Leer a Alejandra, pensar en ella, son cosas que hago a menudo. Quizá demasiado. Pero tratar de abarcarla con palabras, tratar de describirla, de pasarla de sentimientos a papel, es algo muy complejo, teniendo en cuenta que ella también es palabra y, sobre todo, poesía.
Memoria iluminada
Flora Pizarnik nació el 29 de abril de 1936, en Avellaneda, Buenos Aires, en el seno de una familia de inmigrantes ruso-judía que perdió su apellido original, Pozharnik, al asentarse en Argentina.
El destierro, por doloroso que parezca, es en este caso providencial, pues el resto de los Pozharnik (familia del padre) y Bromiker (familia de la madre), «con excepción del hermano del padre en París, y la hermana de la madre en Avellaneda, pereció en el Holocausto, lo que para la niña debió de significar un contacto temprano con los efectos de la muerte», dice César Aira.
Debido a que su familia en Europa habría sido sucesivamente aniquilada por el fascismo y el estalinismo, para ella, la literatura tenía un único compromiso, con la calidad. Este es, quizá, el motivo por el cual tuvo una invencible aversión a la política y una notoria obsesión por la perfección de sus producciones literarias.
Como expresión de la fragilidad que caracterizaba a la niña, el asma, la tartamudez y la tendencia a subir de peso son irrefutables, lo que hace que caiga en la depresión y el rechazo de sí misma y de su cuerpo, por lo que experimentó el breve y peligroso fenómeno psicodélico de las anfetaminas. También aliviaba el dolor con analgésicos y frecuentaba los somníferos para escapar de la vigilia nocturna.
Al finalizar sus estudios secundarios, rondó por la facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Tomaba cursos de literatura, filosofía y periodismo, pero no concluyó sus estudios.
Escribió libros poéticos de una intensidad notable, marcados principalmente por su imaginación, se caracterizaron por la libertad y autonomía creativa. Sus temas rondaban en torno a la soledad, la infancia, el dolor y, sobre todo; la muerte.
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“Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones”
En la poesía de Alejandra la obscenidad está presente, no por lo sexual, sino por la carga apasionada y constante de muerte. La relación entre Pizarnik y la poesía está impregnada de cierto erotismo: así como acudía a lo sexual para sentirse viva, con la poesía se acercaba a esa anhelada muerte verbal. Así su yo poético y la muerte son un mismo ser, su cuerpo lo reclama del mismo modo que reclama al sexo.
“¿Qué significa traducirse en palabras?… mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra.” (Extracción de la piedra de la locura)
Las palabras, la muerte, ese deseo constante de saberse en el lenguaje, de saberse, a la vez, lejana y ausente de las cosas, de la poesía, están siempre presentes. El tratar abarcar ese dolor, el de su yo niña que se asoma al jardín que nunca podrá ver, porque para ella es un lugar inaccesible. El cuerpo, el sexo, como un lugar inaccesible en el cual se mueve y se dice:
“Se espera. Se dice. Por amor al silencio se dicen miserables palabras. Un decir forzoso, forzado, un decir sin salida posible, por amor al silencio, por amor al lenguaje de los cuerpos.” (Textos de sombras y últimos poemas, PALABRAS)
Siempre con esa sensación de sentirse extranjera de sí misma, ese prolongado sentimiento de muerte, esa constate manera de pensarla cercana y propia, como anhelando lo posible, como deseándola: ella moría explicando su muerte.
"Explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome." (Árbol de Diana)
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“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos…”
En Pizarnik, el cuerpo se inscribe en el texto a medida que el mismo se escribe. De manera que el cuerpo es el texto y su sexualidad, coexiste en él: no hay necesidad de nombrarlo porque está presente en todas las palabras. Tiene el deseo de hacer, de encontrar el cuerpo del poema queriendo anular la distancia que la sociedad pone entre el poema (el arte) y la vida:
“Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir” (El deseo de la palabra- El infierno musical)
Con esto buscaba convertirse en el personaje de sus poemas, suprimiendo esa distancia entre ella y la literatura, aludiendo a la consigna levantada por el surrealismo, al cual seguía fervientemente, devolverle el arte a la vida.
Pizarnik no es literatura femenina por escribir sobre la mujer, sino por hacer del cuerpo el poema. No es literatura revolucionaria por escribir sobre revoluciones, sino por desnaturalizar, decodificar el género, el cuerpo y la percepción de la sexualidad lejos de los parámetros culturales establecidos.
Alejandra, se entrega a la poesía, a la literatura y a la muerte, como medio de transformación y de lucha constante por la trasmutación al lenguaje de lo que sólo es ausencia o aullido. Como forma de calmar la desgarradura absoluta por sentirse suspendida en la evocación del silencio conformado de gritos, convirtiéndolos en imágenes, en poemas de una belleza incomparable. |