Si a usted le dicen que una persona falseó el testamento de su esposo moribundo para inducirlo a firmar y así obtener por herencia un bien valioso. Si también le dicen que la misma persona insertó datos mentirosos en el expediente de adopción de dos bebés que pasaron a ser sus “hijos”.
Si además le cuentan que dicha persona, a fin de obtener las acciones de una empresa que pretendía, logró que los anteriores dueños fuesen secuestrados y torturados y amenazados para que aceptaran transferirlas. Y si, finalmente, le cuentan que forzó a sus trabajadores a que le cedieran gratuitamente los derechos de obras que les pertenecían. ¿No justificaría que el apodo de esta persona fuese “la apropiadora”?
Así llamaban a Ernestina Herrera viuda de Noble, la empresaria dueña del mayor multimedio de la Argentina, fallecida el último miércoles a los 92 años.
Fue ella quien estafó a Guadalupe Noble, la única hija que su esposo Roberto Noble había tenido con su primera esposa. Lo hizo para quedarse con el diario Clarín, en los últimos días de vida de su fundador.
Fue ella quien le ocultó al juzgado civil de San Isidro el verdadero origen de los bebés Marcela y Felipe, a quienes luego logró que la Justicia le pusiera el apellido Noble, cuando él había fallecido siete años antes de los nacimientos de los pibes.
Fue ella quien mandó a Héctor Magnetto, su gerente, a coaccionar a Lidia Papaleo de Graiver para que, bajo presión de metrallas, aceptase regalar a precio vil las acciones de Papel Prensa.
Y fue ella, quien en uno de los actos más irracionales de un patrón, les exigió a los fotógrafos de Clarín que le cediesen gratuitamente los derechos de sus fotografías para que el diario los usare cuántas veces quisiera.
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La mentira de los grandes medios en estos días la señala como una trabajadora de la democracia, de las libertades y del desarrollo. Ninguno de ellos acompañó sus fotos con Videla y otros genocidas, tampoco contó cómo el diario bajo su dirección y la del Movimiento de Integración y Desarrollo apoyó el Golpe del 24 de Marzo de 1976 y no reclamó jamás el regreso a la vida constitucional, hasta que ocurrió la derrota de Malvinas.
Mucho menos estarán en su necrológica oficial las centenares de órdenes de censura que durante cinco décadas se emitían desde su despacho, en el tercer piso del edificio de la calle Tacuarí, para que determinados personajes (especialmente del campo nacional y popular) no fuesen mencionados en sus diarios, radios y canales.
Llegó a prohibir el nombre de Guadalupe Noble durante años y que se excluyese toda foto o imagen de la joven adolescente que la había demandado.
La mejor prueba del sentimiento popular es que el gremio de prensa no recuerda ni un artículo de ella, ni una frase creativa, ni una sola idea a favor del pluralismo en la comunicación. Y en las mesas de café de periodismo, o en los debates, o en los libros, la señora no merece una línea.
Sólo adulones empresarios, incluyendo a Macri, la han saludado en la despedida.
Para los demás, seguirá siendo eternamente la apropiadora. |