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La Izquierda Diario
24 de marzo de 2017 Twitter Faceboock

1977 - RODOLFO WALSH- 2017
Andrea Bello: sobrevivir a la ESMA para dar testimonio en tiempos difíciles
Daniel Satur | @saturnetroc

Al igual que Rodolfo Walsh, ella militó en Montoneros, pasó por ese centro clandestino del terror y dio testimonio contra sus desaparecedores. Hoy recuerda al escritor a 40 años de su asesinato.

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Fotos Sebastián Linero

Andrea Bello empezó a militar en Montoneros en 1973, cuando Rodolfo Walsh ya tenía 46 años y una dilatada trayectoria política, periodística y literaria. Ella apenas rondaba los 14. En 1977, en plena dictadura, Andrea se casó con su compañero Lázaro Gladstein. Ambos serían secuestrados en diciembre de 1978 en una esquina de Buenos Aires junto a otros dos compañeros, Ricardo Sáenz y Horacio Moreira. Ella tenía entonces 19 años.

Cuando Walsh fue asesinado y llevado a la ESMA el 25 de marzo de 1977, Andrea y Lázaro ya llevaban un año viviendo en una suerte de libertad condicional, sufriendo la caída de sus compañeras y compañeros y cuidando, antes que nada, su propia existencia y la de sus seres cercanos. Una “libertad condicional” que duraría casi tres años.

Bello y Walsh tienen algunas cosas en común. Por un lado la militancia en una misma organización política. A su vez ambos fueron llevados a la ESMA por la misma patota del Grupo de Tareas 3.3.2, integrado por militares y policías al mando de Jorge “el Tigre” Acosta y subordinado a las decisiones y caprichos de Emilio Massera. La diferencia es que, mientras ella sobrevivió a ese cautiverio genocida, él entró muerto o murió a las pocas horas de entrar.

Hay otra cosa que los emparenta. El testimonio de ambos fue central para juzgar y condenar en 2011 a un grupo de genocidas que 35 años antes habían gobernado la vida y la muerte de casi cinco mil detenidos desaparecidos en la Escuela de Mecánica de la Armada. En la sala de audiencias Bello habló de sus recuerdos y su experiencia. Walsh habló a través de su Carta Abierta a la Junta Militar y también reapareció con cada testigo que contó algo de su asesinato y desaparición.

A punto de cumplirse 40 años del crimen de Rodolfo Walsh (y de la publicación de su Carta Abierta) La Izquierda Diario conversó con Andrea Bello sobre ese pasado en común (y tan poco común) con el periodista, investigador, literato y militante.

Vos fuiste secuestrada hacia fines de 1978. ¿Cómo viviste esos casi tres años de dictadura antes de caer en la ESMA?

  •  Era un momento en el que de lo que se trataba era de preservar nuestras vidas. Nosotros militábamos en la zona sur del Gran Buenos Aires y en aquella época había varios conflictos, en Terrabusi, en Bagley, en la General Motors y tratábamos de ligarnos a ellos con alguna que otra volanteada, pero eran cosas mínimas.

    Recuerdo que 1978 estuvo signado por la política de “desenganche” de nuestra organización, es decir que nuestros grupos territoriales no teníamos un anclaje con la conducción (un criterio que, creo, fue acertado). Antes de “desengancharnos” nos llegó un tríptico de la organización en el que se planteaba la idea de funcionar como militantes integrales, es decir que era posible quedar desenganchado de la organización y seguir funcionando. Y eso es lo que hicimos en esos años. Paradójicamente cuando nos volvimos a “enganchar”, en diciembre de 1978, terminamos dentro de la ESMA.

    Una cosa que recuerdo claramente fue el Mundial de Fútbol de mediados del 78. Fue un impacto muy grande para nuestro grupo, nos resultaba terrible la idea del festejo callejero en ese contexto. Después con los años entendí que en parte a nuestra sociedad eso le funcionó como válvula de escape. Pero en ese momento lo vivimos con mucha angustia.

    ¿Cómo fue tu secuestro?

  •  Yo caigo con otros tres compañeros en la zona de Varela y Avenida del Trabajo. Estábamos en un bar y desembarcó una patota de unos doce tipos. A mí me pusieron la capucha y me tiraron atrás de un auto y de ahí derecho a la ESMA. Lo único que pensé en ese momento fue “tengo veinte años, viví poco”.

    A Andrea la secuestró el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA, varios de cuyos integrantes (como Alfredo Astiz, Raúl Sheller, Adolfo Donda y Juan Azic) ya llevaban infinidad de operativos clandestinos, robos, asesinatos, sesiones de tortura y demás crímenes cometidos desde marzo de 1976. Uno de los “hitos” de esa patota había sido, precisamente, el asesinato y desaparición de Rodolfo Walsh.

    ¿Cómo impactó entre ustedes el asesinato de Walsh?

  •  Para nosotros tanto lo de Rodolfo Walsh como lo que pasó con su hija Vicki, unos seis meses antes, fue muy duro. Yo lo de Vicki lo tengo marcado a fuego, aquel hecho de la calle Corro. Quizás hoy sea difícil para muchos dimensionar el nivel de compromiso y la profundidad de esos lazos que había entre nosotros. Pueden haber análisis variados respecto a si era un error o no nuestra política, pero hay otro nivel que tiene que ver con el compromiso con el otro, el dar la vida por los compañeros que realmente es impresionante.

    De alguna manera tanto él como su hija fueron consecuentes con esa idea de no caer con vida, ¿no?

  •  Totalmente. Walsh decía que el pecado no era hablar sino caer. Él tenía muy claro que no iba a caer. Es más, en la carta que le escribe a sus amigos luego de la muerte de su hija Vicki, él dice en referencia a Paco Urondo, que se había tomado la pastilla de cianuro, que le arrancó una última victoria a la barbarie. Y para los marinos también estaba claro que era muy factible que Walsh resistiera cualquier posibilidad de secuestro con vida.

    Vos estuviste en la ESMA bastante después de aquel marzo de 1977. ¿Se hablaba de Walsh entonces?

  •  Sí. Había compañeros secuestrados que eran una especie de nexo entre la primera tanda de detenidos y nosotros. Ellos nos decían que ahí había estado Walsh. Y fue muy fuerte para muchos enterarnos dentro de la ESMA que ahí habían llevado a Rodolfo. Era inevitable preguntarnos qué habrían hecho con él en ese lugar. Y en nuestro caso, encima, la patota de secuestradores era la misma, o al menos gran parte de sus integrantes. Esos mismos nombres se mantuvieron por lo menos hasta marzo de 1979, después Massera le pasó el mando a Armando Lambruschini y cambiaron algunos nombres.

    ¿Y en la ESMA los genocidas hablaban de Walsh?

  •  Si bien no era habitual que hablaran de esos temas con nosotros, algunas cosas se filtraban. Recuerdo por ejemplo que los del Servicio Penitenciario, particularmente me acuerdo de (el suboficial Carlos Orlando) “Fragote” Generoso, decían que los de la Marina y los del Ejército eran “unos boludos” que no sabían tirar. Y se hablaba puntualmente del asesinato de Walsh, ya que en ese episodio terminó herido en una pierna Julio César Coronel.

    ¿Decían que Coronel había sido herido por no saber tirar?

  •  Claro. Los penitenciarios decían que los marinos y los del Ejército eran unos boludos porque en la calle disparaban de forma perpendicular a las paredes. Y se supone que fue una esquirla de los proyectiles disparados por el propio Coronel la que le dio en la pierna.

    Lo curioso es que Coronel jamás se hizo cargo de su rol en la ESMA. Nunca reconoció haber sido el enlace del Ejército en ese centro clandestino, ni siquiera reconoció haber estado allí. Pero fue imputado en el juicio e incluso se supone que fue uno de los que disparó directamente contra Walsh.

    Y si no estuvo en el operativo ¿de dónde sería esa herida?

  •  Bueno, él fanfarroneaba de que la herida en la pierna era producto de un tiroteo en San Fernando con unos muchachos que estaban haciendo una pintada, justo el mismo 25 de marzo de 1977. Pero ese tiroteo no sucedió nunca, ni siquiera figura en los diarios del día siguiente. En verdad Coronel quiso ocultar que esa herida fue producto del operativo.

    Falsificaciones

    Hay otra curiosidad que liga, de alguna manera trágica, a Andrea Bello con Rodolfo Walsh. El día que el escritor de 50 años cayó por las balas genocidas, llevaba encima un documento de indentidad falso. Allí el portador se hacía llamar Norberto Pedro Freyre (con esa identidad incluso llegó a comprar una vivienda en la localidad de San Vicente), el mismo nombre que Walsh había usado veinte años antes para realizar la investigación por los fusilamientos de José León Suárez que derivarían en su obra Operación Masacre.

    El uso de identidades falsas sería para muchos militantes un recurso clave para salvar sus propias vidas y poder resistir los embates de la dictadura. Por el contrario, la falsificación de identidades en manos de los genocidas fue un otra de las armas utilizadas para sus crímenes. O mejor dicho, para legalizar la perpetración de robos millonarios manejando los hilos del Estado.

    Andrea Bello vivió muy de cerca en la ESMA esa “empresa” montada por la Marina para consumar los saqueos de los bienes de los secuestrados.

    ¿Cómo fue esa experiencia de ser esclavos en la imprenta de la ESMA?

  •  Los genocidas montaron una verdadera “empresa delictiva” basada en la falsificación de documentos y cédulas de identidad, pasaportes, licencias de conducir de la Provincia de Buenos Aires y otras cosas.

    ¿Con qué objetivo?

  •  Obviamente no necesitaban esos documentos para los secuestros. Lo que hacían con esas falsificaciones era apropiarse de casas, autos y otras propiedades de compañeros y vaya a saberse cuántos otros negocios más. Cada momento fue diferente, pero cuando a mí me tocó estar ahí éramos unos cuantos compañeros haciendo eso. Incluso en algún momento nos tocó fabricar diapositivas para los cursos de adoctrinamiento que la Armada realizaba para sus aspirantes a suboficiales.

    Éramos un grupo de compañeros que “trabajábamos” en eso unas doce horas por día, sin poder levantar la vista.

    Algunos genocidas buscan defenderse de las denuncias argumentando que eran muy jóvenes en aquel momento o que tenían cargos muy bajos como para ser responsables. ¿Vos qué opinás?

  •  A nosotros nos tocó en el año 1979 un cambio en las guardia que nos impactó muchísimo. A partir de la era Lambruschini nuestros guardias dejaron de ser jóvenes de 17 y 19 años y pasaron a serlo chicos de 14. Era terrorífico para nosotros pensar que esos chicos tenían un FAL y se ocupaban de trasladarnos al baño y “cuidarnos”.

    Sentíamos cómo temblaban cuando nos custodiaban, decíamos “éste te mata sólo por el pánico que tiene”.

    Ahí habría otra “falsificación”, entonces. Nadie que haya estado alistado en las fuerzas armadas, policiales, penitenciarias o de inteligencia podría decir que es inocente

  •  Yo, al manos por mi experiencia en la ESMA, puedo decir que el tema de la complicidad y ese pacto de silencio es fuerte. Que la represión en su máxima expresión dentro del predio de la ESMA funcionara en el Casino de Oficiales, es decir en el corazón de un predio militar, es algo especialmente elegido con la intencionalidad de comprometer a toda un arma. Ningún oficial que es estuvo ahí puede desconocer que existía ese centro clandestino.

    A mí me impactó cuando una vez, al tener que sacarme una muela, me llevaron esposada y tabicada por el frente de la ESMA, donde estaban haciendo gimnasia los cadetes. Todo el mundo vio que de ese edificio sacaban a una persona en esas condiciones. Y ni hablar en la misma enfermería, donde había estudiantes y estaban los propios dentistas.

    Ligado a eso está el hecho de que nunca se abrieron los archivos que están en poder del Estado

  •  A mí me tocó ver documentos dentro de la ESMA que contienen mucha información y que no pueden haberse destruido ni perdido, que los tienen seguramente las propias fuerzas armadas.

    ¿Qué tipo de información?

  •  Por ejemplo, los nombres de todos quienes pasaron por la ESMA. Yo recuerdo que antes de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en agosto del 79, hicieron una refacción monstruosa de la ESMA para intentar borrar lo inocultable. Digo inocultable porque la declaración de los compañeros en el exterior demostraba con lujo de detalles que ése era el lugar donde habían estado secuestrados. Y por más reformas que hicieran, no podían desmentir esos testimonios cambiando de lugar una escalera, embelleciendo los baños y tapando unas ventanas.

    Resulta que luego de esa refacción a Lázaro y a mí nos pasaron a un sector de inteligencia en el que se hacían unas fichas, a mano, con datos básicos de los detenidos y nos hacían pasarlas a máquina. En ese sector también vi un gran libro como de los de actas donde estaban registrados todos los detenidos de la ESMA, con nombres y apellidos e incluso con el destino de cada uno (si "trasladado" o liberado). Ahí estaba la prueba de que por ese centro clandestino pasaron casi cinco mil compañeros. No sólo eso, ahí también había un fichero con la información encarpetada de quienes estábamos en ESMA con vida en ese momento.

    Ellos anotaban todo. Y esa información está en manos de las fuerzas. El tema es qué sucede cuando las fuerzas se niegan a entregar o, en su defecto, entregan fraguados, los archivos y la información que les pide el Poder Judicial.

    Andrea Bello junto a Adriana Calvo de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos

    Cuarenta (y un) años después

    Andrea Bello es una testigo importante en la megacausa ESMA y otras causas en las que se investigan los crímenes cometidos por militares y civiles genocidas. La experiencia en ese centro clandestino de detención la ubicó un lugar especial, el de poder dar testimonio y al mismo tiempo acusar con nombres y apellidos a parte de quienes creyeron que la mentira se perpetuaría.

    Bello transformó el terror inicial y el dolor por tantas compañeras y compañeros caídos en una lapidaria acusación. Así lo hizo en el juicio que entre 2009 y 2011 trató, entre otros, el caso de Rodolfo Walsh.

    ¿Cómo fue ese proceso de décadas para vos?

  •  Es un proceso difícil. En mi caso sigue siéndolo. Creo que el hecho de transformar el dolor en acusación fue algo que nos modificó la vida. A mí llevó mucho tiempo asumirme como una sobreviviente, reencontrarme con quien había sido antes de pasar por la experiencia ESMA porque quedás pegado mucho tiempo, no tanto por el terror sino porque durante un lapso de tu vida fuiste un objeto al que intentaron destruir y saliste de ahí como pudiste.

    Por eso el hecho de poder acusarlos en un juicio es bastante reparador, no sólo en lo personal sino en lo social.

    ¿Qué particularidades tiene para vos ser una sobreviviente de la ESMA?

  •  Como no pasé por otros centros clandestinos, puedo hablar de lo que es sobrevivir a la ESMA. Como sobreviviente hay preguntas que me pude responder más fácilmente que otras. Por ejemplo se puede afirmar sin dudar que hubo sobrevivientes porque era necesario reproducir el terror en el conjunto social. Ahora, a nivel personal, te preguntás “¿por qué yo?” Está bien, la respuesta la tienen los genocidas, pero ese cachito de duda te deja siempre dando vueltas. Y lo único que uno puede responderse es que ya que me tocó a mí, redoblaré mi esfuerzo en el intento de que este genocidio no quede impune, y no sólo desde el punto de vista jurídico sino también social.

    Y la lucha continúa, ¿no?

  •  Sí. Haber llegado a la megacausa ESMA, con el juzgamiento a casi 70 imputados (algunos fueron muriendo impunes en el proceso) y por 786 víctimas (que es muchísimo) fue muy intenso e interesante.

    Ahora desde el Gobierno, atendido por sus propios dueños, quieren venir por todo. Por eso tenemos que ganar la calle. Espero que el repudio al golpe este año sea muy fuerte y extendido. La memoria será lo que nos va a salvar de futuras sorpresas.

    Mirá el dossier completo #40AñosSinWalsh de La Izquierda Diario

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