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8 de mayo de 2017 Twitter Faceboock

GATILLO FACIL
Ingeniero Budge: treinta años de una de las primeras masacres policiales en “democracia”
Alan Gerónimo | @Gero_chamorro

El 8 de mayo de 1987 tres jóvenes dejaban su vida en una esquina de esa localidad a manos de la maldita Bonaerense. A treinta años, el pueblo pobre sigue sufriendo el gatillo fácil y la impunidad.

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Los hechos

Corría el año 1987, más precisamente 8 de mayo de 1987. En una esquina de Ingeniero Budge (Lomas de Zamora), como podría ser la de cualquier barrio, estaban tomando unas cervezas tres amigos, Agustín Olivera (26 años), Oscar Aredes (19) y Roberto Argañaraz (24). No eran personas ajenas al barrio. Tampoco ajenos a los cruces de las calles Figueredo y Guaminí que durante las noches de sus cortas vidas ese lugar les supo dar risas, amistades o distraerse un rato de la jornada laboral. Ese cruce, esa esquina, los supo cobijar.

El padre de Agustín, Antonio Olivera, dirá en una entrevista realizada por Página/12: “Mi pibe y todos los muchachos, los compañeros de él, los amigos, se reunían en una canchita de acá cerca, la del club Lucero, al lado de la vía (del tren Belgrano Sur que une Merlo con Puente Alsina). Cuando ellos ganaban un partido, venían a celebrar acá, en frente de mi casa o en la esquina. Eran un montón sentados en el banco (frente a la casa) y en la vereda”.

Horas previas a la masacre cometida por la maldita Policía Bonaerense, se sabe que dos de ellos habían tenido una discusión con la dueña del bar “La Angiulina” ubicado en las calles Mosotti y Campoamor. La discusión terminó con la rotura de un vidrio.

El hijo de la dueña del bar, cuando la madre le contó lo que había pasado, fue a denunciar lo ocurrido a la Comisaría 10, ubicada al lado del Puente La Noria. Ahí estaban el suboficial mayor Juan Ramón Balmaceda y los cabos primero Isidro Romero y Jorge Miño.

Como si los jóvenes fueran tres peligrosos narcotraficantes estos tres agentes de la Policía Bonaerense se subieron a un Fiat 125 y a una Ford F-100 para aprenderlos. El “crimen” no era otra cosa que la rotura de un vidrio.

“Ese sinvergüenza de Balmaceda, ese criminal, ese asesino, era muy nombrado en la zona. Era muy manguero...” dirá el padre de Agustín en esa entrevista. “Manguero”fue una forma sutil de decir lo coimero que era Balmaceda.

En una época donde las razzias policiales eran una forma más de agrandar las cajas de las comisarías, Antonio agregaba: “Cuando los chicos se juntaban, el tipo, el sinvergüenza, mandaba a algún colega de él para verificar si estaban y después venía Balmaceda. Se los llevaba presos a todos. Les sacaba los documentos, pero nunca llegaban a la comisaría. Antes los empezaba a manguear, les sacaba plata y los mandaba de vuelta. Pasado un tiempo, volvía y hacía el mismo trabajo. A mi pibe, una vez, cuando había llegado recién del trabajo, se lo llevó esposado. Mi finada esposa (Mercedes) le preguntó por qué hacía eso y él le contestó que era una razzia. Y se lo llevó injustamente.”

Si lo mató Balmaceda no se puede hacer nada (o eso creían)

“¡Al suelo, señores!”, gritó Ramón Balmaceda. Acto seguido se escuchó un disparo de su arma reglamentaria. Dirán que fue un tropiezo, que fue un accidente, pero segundos después Isidro Romero descargaba la ametralladora que portaba y Jorge Miño descargará su 9 milímetros.

Agustín y Roberto estaban recostados en el piso. No llegaron ni a moverse que la lluvia de plomo policial les arrebató la vida. Oscar intentó gritar unas palabras, nunca se sabrá qué quiso decir, ya que después de la lluvia de balas le pegaron un culatazo y lo subieron mal herido a la camioneta F-100. Los testigos de la causa aseguran que Oscar estaba vivo al momento de subir. Se sabe que a él lo asesinaron varias horas después, tenía 18 balazos en el cuerpo.

Después de esa masacre, la Policía inventó (como es su costumbre) un enfrentamiento que nunca existió, le “plantaron” armas a los cuerpos y dirían mil cosas más.

“En esos años (previos a 1987) era común ver cadáveres por acá, cuando amanecía. Una vez, a mitad de cuadra, apareció un cuerpo. Como tantos curiosos, me fui con la gente a mirar. No sé de quién era el cadáver. La gente comentaba: ‘Lo mató Balmaceda’. Y otro enseguida decía: ‘Si lo mató Balmaceda no se puede hacer nada, hay que dejar todo como está’”, comenta don Antonio en la entrevista.

Con lo que no contaba la Policía es que horas después de cometido este brutal asesinato, los vecinos, hartos del accionar policial comenzaron a organizarse, primero hicieron circular un petitorio que exigía juicio y castigo a los culpables de los asesinatos.

Horas más tarde 150 personas acompañaron el cortejo fúnebre y lo hicieron bajar en la Comisaría 10, ahí donde Balmaceda se sentía el “Rey de Budge”.

Mientras las horas corrían amigos y vecinos se juntaban y formaban lo que después seria la Comisión de Amigos y Vecinos (CAV). María del Carmen Verdú, abogada de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), opinó que Budge fue “la primera experiencia de organización barrial para exigir justicia en un caso de violencia represiva puntual”.

Leé también Masacre de Budge: un recuerdo de León Zimerman, padre de la expresión “gatillo fácil”

La presión organizada en la calle logró que este asesinato, esta masacre, fuera llevada a juicio oral. En 1990 fue el primero. Ahí los jueces dictaminaron inescrupulosamente que esta masacre fue un “homicidio en riña”. Balmaceda y Miño fueron condenados a cinco años de prisión y Romero a doce.

La Corte Suprema anuló el juicio y en el segundo fallo, del 24 de junio de 1994, les dieron penas de once años a los tres policías.

“Mi hijo era mi esperanza y los otros chicos lo eran de sus familias. A la edad que tengo yo, lo necesito, para que me alcance un pedazo de pan”, seguirá diciendo el papá de Agustín.

Los responsables estuvieron prófugos más de veinte años. Recién en 2006 se pudo capturar al último asesino de los tres jóvenes. Balmaceda gozó el beneficio de la prisión domiciliaria.

Las masacres que se repiten cada 25 horas

Ya pasaron tres décadas de “La masacre de Ingeniero Budge”. Algún iluso pensará que la situación habrá cambiado, pero esto no es así, la situación empeoró.

Desde 1983, con el regreso del régimen constitucional, hasta hoy, más de 5.000 pibes fueron asesinados a manos de la Policía. El 63 % de los casos ocurrió en el supuesto Gobierno de los “derechos humanos” de Néstor Kichner y Cristina Fernández de Kirchner.

El 80 % de los asesinados fueron menores de 35 años, y casi todos ellos pobres, demostrando a quién está dirigido el control social por parte del Estado con sus brazos armados, como la Policía.

Desde su asunción, el gobierno de Mauricio Macri y Cambiemos logró en poco tiempo convertirse en el gobierno que más asesina gente en las barriadas con su aparato represivo: cada 25 horas alguien es asesinado por gatillo fácil.

Algunos dirán “fueron tres loquitos sueltos”. Otros acotarán “hay policías buenos y policías malos”. Pero no, no se trata de un solo policía, se trata de toda una institución putrefacta que persigue, desaparece y mata a gusto y goza de la impunidad Estatal y del poder Judicial.

 
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