchas la mayoría inmigrantes indocumentados para mantener la opulencia que disfrutan unos cuantos. Un esfuerzo no recompensado que, sin embargo, es necesario para mantener funcionando esa gran maquinaria perfectamente engrasada llamada capitalismo.
Una primera impresión y bastante contradictoria con los actuales discursos xenófobos que maneja la política estadounidense respecto a los inmigrantes fue el hecho de no encontrar a anglosajones laborando en un trabajo tan precario. Por otro lado, fue común encontrar en el trabajo personas de todas partes de Latinoamérica como salvadoreños, cubanos, hondureños y mexicanos.
Trabajadores de la industria de la “basura” en Nevada
El trabajo consistía básicamente en la separación de basura luego de la limpieza de unos de los centros de convenciones más grandes y que muestra más opulencia en la ciudad de Las Vegas. Esta labor conllevaba un gran esfuerzo físico y pésima o nula seguridad laboral que para nada era compensado con el salario mínimo.
En primera instancia salta a la vista el carácter peligroso del trabajo en el que constantemente se debía subir y bajar de contenedores de basura que tenían una altura considerable donde se corría el peligro de alguna lesión de gravedad con voluminosas bolsas de basura, del que me llevé de recuerdo varios hematomas y una caída de la que por suerte salí bien librado, sin señalar los ataques de pánico al ver a mi papá colocando una malla sobre el contenedor caminando alrededor del mismo sin ninguna seguridad adicional.
Por el lado económico, muchas garantías eran plenamente ignoradas como la relativa a la paga doble después de sobrepasar la jornada laboral normal de 8 horas, que frecuentemente se extendía hasta ser en ocasiones turnos dobles. Y esto sin mucha oportunidad a rechazar el tiempo extra pues el tiempo para dejar en óptimas condiciones el centro de convenciones se agotaba y el personal contratado no era suficiente. Este tipo de medidas eran hechas para abaratar aún más el costo del salario.
La experiencia como trabajador de aquel lado de la frontera muestra un país con escasa austeridad y desperdicio excesivo, cuestiones que tocan las fibras más sensibles de un ser humano consciente de las carencias vividas en un país como México. Era común encontrar entre los restos de basura enseres para el hogar en perfecto estado que irían a parar al tiradero.
Por otro lado, las nuevas experiencias siempre son agradecidas y la compañía de personas de diferente credo, nacionalidad y raza me permitieron obtener otras perspectivas que, no obstante, coincidían en un descontento por la criminalización de su condición de ilegales y las malas condiciones laborales, demostrando que la camaradería y el cariño son inherentes entre proletarios más allá de las diferencias.
La precariedad laboral existe en ambos lados de la frontera México-EUA. Surge entonces hacer un necesario llamado a la solidaridad entre los trabajadores, más allá de las fronteras, auténticos actores del cambio social para cambiar la realidad y alcanzar la auténtica emancipación. |