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La Izquierda Diario
5 de junio de 2017 Twitter Faceboock

Tucumán
Desalojo en El Bajo: vivir a pesar de los palos en la rueda
Silvia Hernando

Noelia tiene 31 años. Está en primer año de Trabajo Social. Desde el 2001 trabaja como vendedora ambulante junto a su madre, a quien vio llorar desesperada frente a las cámaras, luego de que una topadora arrasara su única fuente de ingresos.

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Cuando llegué al comedor de Filosofía y Letras me pareció extraño no encontrarla, así que comencé a buscar entre las mesas, pensé que tal vez no la había reconocido ya que solo hablé con ella una sola vez. El día anterior habíamos pactado por teléfono una entrevista para charlar sobre su vida de estudiante siendo madre de dos niñas. El mensaje fue claro: “Mañana voy a la facu tipo 14.30, voy a estar en el comedor hasta las 17”. Espero unos minutos sentada en los merenderos y le escribo; no se entrega, espero, revisó las notificaciones del celular, nada. Unos minutos más tarde suena. “Me rompieron todo el kiosco los de la municipalidad, estoy desesperada, me rompieron todo, compañera”.

Noelia es madre soltera vive en el Manantial. Viaja todos los días para llevar a sus hijas a la escuela, trabajar y asistir a la facultad. Viene de una familia de laburantes, los hermanos trabajan en una citrícola y siempre que podían ayudaban con el kiosco, su padre un mecánico de oficio. Junto a su madre se hacía cargo del kiosco, dice que desde el 2006 tenían permiso para vender ahí y que cumplía con todas las reglas municipales.

Aquella mañana del martes 30 de mayo Noelia hizo lo que todos los días. Desayunó, fue hacer las compras, preparó el almuerzo y al prender el televisor pasó lo que jamás hubiera imaginado. Vio a su madre llorar frente a las cámaras, lloraba desesperada porque lo había perdido todo, bastó unos minutos para que el esfuerzo de muchos años se convierta en escombros desparramados.

A Noelia la invadió la angustia, tomó a sus dos hijas y abordó el primer remis que encontró para llegar lo antes posible. En el celular solo tenía mensajes de llamadas perdidas a las que no pudo contestar por falta de señal. Seguro le llegaron mis mensajes cuando se encontraba rescatando lo poco que quedaba del kiosco.

En nuestro primer encuentro no supe qué decir, solo un sentimiento de bronca me invadía. “Yo venía estudiando antropología e historia pero ahora no sé qué es cada cosa” me cuenta y solo alcancé a ofrecerle mi ayuda.

Comenzar de nuevo

Al día siguiente quedamos en charlar cuando este más tranquila. La llamo y me dice que está cerca de la facultad. Salgo afuera y la veo acercarse despacio con sus dos hijas, me aclara que no tiene mucho tiempo, comenzamos. Bastaron solo esos minutos para saber que su historia es similar a la de miles de tucumanos, si tiene en cuenta que, por ejemplo, una zafra solo 4 meses y el resto del año hay que rebuscarse como sea.

La mayor preocupación de Noelia ahora es su madre Inés, teme que esto le vaya afectar a su salud. Ellas viven separadas pero no piensa dejarla sola la consuela diciéndole que de esto seguro salen. La incertidumbre pesa en sus palabras, aún no tiene claro cómo va a seguir pero se alienta diciendo que no se va a dar por vencida, que va a seguir luchando como todos los días solo que ahora debe comenzar de nuevo.

A Noelia no se le cruza por la cabeza abandonar Trabajo Social. Desde el ciclo de inicio que viene entusiasmada, hasta el momento no ha faltado a ninguna clase y por estos días le tocó rendir sus primeros parciales. Sabe que cursar es también una gran batalla con un montón de palos en la rueda porque a nadie se lo recibe con los brazos abiertos. Si trabajás, no hay bandas horarias para el cursado; si sos madre, no tenés un lugar donde dejar a tus hijos (eso si antes no te corren del curso); además de tener que afrontar el costo en boleto y apuntes. Pareciera ser que recibirse es una cuestión de suerte, no porque uno no haga el esfuerzo sino porque ingresar no te da la garantía de permanecer y terminar la carrera que elijas.

En los ojos de Noelia veo un poco de resignación, pero sobre todo fortaleza. Veo la resignación de una joven golpeada en varias oportunidades por los contrastes de un sistema que asegura las ganancias de un puñado de empresas, en una provincia con uno de los mayores índices de trabajo en negro (45,6% para fines del 2016). Veo la fortaleza que en su caso se abre camino a través del estudio para contar con una mejor herramienta para afrontar la vida, un derecho que toda persona lo debería tener garantizado. Veo ese coraje para empezar una y mil veces desde cero, algo que solo un laburante conoce y sabe que lo que implica.

Terminamos la entrevista, nos despedimos. Ella toma las manos de las pequeñas y continúa su camino a la parada del colectivo.

El mismo día en que el kiosko de la familia de Noelia fue arrasado por orden del intendente Germán Alfaro, la comunidad universitaria se conmovía por el desalojo de Don Arias, un vendedor ambulante a quien la gestión de la decana Mercedes Leal quiso impedir que siga ofreciendo sus artículos de librería. La comparación es inevitable. El testimonio de Noelia le pone rostro a esas grandes mayorías que desmienten los pomposos discursos.

 
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