Una imborrable vergüenza personal ha quedado asociada en mí con el Día de la Soberanía: es una de las preguntas que, a fines de 1979, no supe responder durante el examen de ingreso a mi colegio secundario. Será por eso, por el bochorno, que el día 20 de noviembre se fijó así en mi memoria. Y será por eso que, desde que existe, me dedico con tanta frecuencia a la lectura y la contemplación del billete de veinte pesos. Sabemos que, entre nosotros, la moneda de curso legal no rinde homenaje a poetas (como en Chile, a Gabriela Mistral), o a pintores (como en Uruguay, a Torres García), o a líderes populares asesinados (como en Colombia, a Jorge Eliécer Gaitán), o a combatientes populares asesinados (como en Cuba, a Ernesto Guevara). Por nuestros billetes desfilan habitualmente militares y gobernantes, para que podamos rendirles el debido homenaje y abonar nuestros gastos con ellos (la reciente incorporación de Eva Perón al elenco estable atenúa, pero no revierte, el sentido de la disposición general).
En el de veinte, que por eso es rojo, impera, como es sabido, don Juan Manuel de Rosas. Miento si digo que no tiemblo al verlo, y no de emoción; acaso por el papel preponderante que la lectura de “El matadero” cumplió en mi educación moral y cívica. Como sea, me llama la atención que, entre los títulos habilitantes que se enumeran en el envés de esa plata, lo primero que se menciona es “estanciero”. ¿Habrá otros casos similares en el mundo? ¿O semejante carta de presentación, para acceder nada menos que a un billete, será un signo distintivo argentino, expresión de un destino y de una vocación? Después dice “político y militar” (sobre Mitre en el de dos: “político, militar”; sobre Belgrano en el de diez: “político y militar”; sobre Sarmiento en el de cincuenta: “estadista y militar”; sobre Roca en el de cien: “militar y estadista”); pero primero, antes que nada, dice así, dice “estanciero”. Valida, o se valida, en el ser dueño de estancia.
Otro error que me avergüenza es que, cuando era chico, de paso por el barrio de Belgrano, veía los carteles de la calle “Vuelta de Obligado” y tomaba la palabra “vuelta” en el sentido de la palabra “regreso” (acierto literario, se dirá; pero equivocación histórica de todas formas). Hoy miro la imagen del “combate de la Vuelta de Obligado” en el billete de veinte pesos, detrás de Rosas y de Manuelita (que asoma a espaldas de Rosas haciendo las veces de su buena conciencia): los barcos, el río, las cadenas.
Que ese combate se haya perdido no es un dato menor (habría que decir, incluso, que es más bien un dato mayor). Heroicamente las fuerzas patrias dispusieron sus baterías costeras y sus cadenas subacuáticas; más heroicamente todavía, los barcos invasores barrieron las baterías y rompieron las cadenas y siguieron adelante, navegando, más que resueltos, hacia la apertura de mercados. Una derrota: ¿cuántos billetes existirán, en el mundo, dedicados a la conmemoración de una derrota? ¿Cuántas soberanías nacionales, en el mundo, se habrán fechado en una jornada de suerte adversa?
Desde que el Día de la Soberanía es feriado nacional, el efecto ciertamente se acentúa. Pero con un agregado que considero de interés: el día se corre, según se estila, para componer fines de semana largos. De este modo, el patriotismo se aplica en lo concreto a los hábitos de la Patria Turística, los raptos de la Patria Consumista, los goces enfiacados de la Patria Hedonista. Y así fue que, en el año que ahora corre, el día en cuestión (el 20) fue a parar al 24. Y cayendo el 24,
marcado en rojo el 24 de noviembre, coincide con otra circunstancia histórica: cuatro años después del combate de la Vuelta de Obligado, un 24 de noviembre de 1849, se firma el Tratado por el cual cesa el bloqueo británico en el Río de la Plata.
¿Ni victoria ni derrota? Probablemente. O victoria, en todo caso, para los que creen que los pactos y el consenso, los acuerdos y los tratados, son la vía mejor para obtener buenos resultados en la política y en la historia; no el combate, no la guerra, no la fuerza. |