La campaña lanzada por el macrismo contra los docentes contó con las marcas típicas de esa fuerza. Al ejército de trolls que se lanzó a tuitear masivamente en la noche del jueves y la mañana del viernes, se sumó el protagonismo de un ex integrante del Batallón 601 de Inteligencia. Mariano Bronenberg fue el impulsor de una operación destinada a demonizar a los docentes por negarse a aceptar un aumento salarial que apenas lograría superar por poco lo perdido con la inflación de 2016.
La respuesta docente al magro ofrecimiento no debiera sorprender a nadie. En las últimas semanas se conocieron aumentos escandalosos en los peajes, el pan, el agua y la energía. La simple comparación de cifras arroja que firmar por un 18 % implica una descomunal pérdida salarial.
El ataque que desató el “voluntario” Bronenberg terminó añadiendo leña al fuego. Si los cuestionamientos a Baradel y a la conducción kirchnerista de Ctera y Suteba pueden calar en algunos sectores de la población, la simple insinuación de que cualquier persona puede estar al frente de un aula, galvanizó la furia de los docentes.
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En un mensaje que circuló profusamente por Facebook y Whatsapp podía leerse: “Hola soy maestra de primaria jornada completa, si hay paro de enfermeras puedo colaborar, puse muchas veces curitas a mis alumnos e inmovilicé brazos y pies, también coloqué hielo; si hay paro de psicólogos, puedo ser voluntaria también... tuve q contener muchas veces familias en situaciones extremadamente difíciles y hasta lloré con mamás y fui a comisarías a denunciar abusos y a fiscalías a dar testimonio”.
El mensaje deja traslucir la crisis que arrastra la educación pública. Crisis que es, también, parte de la “herencia recibida”.
No hace falta un ejercicio muy agudo de memoria para recordar cuando Cristina Fernández tildaba de “privilegiados” a los docentes y desfiguraba la realidad hablando de “tres meses de vacaciones y cuatro horas de trabajo”.
La campaña estuvo lejos de lograr su objetivo inicial. Por el contrario, consiguió incrementar la bronca entre los y las docentes, alimentando el deseo de ir al paro.
Pero el rechazo a la campaña en las redes pone de manifiesto los límites profundos que la relación de fuerzas entre las clases pone a una políticamente marcadamente antiobrera. El ataque al derecho de huelga no tiene una legitimidad política y social ganada. El mismo Bronenberg tuvo que aclarar en la tarde de ayer que no cuestionaba ese derecho.
Ideología PRO
El “voluntario” para carnerear el paro docente ocupó un lugar en el siniestro Batallón 601 de Inteligencia. Ese fue -como ilustró genialmente Ricardo Ragendorfer en Los doblados- un baluarte de la política destinada a masacrar a una generación obrera y popular. En ese antro de la política genocida también tuvo su lugar quien fuera jefe del Ejército durante los últimos años del ciclo kirchnerista, César Milani, hoy detenido en La Rioja.
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El hecho volvió a dejar en evidencia la sustancia derechista y reaccionaria de parte del PRO. La misma sustancia que, hace menos de un mes, ponía en palabras Juan José Gómez Centurión, negando públicamente el carácter genocida del plan ejecutado entre 1976 y 1983. A pesar de haber incurrido en un negacionismo manifiesto, el titular de la Aduana sigue en funciones.
Progresivamente se demuestra la falsedad del ideario original del PRO. Aquel que proclamaba la construcción de una fuerza política cuyo centro estaba puesto en la gestión. La “ética gestionaria” venía a ser el suplemento vitamínico de la ideología. Intentando construir una fuerza política que superara lo que era considerado una falsa dicotomía entre izquierda y derecha, se negaba el papel de las ideas. Esa argumentación sirvió para convertirse en una fuerza catch all capaz de contener a quienes emigraban de un peronismo porteño en debacle y a quienes se caían de un radicalismo golpeado por las jornadas revolucionarias que habían derribado a Fernando De la Rúa. El duranbarbismo fue la religión que coronó ese “sistema”.
Pero la ideología, como lo reprimido, retorna. Negacionistas cómo Gómez Centurión se unen con gorilas desbocados como Bronenberg; cultores del ajuste liberal como Dujovne -o el ya retirado Melconian- comparten Gobierno con defensores abiertos de la libertad de empresa, como el mismo Macri o Aranguren.
Cada “desbocamiento” deja al desnudo que la “ética gestionaría” fue una suerte de falsa conciencia de CEO y profesionales. Las condiciones políticas y sociales post jornadas revolucionarias de diciembre de 2001, impusieron al relato (neo)liberal revestirse del manto de la eficiencia.
A los pies de la Corona
A Mauricio Macri y Juliana Awada no costó prácticamente nada adaptarse al complejo protocolo de la Corte en el Estado Español. Salvo un pequeño error al levantar una copa para brindar, en los modales y la aristocrática vestimenta, parecen haber estado a la altura de las circunstancias.
Ese veloz aprendizaje contrasta, en lo formal, con la multiplicidad de “errores” que se producen a diario en el marco de la gestión estatal. Pero esas “fallas” siguen un patrón estrictamente clasista. El “mejor equipo de los últimos 50 años” gestiona el Estado en aras de los intereses directos del gran capital.
Lo hace, además, en función de los intereses de su propia fracción. Esto parece venir a evidenciarlo la nueva acusación contra Macri por el aumento de los peajes, que se suma a la que ya corre en tribunales por la entrada de Avianca al espacio aéreo argentino y al fenomenal escándalo por el acuerdo con el Correo Argentino.
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Sin embargo, los aplausos en la Corte española no se traducen, por el momento, en la llegada de euros. Como una suerte de remake del “mini-Davos” de 2016, la “lluvia de inversiones” vuelve a asomar en el discurso oficial; se convierte en una suerte de nueva “luz al final del túnel”. Pero, como ya ocurrió, puede no tornarse nunca un hecho material.
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Toda paritaria es política
La enorme sumisión desplegada por Macri y la comitiva argentina ante el monarca español y el capital imperialista de ese país, contrasta marcadamente con el desprecio hacia los docentes y sus demandas.
El respaldo otorgado a Vidal desde Europa tiene su lógica. En condiciones de retracción del consumo, caída de la actividad económica y tendencias inflacionarias, la única forma de ejercer una real “atracción” de capitales hacia la Argentina sigue siendo demostrar una firme voluntad del Poder Ejecutivo para ajustar las condiciones de vida de la clase trabajadora.
La paritaria docente se convierte entonces en el centro de una lucha política de tinte nacional.
Paradójicamente, cuando la fuerza unificada de la clase trabajadora se hace más necesaria, la conducción de la CGT busca convertir la movilización del 7 de marzo en un acto al servicio de reconstituir la fuerza del peronismo en el marco de un año electoral. En ese marco, el llamado a “no politizar” la jornada por parte de Héctor Daer suena cómico, luego de haber acordado el apoyo del FpV-PJ y el Frente Renovador.
La necesidad de un paro activo nacional y un verdadero plan de lucha nacional para que triunfe el reclamo de la docencia y otras peleas testigo, como la de AGR-Clarín, resulta cada vez más evidente.
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