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La Izquierda Diario
14 de abril de 2017 Twitter Faceboock

Teatro
Neva, el teatro dentro del teatro
Leandro Cuesta

En el marco de la 32ª Fiesta del Teatro de Córdoba se presentó en el Espacio Máscara, la obra Neva, del dramaturgo chileno Guillermo Calderón, bajo la dirección de Victoria Monti.

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La obra fue distinguida para participar en el próximo Encuentro Regional de Teatro Región Centro, también ha sido seleccionada como suplente para la Fiesta Nacional de Teatro a realizarse en Mendoza del 19 al 28 de mayo de este año. Logró, además, una mención a la mejor actuación femenina para Diana Lerma. Sin dudas, Neva vale una reseña y una recomendación.

Asistimos a una obra que transita en dos planos, tanto espacio-temporal como argumental. Ambos son desplegados con una intensidad brillante, no se presentan como dicotómicos, sino como aspectos de una misma historia en tensión permanente. Por un lado, en el espacio de la escena, una sala de teatro vacía en la que se encuentran los protagonistas: Olga Knipper (Diana Lerma), actriz y esposa del recientemente fallecido Antón Chéjov, Aleko (Guillermo Baldo), un joven noble que encarna una mirada más bien cándida de lo que sucede a su alrededor, y Masha (Yohana Mores), una muchacha que comienza como una ingenua y poco talentosa actriz, pero cuyo personaje se vuelve más complejo a medida que se desarrolla la obra. Los tres aguardan la llegada de los demás integrantes de la compañía.

Paralelamente, en el otro plano, en el afuera de la escena, se está desatando el acontecimiento histórico conocido como el Domingo Sangriento, ocurrido en 1905, en el que miles de obreros murieron asesinados por los cosacos del régimen zarista, frente al Palacio de Invierno, en la ciudad de San Petersburgo.

La interacción entre interior y exterior, entre la sala de teatro (o el teatro mismo como espacio de prácticas y lenguajes) y el afuera (o la calle como escenario de la lucha de clases), es lo que sostiene la tensión dramática de la obra con una intensidad constante, e interpela al espectador sobre la relación de tensión o complementariedad del arte y la revolución. En tanto ese afuera condiciona y pone en cuestión lo que sucede en la sala, el Domingo Sangriento penetra el relato de los tres protagonistas que no pueden continuar con el ensayo.

En Neva, el sollozo de Olga Knipper, que por momentos es agudo llanto, se convierte en el modelo de la acción dramática de ese adentro, dando cuenta del carácter ficcional de la re-presentación y contrastando con la actuación de Masha, vinculada al extra-escena, al afuera, a la experiencia brutal colectiva que sucede en las calles de la ciudad.

La tensión no es, sin embrago, dicotómica. El rol que encarna Olga Knipper es el de una gran actriz cuya trayectoria y prestigio son proporcionales a su talento e insiste en que ofrece y ofrecerá su vida por el teatro. Este rol no se puede separar del de Masha, que se enlaza concretamente con el afuera, pero que es, a su vez, teatral.

De este modo, Masha se revela como una figura tan dramática como la viuda de Chejov. De ahí que su rebeldía no sea contradictoria, pues su estremecedor alegato final sólo funciona como dispositivo en tanto registro de su función como figura al interior de una obra que busca interpelar tajantemente al espectador. Pues la protesta de Masha finalmente no se dirige a un par de actores en una sala vacía de un teatro ruso un 9 de enero de 1905, sino que confronta a una audiencia del siglo XXI, que viene de padecer décadas de neoliberalismo salvaje.

Neva resulta una propuesta interesante para aquellos a los que les interese indagar en la función transgresora o legitimadora del artista o el intelectual en relación con la práctica política. Es un ejercicio para los espectadores que estén dispuestos a ser interpelados, no como meros consumidores de industria de entretenimiento, sino como sujetos críticos, conscientes de la importancia de los derechos culturales como dignificadores de los pueblos. Neva plantea, entre muchas otras cosas, el rol del arte en medio de una represión brutal que ahoga el sueño de la revolución. A fin de cuentas, la obra sacude a aquellos amantes del teatro que entienden que éste no puede desentenderse de la transformación de su presente en la búsqueda, tan válida como urgente, de una sociedad más justa.

 
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