"Es fácil poner más atención a lo que nos separa, pero ahora que nos reunimos con nuestros seres queridos este Día de Acción de Gracias, recordemos y agradezcamos lo que nos vincula: El amor que sentimos por el país".
Con estas palabras, Barack Obama se preparaba a degustar el tradicional banquete en la Casa Blanca, mientras las calles eran inundadas por miles de personas indignadas y rabiosas tras el fallo que dejó en libertad al policía asesino del joven negro de 18 años Michael Brown en Ferguson, en las afueras de Saint Louis, Missouri.
Como una mala remake modernizada de la típica imagen de los manuales escolares donde en El Día de Acción de Gracias los colonizadores (genocidas del imperio británico) se sentaron a comer en comunión con los conquistados originarios, Obama pretende que se sienten en una misma mesa los nuevos asesinos y opresores del pueblo afroamericano y esos miles que salen a la calle para conseguir lo que la justicia e instituciones yanquis les niegan. Claro, que no en sentido literal. Mientras el "emperador" se limpia con una servilleta de seda la grasa de un pavo relleno de primera calidad, no envía a los que pretende "convencer" una ración de carne del ave, sino a las Guardias Nacionales y fuerzas de seguridad, que con el mismo equipamiento que acosan y avanzan sobre los pueblos oprimidos de Africa y Medio Oriente, reprimen y contienen el avance de la ira y defraudación de la población afroamericana, que confió en que "uno de los suyos" en el poder haría que cambie en algo su penosa situación.
Cómo es también costumbre en este día especial para los norteamericanos, el presidente saludó a las 5 ramas de las Fuerzas Armadas, y en especial a los que combaten al ébola en África (un eufemismo de las operaciones de contención a punta de fusil de las poblaciones infectadas producto de las condiciones infrahumanas de existencia a las que se ven arrojadas por la opresión de las grandes potencias), y a los que combaten contra los yihadistas (el nuevo cuco del relato norteamericano que justifica más intervención militar en Oriente Medio).
En el 2003 cuando comenzó la invasión a Irak durante la presidencia de George Bush (hijo) las salas de cine de todo el mundo proyectaban la saga de El Señor de los Anillos de Peter Jackson. A algún genio del Pentágono se le ocurrió comparar al entonces dictador de Irak, Sadam Hussein, con Sauron, el emperador de Mordor en el film; y los marines de la OTAN vendrían a ser las tropas lideradas por Aragorn, que defienden al mundo de la amenaza del primero. El actor Viggo Mortensen, quien le pusiera el cuerpo a este personaje heroico, salió a contestar en una entrevista que la realidad era al revés, que los pueblos de Medio Oriente veían a Estados Unidos como Mordor, los invasores que traían la guerra, el hambre, el éxodo y la aniquilación.
Hoy, once años después, quien ahora ocupa el trono del imperio desplazando a su antecesor con promesas de inclusión, prosperidad y hasta un premio nobel de la paz, al cortar el teléfono con los militares destacó que todas esas misiones tienen un mismo objetivo: velar por la seguridad del pueblo estadounidense. Ni los pueblos de Medio Oriente y de África, ni sus hermanos y descendientes dentro del propio territorio del imperio vieron cumplidas esas promesas. Y no podría ser de otra manera: ¿cómo garantizar los buenos negocios, la extracción de materias primas, la mano de obra barata y la contención de cualquier fuerza de oposición, oprimiendo brutalmente a la enorme población de esos territorios (y del propio), sosteniendo terribles regímenes dictatoriales y genocidas (como el sionismo Israelí) con paz, amor y tolerancia? La respuesta a ese cómo es el 41 % del presupuesto militar global a cuenta de Estados Unidos, cuyo presupuesto en esta área es de u$s 711.000.000.000.
En 2011 la chispa que encendió la mecha en Medio Oriente fue la inmolación de un joven tunecino que desencadenó una oleada de revueltas en toda la región conocida como La Primavera Árabe. Tres años más tarde, los cimientos de un régimen profundamente racista y opresivo para con la población afroamericana y extranjera en general, y con los jóvenes en particular, sienten una réplica de aquel temblor en el avance de miles de pies de sus hermanos norteamericanos que marchan por las calles, cansados de ser aplastados, empezando a escribir otro capítulo en la historia de siglos de lucha contra la opresión racista.
En el Día de Acción de Gracias, pavo relleno para la Casa Blanca, y balas, gases y palos para la Casa Negra. |