David Moreira fue acusado junto a otro joven de haber protagonizado el robo de una cartera este el barrio de la zona oeste de la ciudad. Fue perseguido, golpeado, arrastrado varios metros, apaleado en la calle; vio aplastada su cabeza con la puerta de un auto, hasta que murió a la edad de 18 años. Una cacería sin atenuante alguno.
El “barrio”, espectador cómplice de esta brutalidad fascista, cerró filas con estos “vecinos” que aplicaron una Ley del Talión inflamada: a un supuesto hecho de menor envergadura, un arrebato, respondieron con un asesinato cruel y cobarde. Cuando hicimos el acto en marzo de este año, a un año del asesinato, daba escalofríos el relieve hipócrita de un barrio cuyas casas cerraban las persianas, y cuyos habitantes cerraban los ojos. Mejor no mirar de frente a lo que hicieron, matar o encubrir.
Desde ese día, a la brutal sentencia sumaria que le dictaron a David, la muerte, le siguió el estigma social contra la familia, por el mero hecho de ser humilde, familiares de un pobre sospechado de ser ladrón. No conseguir trabajo, ser señalados, tener que irse del país, por la enorme condena social que les pesaba. Los verdugos de este joven, por el contrario, seguramente sean cuasi héroes, verdaderos “mártires” de esta campaña por la inseguridad, que iguala pobre a delincuente. Y, según parece, los delincuentes merecen ser matados como animales.
Los medios de prensa cocinan y condimentan, día a día, minuto a minuto, esta campaña que afila el cuchillo del fascismo en sectores de la clase media. La Justicia, de la mano de fallos racistas, clasistas y repugnantes como el de la Jueza Bernardelli, legitima, consagra este accionar nefasto y asesino. El Fiscal, aunque no fue tan lejos como la jueza, sí pidió atenuar la carátula (y por lo tanto la pena) a los asesinos. A los pobres, pobreza, estigma, muerte. A los asesinos de David, disfrutar la cómoda “prisión” en sus casas. Ya sabemos que la Justicia será tolerante con eventuales paseos que se den el lujo de dar estas dos personas que “solamente” mataron un pobre.
Pasa con los genocidas de la dictadura, pasa con los hijos del poder que asesinan al volante de autos de alta gama (como en la película Relato Salvaje), pasa con estos asesinos de pobres. Todos ellos son beneficiados con la libertad, con carátulas atenuadas o con la prisión domiciliaria. La derecha y los medios que dicen que “los delincuentes entran por una puerta a la cárcel y salen por la otra”, no se preocupan por esta “puerta rotativa”. Por supuesto: a los pobres, si roban, hay que darle palos y rejas. A los empresarios, ricos, poderosos o asesinos que gozan de la impunidad estatal, hay que darles eso: más impunidad.
Las organizaciones políticas, sociales, de DDHH deberíamos exigir activamente la cárcel efectiva y sin privilegios para estos asesinos. |