Me es difícil poder resumir en este escrito todo lo que representa Zula. Su militancia, como comunicadora, tuvo implicancias para los movimientos sociales argentinos que aún no hemos valorado del todo. Ella se puso de lleno al servicio de las luchas populares. Cada posteo que subía a Indymedia era un aporte que se iba hilvanando en las redes de la contra-información que se estaban gestando post 2001. Hizo del fotoperiodismo su arma militante, y desde esa trinchera aportó a la construcción de ese otro mundo con el que soñábamos. Un mundo donde quepan otros muchos mundos. Un mundo sin opresión sexual, de género ni de clase.
Podría contar cientos de anécdotas en actividades, movilizaciones, charlas o encuentros compartidos. Cientos. Siempre con su humor locuaz e irónico. De loca mala, le decía yo para provocarla. Y con su carácter fuerte. Había que saber entenderla a la Zula. Cuando uno conocía en profundidad su historia, la comprendía y hasta justificaba.
De las manifestaciones contra la guerra en Irak hasta la represión en Brukman. Desde un caso de gatillo fácil en alguna barriada perdida del conurbano bonaerense hasta el debate si la prostitución es o no un trabajo. De un piquete en el Puente Pueyrredón hasta una discusión sobre las alianzas de los partidos de izquierda. Todo pasaba por su tamiz antipatriarcal y feminista. Desde ese lugar ella se paraba para ver y analizar el mundo. Su posición era clara y definida: era mujer, gorda, anarca, provinciana, atea, abortera y de izquierda.
Hizo de su enfermedad un arma política. Al igual que su gordura. Testaruda, como pocas, batalló contra mandatos culturales y familiares. Politizó a sus sobrinas tratando de generar en ellas conciencia de clase. Amó a su hijo Aucán hasta sus entrañas. Y compartió su vida con su compañero de siempre, Matías. Remarco todas estas cuestiones de su vida personal, porque Zula era una convencida de que lo personal es político. En su casa, los varones se turnaban para lavar los platos y hacer las tareas del hogar. No solo hacía la revolución en las calles y las plazas, también en la casa. Seguramente, este 8 de marzo ella se hubiera sumado al paro internacional de mujeres.
Zula Lucero. Diciembre 2016, en la muestra donde se exponían sus fotos de la activista Lohana Berkins.
Nos conocimos en Indymedia Géneros. Yo ya estaba cuando ella se hizo cargo con todo de la sección. Tenía una fuerza arrolladora. Todo lo que se proponía lo hacía. A partir de ese momento, compartimos militancia en varios grupos GLTBs. Yo la cargaba y le decía que era una torta no reconocida, porque era la única hetero. Fue parte de las contra-marchas del orgullo, de Izquierda GLTB, de la campaña contra la reforma del Código Contravencional, y posteriormente por la libertad de los presxs políticxs de la Legislatura, de las acciones que hacíamos contra el ALCA y la guerra imperialista en Irak. Ella atea y yo cristiano, coincidíamos en mucho más de lo que suponíamos. “Nos comimos las puteadas de todxs”, me dijo, cuando insistíamos en votar en blanco en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Y nos reímos un rato mientras seguíamos chateando de otros temas.
La última vez que nos vimos fue en la calle, como correspondía. En la marcha de repudio al 24 de marzo. Estaba bastante agitada y cansada, pero me dijo, entrando a la plaza por Diagonal Norte con el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, refiriéndose a las Madres: “si ellas pudieron como no voy a poder yo”. Claro que sí, porque al igual que ellas, Zula, a su modo, fue una Madre con mayúsculas. Tuvo a su bebé con 27 semanas. Enfrentó como una leona los tres meses que estuvo en incubadora. Y lo crió en la perspectiva del respeto a la diversidad.
Sin lugar a dudas la vamos a extrañar, la voy a extrañar. Se nos va una compañera, que como pocas, puso la comunicación al servicio de las organizaciones sociales sin buscar ningún redito.
¡Zula Lucero, presente! ¡Ahora y siempre! |