Hacia el cierre de Blade Runner, Roy Batty declama: “¿No es terrible vivir con miedo? Eso es lo que significa ser un esclavo”. Abolidas hace mucho las formas legales de esclavitud en los Estados Unidos la población negra conoce muy bien y se ve obligada a convivir con el mismo temor que erizaba la piel de sus antepasados: el racismo, con su decantación de odio y violencia.
Get out (2017) logra capturar este miedo antiguo y moderno, explícito y subrepticio, que atenaza la vida social de los afroamericanos también en la Norteamérica pos-Obama. El film excede los límites frecuentemente bajos, convencionales, trillados y superficiales de la típica “horror movie”, o lo que es aún mejor, revisita las potencialidades del género para la crítica social, haciendo que más allá del suspenso, sangre y violencia (que no falla en entregar) en su núcleo lata con firmeza un juicio a la iniquidad que entrama a la sociedad.
No es casual que los críticos la sitúen en la línea de The Stepford Wives (1975) y Rosemary’s baby (1968), ni que su director, a raíz de los resonantes casos de asesinatos de jóvenes negros en manos de la policía que tiñeron la última parte de la administración de Obama y el surgimiento del movimiento Black Lives Matter, haya decidido re-filmar el final para darle un sentido diametralmente opuesto. En palabras del director debutante, Jordan Peele, hasta aquí reconocido por su comedia ácida y satírica: “Para mí es un thriller-social, en el que el miedo y el horror provienen de la sociedad, de la forma en que los humanos interactuamos”.
Chris Washington (Daniel Kaluuya) se dispone a conocer a los padres de su novia Rose (Allison Williams) pasando un fin de semana con ellos en su casa de los suburbios, padeciendo la doble intranquilidad del caso. Ella, que nunca ha creído necesario comentarles sobre el color de piel de Chris, lo calma asegurándole que dicho factor es intrascendente dada la desprejuiciada mente abierta de sus padres que, de haber podido, “hubieran votado a Obama por tercera vez”. He aquí lo original, el golpe de aire fresco, que representa Get out, en donde lo atemorizante es lo familiar y reconocible de los 40 minutos iniciales para cualquier espectador o espectadora afroamericanos.
“Mucho viene de mi propia experiencia, y nunca lo había visto representado en ninguna película”, a decir de Peele. Y es que el matrimonio Armitage, y sus amistades, no son unos despreciables neo-nazis ni facinerosos supremacistas blancos resentidos con el resultado de la Guerra de Secesión, sino precisamente lo anticipado por Rose. El padre de familia recibe a Chris con un enorme abrazo. La madre, de inamovible sonrisa, es la imagen de la hospitalidad. Ante una foto que trae el recuerdo de Jesse Owens, el padre le comenta a Chris: “Ahí estaba Hitler, con esa basura de la raza superior, y Jesse Owens lo probó equivocado delante de todo el mundo. Increíble.” Estas personas, orgullosas y convencidas de su pensamiento liberal. Votantes demócratas. Pudorosos de que la ayuda doméstica sea de color.
Para quienes la piel del novio de su única hija no es un obstáculo. Que concuerdan con Chris en que Obama fue el mejor presidente en sus vidas. Es cuando los temores iniciales de Chris deberían irse aplacando y aprontándose a desaparecer, que otra forma del mismo desagrado le tensiona los nervios. La casa Armitage (con sutiles evocaciones del Sur esclavista) recibe más invitados ese fin de semana, y Chris pasa a ser el foco de atención.
“Conozco a Tiger Woods”, “ser negro está de moda”, y hasta la pregunta directa de una señora a Rose delante de Chris acerca de “si es verdad que es mejor”, son un muestrario del tipo de socialización que nuestro protagonista recibe y cuya suma paulatinamente aísla a Chris y lo lleva a la incomodidad, a una indescifrable sensación de amenaza y, finalmente, al pánico. “Me pongo nervioso cuando hay mucha gente blanca”, dirá. Este es el punto fuerte y controversial de Get out. Lo que realmente ha logrado convocar al público y al interés de la prensa, más allá del argumento principal de thriller; la sub-trama de las formas que la discriminación puede adoptar en una sociedad estadounidense pretendidamente más tolerante y amplia.
La indelimitiada zona en la que sin registros de desprecio y con aparente trato igualitario, la persona de color no es vista como un individuo sino irremediablemente como parte de un colectivo. Donde la piel continúa determinando la calidad de las conversaciones, colocando al afroamericano en un casillero y subrayando, como el racismo del odio, que Chris es diferente. En este sentido, Get out plantea la discusión, y alcanza uno de los objetivos de su director: “Quería lograr una experiencia en la que todos somos Chris, todos seamos de color, y si eres blanco que experimentes una porción de la experiencia de ser de color.” |