Allí estábamos, varios centenares de personas, guardando un minuto de silencio en la plaza Sant Jaume. Una gran bandera arcoíris contrastaba con el cielo que había permanecido gris toda la tarde. Solo un fuerte aplauso, unánime y convencido, rompió el ambiente solemne.
El motivo de la concentración era la denuncia y repulsa de las torturas y asesinatos perpetrados en Chechenia contra hombres homosexuales por parte del ejército, información difundida por el medio Novaya Gazeta y sustentada por la Red LGBT de Rusia y diversas organizaciones de derechos humanos. Las autoridades chechenas no solo niegan los hechos, sino que rechazan la existencia de personas LGBTI en el país.
Nos duelen nuestros compañeros asesinados. Nos duelen nuestros compañeros torturados. Nos duelen nuestros compañeros dejados de lado por sus familias que intentan preservar el “honor”. La LGBTIfobia nos duele y nos mata.
Por desgracia, no tenemos que irnos lejos para comprobar que este odio sigue vigente entre nosotros.
En el Estado español hemos tenido que comprobar que las agresiones LGBTIfóbicas no dejan de aumentar; cómo un autobús se pasea por las calles difundiendo un mensaje de odio que afecta directamente a los más vulnerables, los niños y niñas; o incluso cómo en los centros educativos, espacios para el desarrollo de los más pequeños de forma libre y segura, quedan desprotegidas las identidades trans o se califica a la ley contra la LGBTIfobia de fanática, además de que se reciben panfletos que promocionan las terapias de conversión.
A esto se suma la cantidad de comentarios ignorantes, descrédito, invisibilización y patologización que sufrimos a diario. Sin embargo, esto no nos debilita, sino que nos da ese empujón para actuar, para seguir combatiendo¬ las mentalidades más retrógradas que ponen en peligro nuestra integridad física y mental. Podemos empezar con no dejar pasar ese comentario que escuchamos con la palabra “maricón” en sentido despectivo, por visibilizar nuestras experiencias o por declararnos orgullosos de nuestra identidad. Y seguiremos autoorganizándonos en las calles, centros educativos y de trabajo, para hacernos oír, para hacernos visibles, para condenar cualquier agresión perpetrada hacia nosotros. Nuestra lucha no es estatal, sino global. Porque lo único que queremos es vivir libres, disfrutar de nuestras identidades, y en definitiva, como cualquier otro, ser felices. |