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La Izquierda Diario
21 de marzo de 2017 Twitter Faceboock

OPINIÓN
Juventud no apta: sacarse el peso de encima
Antonella Riso

Reflexión sobre la juventud, la educación entre la expectativa y la realidad.

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Fotografía: Enfoque Rojo

¿Qué pasaría si dejásemos de convencernos que toda la juventud es el “futuro”? ¿Si entendiésemos que éste puede construirse sólo por aquellos que crecen en condiciones dignas, que mantengan un orden jurídico, que obedezcan, respeten la patria y sobre todo produzcan y consuman, haciendo funcionar la gran maquinaria?¿Que se hace con los miles de niños que al nacer crecen en un ámbito desprovisto de cualquier recurso necesario para sobrevivir?¿Y si en lugar de preocuparnos por su crecimiento y desarrollo, nos limitásemos a generar nuestro propio beneficio a costa de sacrificarlos?

El ensayista Jonathan Swift publicó en 1729 “Una modesta proposición”, una sátira donde expuso que, para hacer frente a la falta de recursos de las clases más bajas irlandesas, podrían solucionar sus problemas económicos vendiendo sus niños como comida para los ricos. Seguramente el primer impacto del lector será impresionable, repudiando este acto caníbal e inhumano. Incluso recibió grandes críticas de sus contemporáneos por considerar el texto de “mal gusto” ¿Pero acaso cómo es el funcionamiento de nuestra sociedad, profundizando criterios regidos por el mercado?

“Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos”.

En su texto, Swift remarcó intrínsecamente considerar a las personas como productos o mercancías. Esto hace surgir la lógica de ser o no funcionales a un sistema. Además, resulta evidente que la propuesta está abocada a resolver problemas propios de la clase más acomodada.

Expectativa vs. realidad

Para poder profundizar en la actualidad sobre los niños y su desarrollo por insertarse socialmente,se puede hablar sobre la educación como herramienta de construcción de sentido, que aporta al sujeto una formación ciudadana, donde se adquiere el conocimiento y la destreza para desenvolverse y progresar.

Pero además, es importante destacar que ha sido una de las instituciones que mayor repercusión recibió por parte de las políticas mercantilistas de las últimas décadas, que fueron limitando y estableciendo parámetros en todas sus funciones, dando lugar a la competitividad y la meritocracia, donde la “educación de calidad” se rija según el poder adquisitivo y esto marca la formación de sujetos consumidores desde temprana edad.

Por otro lado ¿Cómo hacerle frente a las desigualdades sociales y la construcción de un pensamiento crítico colectivo que haga foco en la conquista de derechos que dignifiquen la calidad de vida de quienes se encuentran lejos de cualquier atisbo de crecimiento?

En este sentido, la educación estatal ha sido el blanco de muchas críticas durante la modernidad respecto a su incompetencia de responder a ciertas a demandas, sin tener en cuenta las necesidades que influyen en ella. Citando a Geoffrey Whitty: “acusar a las escuelas de los problemas de la sociedad es injusto y también improductivo […] las escuelas pueden ciertamente hacer la diferencia pero no pueden impedir por sí mismas las tendencias sociales”.

La educación es un espejo de la realidad: el conocimiento es saber, que a su vez genera poder. Y quienes tienen poder son quienes pueden acceder a un “conocimiento de calidad” ¿Qué sucede entonces con aquellos que no tienen posibilidades de acceder a la educación o que están insertos dentro de una institución que no tiene en cuenta la construcción de un sentido ni posibilitan otras realidades alternas a la vigente por falta de recursos?

El garante

“Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglaran para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a los padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre”.

Esta descripción fue escrita hace más de 300 años. Cualquier semejanza con nuestra realidad ¿acaso es mera coincidencia?

Si pudiésemos mostrarle al autor una ventana hacia un panorama alterno, suponiendo que todos pudiesen satisfacer las necesidades primarias, que se tengan las mismas posibilidades de insertarse laboralmente, si en lugar de medir la educación por la productividad se garantice el acceso a la educación de manera real, generando las condiciones dignas para aprender y que la escuela cumpliese de manera óptima su función de “templo del saber” donde cada niño se nutra de la heterogeneidad de realidades, donde los docentes sean transmisores y formadores de un conocimiento que critique las diferencias sociales y el modo de producción que rige a costa de la opresión de unos por sobre otros, que sea un espacio que brinde herramientas para decidir el modo de vida y trabajo que uno quiera y que luego pueda llevarlo a cabo sin restricciones ¿Acaso Swift hubiese sentido la necesidad de entregar como comida a los niños?

 
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