La euforia desplegada por Macri en el acto del 1° de Mayo recuerda, parcialmente, aquella del discurso de inicio de las sesiones legislativas. Los 60 días transcurridos entre ambas fechas estuvieron marcados por las enormes movilizaciones del mes de marzo, la marcha de la Argentina blanca y pura el 1A, y el paro nacional del 6 de abril, que mostró la fuerza de la clase trabajadora en la escena política. Esta jornada, al mismo tiempo, hizo evidente la contradicción entre ese poder social y el carácter completamente conservador de la casta burocrática que dirige los sindicatos.
En esa contradicción hay que buscar la explicación para un abril más calmo, que continúa en los primeros días de mayo. Con la excepción del importante acto del Frente de Izquierda, el 1° de Mayo apareció como una suerte de día de ensueño para Cambiemos. La CGT realizando un mini-acto y las dos CTA proponiendo una nueva marcha federal a 50 días de plazo. La euforia oficialista puede explicarse, esencialmente, a partir de allí.
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Lluvia de elogios, no de inversiones
Macri presentó los resultados de la visita a EE.UU., como un verdadero éxito. La vara con la que se elige medir es, hay que señalarlo, bastante baja. El “triunfo” se reduce, por un lado, a haber evitado un desplante por parte del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Por el otro, a recuperar la exportación de limones a ese país. La suma de esta operación es, en términos globales, irrisoria.
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Si no se pueden cuantificar en dólares, el oficialismo pretende medir los avances en términos simbólicos. Los elogios de Trump son presentados como sucedáneos de verdaderos acuerdos comerciales. Algo que no debería consolar a un Gobierno que, a pesar del apoyo de Barack Obama, sigue esperando la tan mentada “lluvia de inversiones”, como se espera a Godot.
Argentina supermercado. Ante el mundo y la clase capitalista, Macri discurre entre dos relatos parcialmente contrapuestos. Aquel que propone una Argentina “eficiente y competitiva” y el otro -más realista- que proclama conquistar el lugar de “supermercado del mundo”.
Si el primero es el que funda los llamados a “hacer crecer la productividad”, el segundo es el que parece materializarse. En esa tónica vinieron este martes los festejos por el acuerdo con la empresa Alibaba, del empresario chino Jack Ma. El “logro” será poder usar esa plataforma para la venta de productos argentinos. Vinos, carnes y mariscos conformaran el menú de ese eventual “éxito” comercial.
Nada parece indicar que el carácter re-primarizado de la economía argentina -que se sostuvo en el kirchnerismo- sea superado. Al contrario, la CEOcracia gobernante aspira a sostener ese lugar en la escena internacional. Los nuevos nichos a los que apuesta el Gobierno –pomposamente presentados como “nuevas pampas húmedas”- son la minería, la energía y la agroindustria. El modelo sostiene la marca del atraso nacional. La Argentina que se hizo rica “mirando parir vacas” se propone perpetuarse con las mismas prácticas y, citando al revolucionario León Trotsky, “dejando agujeros en la tierra y enfermedades en sus trabajadores”.
Continuando el esquema estructural del ciclo kirchnerista, se hace patente que ni los liberales con su libreto de “competitividad”, ni los populistas con su defensa del mercado interno, son capaces de sacar al país de ese atraso al que lo condena la división mundial capitalista del trabajo.
La grieta sindical
La brutal tregua que sostienen las conducciones sindicales burocráticas evidencia el nivel de adaptación de una casta que, al usurpar la cúpula de los sindicatos, convierte sus propios intereses materiales en el motor de su accionar.
Los dirigentes, mientras mantienen un tibio discurso opositor, firman acuerdos paritarios a la baja y sostienen negociaciones sectoriales por abajo. Como ya se señaló, el Momo Venegas expresa de manera extrapolada la relación que el conjunto de la burocracia sindical mantiene con el Estado y las patronales.
La relación entre representantes y representados en el mundo sindical semeja una suerte de abismo, una grieta profunda que no cesa de ensancharse en la medida en que las conducciones mantienen el estado de postración ante un ajuste que profundiza golpes al bolsillo obrero y popular.
Allí, en ese hiato, surgen y se desarrollan nuevas organizaciones sindicales que ponen en cuestión el monopolio de la representación única por rama. Allí también emerge el sindicalismo combativo y de izquierda, que ocupó Plaza de Mayo el pasado lunes. Contra ese “peligro” cierra filas el conjunto de la burocracia.
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No está de más recordar que esa burocracia fue, durante muchos años, parte esencial del esquema de poder kirchnerista. El oficialismo a prueba de balas de los Gerardo Martínez (Uocra) o Ricardo Pignanelli (Smata) atravesó con pocas tensiones el cambio de mando en el Estado capitalista. Bajo el proyecto “nac&pop” o con la “revolución de la alegría”, la corrompida burocracia sindical peronista sigue siendo parte de los factores que garantizan la estabilidad burguesa.
La esperanza, la realidad y la relación de fuerzas
Si la “lluvia de inversiones” no se hace presente, las esperanzas electorales de Cambiemos en la llamada “madre de todas las batallas” están puestas en la división del peronismo. En ese marco, no puede descartarse la posibilidad de un triunfo oficialista en provincia de Buenos Aires. A esta altura nadie en el oficialismo debe imaginar una victoria categórica. Hace dos semanas, un analista que solo puede dar fe de oficialista, habló de una “elección razonable” si los números ayudaban. Pero las cifras se resisten tenazmente a dar ese aval.
Sin embargo, si el oficialismo triunfa, nada garantiza que eso tenga un efecto capaz de galvanizar políticamente a las gestiones de Macri y Vidal. En primer lugar porque un triunfo así no revertirá el carácter de minoría política en las cámaras legislativas.
En segundo lugar, porque el proyecto estratégico de la gestión Cambiemos requiere alterar la relación de fuerzas con la clase trabajadora y el pueblo pobre. Implica un reordenamiento social que imponga mayores cuotas de explotación sobre el conjunto de la clase obrera, en aras del aumento de la ganancia capitalista.
La verdadera “oferta” que hizo Macri en EE.UU para atraer inversiones, fue la de una clase obrera flexibilizada, un cheap labour (trabajo barato) que garantice rentabilidad al capital. Esa tensión estructural es la que emerge en la negociación por el presentismo en la paritaria docente.
Allí, en ese intento de cambiar la relación de fuerzas, está el proyecto estratégico de Cambiemos y el conjunto de la clase capitalista, incluido el peronismo en todas sus alas. Nadie debería sorprenderse por escuchar a Macri citando a Perón y su “estrella polar de la productividad”. Fue el viejo líder burgués el que organizó la Triple A para imponer orden en la Argentina conmovida por el ascenso obrero y popular que abrió el Cordobazo. El tercer peronismo (Alejandro Horowicz dixit) buscaba aplastar a la clase trabajadora, para “normalizar” el país al servicio del gran capital.
¿En manos de la Bonaerense?
Sin "lluvia de inversiones" ni mejora en los indicadores económicos, el Gobierno tiene garantizada gobernabilidad por la escandalosa tregua de la CGT. Pero, precisamente por los límites que impone la economía, eso no garantiza paz social per se.
Luego de la movilización del 1A, el oficialismo endureció su discurso y pareció postularse como Partido del Orden. Parte de esa ofensiva estuvo expresada en la represión en Panamericana y, posteriormente, en la Plaza de los dos Congresos.
El endurecimiento discursivo y práctico fue acompañado por una política destinada a dar mayor poder punitivo al conjunto del aparato estatal. Desde una reaccionaria modificación de las normas para las personas privadas de libertad, hasta la puesta en discusión de una reforma al Código Penal que agrava penas para quienes participen en piquetes o desobedezcan órdenes policiales. De conjunto, una serie de normas que empoderan a las fuerzas represivas.
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La contradicción que atraviesa a la gestión Cambiemos es que esos mismos aparatos represivos están lejos de ser una fuerza “domesticada”. En el caso de la maldita Policía Bonaerense, las últimas semanas han sido prolíficas en evidenciar su descomposición y la profunda intrincación en todo tipo de negocios ilegales y crímenes.
El femicidio de Araceli Fulles está ahí para demostrarlo. Si ello no fuera suficiente, en las últimas horas emergió la ligazón los oscuros negocios de esa fuerza y la denuncia del ataque al fiscal Fernando Cartasegna en La Plata.
Federico Engels, autor del Manifiesto Comunista junto a Carlos Marx, escribió que el Estado es, esencialmente, “una banda de hombres armados al servicio del capital”. Hay que consignar que esa banda, en estos tiempos y por estos pagos, está bastante descontrolada.
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El republicanismo de Cambiemos puede seguir engañando incautos, pero no le pone límites reales al entramado de las fuerzas policiales, la Justicia y los negocios ilegales. Empoderar a las fuerzas represivas no parece una buena idea, ni siquiera en términos meramente electorales.
A esta altura se puede constatar, ya sin dudarlo, que ni antes ni después de las elecciones la tranquilidad invadirá los despachos de Macri y Vidal. |