Miguel nació el 8 de agosto de 1980 y murió el 18 de julio de 2014, veinte días antes de cumplir 34 años. El martes pasado se cumplieron exactamente cuatro meses desde que el comisario Montes de Oca lo asesinó.
Creció y vivió toda la vida en barrio La France, fue al primario a la escuela Mahatma Ghandi, a unas cuadras de su casa. Todo el barrio lo conocía porque hacía changas para poder vivir, arreglaba jardines y les vendía bolsas plásticas a los vecinos. Cuando le sobraban unos pesos, se cruzaba al kiosco de la esquina a comprar un cerveza o un vino y si lo invitaban por qué no, se iba al baile en Sociedad Belgrano o el Estadio del Centro. Fanático de la Mona. Su último baile fue el de Cachumba en La Jungla, el miércoles previo a su muerte.
Un niño, toda la vida
Su mamá, Hilda, recuerda con todo su amor que tomó la teta hasta los 5 años. Antes de entrar al jardín, tomaba un poco de teta a escondidas para que los compañeros no lo vieran y después entraba a clases. Él era todo alegría, siempre con una sonrisa y cantando. Hincha de Instituto y Huracán (club del barrio) iba con sus amigos todos los fines de semanas a alentar.
Sandra, su hermana, cuenta cómo de chicos jugaban al carnaval y cómo disfrutaba de jugar con los niños. Siempre los llevaba a la plaza del frente de su casa a jugar a la pelota, les preparaba el desayuno y el almuerzo y los llevaba a la escuela en bicicleta. Ella conserva la costumbre de llevar a sus hijos de la misma forma y su niño más pequeño, “Piyuyín”, no deja de nombrarlo y preguntar por su tío. “¿Cómo responderle que lo mató la Policía? No sólo la vez que Montes de Oca le disparó, si no cada vez que lo desaparecen las estadísticas con mentiras y corrupción.”
Miguel era papá de Alexis y Mariano, hijo de Hilda y Roberto, hermano, tío y amigo. Era como vos y como yo. Respondía a un estereotipo de persona, como cada uno de nosotros. En esta sociedad, él era el blanco, perseguido y detenido por "merodeo", "prostitución escandalosa", "disturbio en la vía pública", "exhibicionismo" y "negación a identificarse". Es decir, por portación de rostro, por el color de piel, por usar ropa deportiva, por caminar en un barrio que no corresponde, POR POBRE. Miguel fue estigmatizado y amenazado en su barrio desde siempre, le tenía miedo a la Policía. Cada vez que ocurría un robo en el barrio, lo buscaban a él.
"El Marginal"
El pasado 18 de julio, Miguel estaba con unos amigos en barrio San Roque y luego de haber tomado bastante decidió volver a su casa, pero antes acompañó a una amiga hasta la parada del colectivo. Al volver y preso del alcohol, quiso robarles a unas personas, quienes al percibir la condición en la que se encontraba lo empujaron y decidieron seguir su camino sin el menor reparo. Por otro lado, Miguel llegó a la intersección de las calles Ruta 20 y Aviador Petirossi y decidió entrar a un local, una vez adentro le arrebató un cargador de las manos a la dueña y tras pedir auxilio, llegó su marido, el comisario Martin Montes de Oca, quien sin mediar palabras le disparó certeramente en el pecho a Miguel, y una vez en el suelo, y a menos de un metro, nuevamente le disparó en la nuca. Ya sin vida, la mujer del comisario y vecinos que se acercaron luego de oír disparos lo lincharon.
Montes de Oca prestaba servicios en la División Explosivos de la Policía de la provincia de Córdoba y pertenecía a la fuerza desde hacía 12 años. Un policía con el nivel de entrenamiento que él poseía, podría haber reducido a Miguel sólo con sus manos. Pero no, optó por matarlo, su desidia actuó en plenitud, consciente de sus actos. Con este caso queda evidenciada la violencia con que se ataca a "los marginados", cómo la sociedad da por supuesto que ciertas personas reciban el castigo de muerte por sus actos. Que “algo habrán hecho” y que el “derecho” a juicio para las clases sociales más bajas no existen, porque el policía es juez y verdugo. Y como así tampoco existe el juicio y castigo para el ejecutor, porque es educado, incentivado y respaldado por el poder Ejecutivo, Judicial y Legislativo.
Miguel Ángel Torres se convierte, nuevamente, en el ser humano que alimenta estadísticas, que justifica el accionar cargado de violencia, que es criminalizado por pobreza y que estigmatiza al pibe de gorra. Pero por sobre todas las cosas es el ser querido que una familia pierde.
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