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25 de junio de 2017 Twitter Faceboock

ANÁLISIS // OPINIÓN
Elecciones legislativas, dispersión peronista y empate hegemónico
Fernando Rosso | @RossoFer

Se cerraron las listas y se abrió el camino a las elecciones. Los límites de Cambiemos y la dispersión peronista. La relación de fuerzas y el empate trágico. La salida es por izquierda.

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Cerraron las listas para las próximas elecciones legislativas y llegó a su fin una intensa “rosca” con negociaciones y operaciones cruzadas que nadie se privó de ejercitar hasta el último minuto.

En la provincia de Buenos Aires, el distrito más importante por densidad y concentración poblacional (40 % del padrón) y por jerarquía política, la crónica de una candidatura anunciada sentenció que Cristina Fernández de Kirchner encabezará la lista a senadores en el marco del flamante Frente Unidad Ciudadana. Jorge Taiana (histórico referente del Movimiento Evita) la secundará en la lista para la cámara alta y la economista Fernanda Vallejos, encabezará la nómina de diputados nacionales.

La novela o comedia de intrigas que Cristina protagonizó con su exministro de Transporte, Florencio Randazzo, no tuvo final feliz para los que esperaban la unidad de esa parte del peronismo.

Luego de las derrotas del 2013 y 2015, el peronismo bonaerense encara la elección estrenando una nueva escisión.

Las elecciones de medio término se realizarán en los 24 distritos del país, pero el resultado político se definirá en la provincia de Buenos Aires.

El sello Unidad Ciudadana fue creado e impulsado por la expresidenta (junto al grueso de los intendentes peronistas) para presentarse por fuera del Partido Justicialista (PJ) con dos objetivos: esquivar el desafío de las primarias contra Randazzo y aggiornar la narrativa de su coalición al “espíritu de época” que impuso Mauricio Macri y Cambiemos.

Florencio Randazzo terminó confirmando su precandidatura a primer senador por el Frente Justicialista (en el marco del PJ) y por último, Sergio Massa anunció que también encabezará la lista del Frente Renovador para el Senado, secundado por Margarita Stolbizer.

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El oficialismo, por su parte, ya había definido una lista de candidatos a la medida de la polarización con el kirchnerismo en general y con Cristina en particular. El ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, la exinterventora del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), Gladys González y Graciela Ocaña serán los candidatos centrales en la provincia; mientras que Elisa Carrió y el estridente Fernando Iglesias ocuparán los lugares más destacados en la Ciudad de Buenos Aires. El perfil de los candidatos evidencia que el eje de campaña será postularse como “oposición de la oposición”. La característica más importante de los candidatos es ser denunciadores rabiosos del kirchnerismo.

El recurso como operación política no es nuevo: fue utilizado por el kirchnerismo en su ocaso, cuando el persistente deterioro de la situación económico-social impedía hacer propuestas positivas que amplíen sus bases de apoyo. Fueron los años en que Cristina alentó a Macri como el enemigo a medida, como “el otro” ideal, que finalmente con la estrategia de moderar su discurso terminó quedándose con la presidencia de la nación y la gobernación de la provincia de Buenos Aires.

Con una economía estancada e índices negativos en prácticamente todos los sectores, la coalición Cambiemos apuesta a la pura pequeña política, con el riesgo de exigirle a esa peculiar “autonomía política”, mucho más de lo que por naturaleza puede dar.

El Gobierno de los CEO llega a la mitad de su mandato sin otro “capital” que el rechazo al pasado: no hubo segundo semestre (ni tercero, ni cuarto), ni brotes verdes, ni lluvia de inversiones y junto con la economía se deterioraron todos los indicadores sociales. En ese marco, sumó un segundo factor exclusivamente político a su estrategia: la división del peronismo, tarea en la que al cierre de las listas tuvo un relativo éxito.

Con el ajuste que viene aplicando desde hace más de un año y medio, el macrismo aumentó el malestar social y provocó el creciente rechazo a su gestión, pero a la vez no conformó al país patronal que todo el tiempo envía señales que evidencian su disconformidad con el ritmo demasiado “gradual” en la aplicación del plan. En los últimos días se expresaron en la caída de las bolsas o en los despidos masivos producidos en diferentes empresas (PepsiCo entre ellas), cuya conflictividad amenaza con teñir la campaña electoral.

Para decirlo epigramáticamente: es un Gobierno que agravia y aumenta el disgusto de los pobres y no termina de convencer a los ricos (que lo apoyan, pero con fuertes dosis de “vandorismo” patronal).

Por eso la definición de candidatos no fue pensada sólo mirando “hacia abajo”, sino también como señal al empresariado y a los dueños del país de que la coalición gobernante tiene disposición a encarar el ajuste con mayor celeridad y dureza. Bullrich fue una de las espadas en la lucha contra el salario en la paritaria de un gremio testigo: docentes.

Por su parte, el cívico y renovado cristinismo busca erigirse en el abanderado del antiajuste y en el terreno político electoral pretende mostrar lo opuesto a lo definido en 2015 con Daniel Scioli y Aníbal Fernández como mariscales de la derrota: una lista que combina el liderazgo que todavía sostiene Cristina (sobre todo en el conurbano), algunas figuras del progresismo y otras más “desconocidas” que expresarían una suerte de “renovación”. En el medio, el pejotismo camuflado (Fernando Espinoza, es tercer candidato a diputado, Daniel Scioli quinto), los intendentes armaron sus listas en los concejos deliberantes para sostener sus territorios y ganarían lugares en la lista de legisladores (diputados y senadores) provinciales.

El kirchnerismo moderado y ciudadanizado tiene dos problemas para el éxito de esta estrategia: en primer lugar, la pérdida de las elecciones pasadas se produjo porque una gran parte de la población (los trabajadores organizados, la juventud precarizada, por ejemplo, entre otros) rechazaron al Gobierno por el deterioro de sus condiciones de vida y también por los escándalos de corrupción. En segundo lugar, más allá del relato por arriba, mantiene una alianza con los intendentes y el grueso del pejotismo que fueron claves para la gobernabilidad de Macri.

Randazzo y Massa se quedaron, el primero con el viejo peronismo residual y el grueso de la burocracia sindical y el segundo con la apuesta a una transversalidad por derecha, en espejo a la que intenta Cristina Fernández desde un perfil de centroizquierda “ciudadano” (confirmada en sus listas de candidatos), pero con un ensamble muy peculiar como el que une a Stolbizer, Victoria Donda y Hugo Moyano.

Una disputa de inmensas minorías

Los objetivos de máxima de las distintas fuerzas políticas tradicionales en la llamada madre de todas las batallas muestran el tamaño de su esperanza. Tanto desde el oficialismo, como desde el kirchnerismo reconocen que apuestan a triunfar arañando el primer tercio donde el número mágico es 35 %. Ninguno aspira a ser ampliamente mayoritario, la batalla es por la inmensa minoría.

Luego del acto de Cristina en la cancha de Arsenal, circularon algunas lecturas (como la realizada por el columnista de La Nación, Carlos Pagni) que aseguraban que la derrota del 2015 fue “el 2001” del peronismo. Es decir, que significó para ese partido lo que el estallido de principios de siglo implicó para el radicalismo: prácticamente su desarticulación como partido nacional.

La realidad es que este nuevo episodio en el devenir del peronismo puede leerse, también, como los efectos tardíos de aquella crisis que hundió a la UCR (hoy un partido subordinado en Cambiemos), ya que la reconstrucción producida bajo el kirchnerismo tuvo muchos límites y la larga agonía de la Argentina bipartidista fue velada tras las suaves corrientes del viento de cola y la operación de “pasivización” (y restauración) que llevó adelante el kirchnerismo.

Algunos análisis politológicos hablan de un cambio de paradigma y del tránsito de un “sistema de partidos políticos a un sistema de liderazgos individuales”, expresión de una nueva y madura era de “democracia ciudadana”. La realidad es que estos fenómenos son manifestaciones de una “crisis orgánica” (y de representación política) siempre latente en la Argentina y que atraviesa muchos países del mundo.

Un reciente trabajo de la consultora Aresco (Julio Aurelio) dictaminó que entre los votantes de Macri, un 60 % tenía como principal motivo el rechazo al kirchnerismo y lo mismo sucedía -en el sentido inverso- entre los votantes de Cristina Fernández. Apenas una minoría fundamenta su voto en las propuestas o ideas de los referentes. Este “consenso negativo” habla de una identidad débil y un rechazo a las diferentes camarillas que administraron el Estado en beneficio de las minorías patronales (y hasta en beneficio propio), mientras las mayorías sufrieron los distintas formas de ajuste, con las gradualidades del caso.

Esta crisis la ponen en evidencia, con sus diferentes perfiles, tanto Macri como Cristina en su nuevo giro: se muestran como “no políticos”, como uno más de la gente de a pie. De esta crisis, Jaime Durán Barba hizo “teoría”, sistema y, sobre todo, un gran negocio.

Pero esta transición inestable y crítica, en la que los principales líderes tradicionales apuestan a la reconstrucción de un nuevo régimen político con una centroderecha a la que le corresponde como opuesto una centroizquierda renovada, tiene como base estructural un “empate hegemónico” y una relación de fuerzas que aún no ha podido ser cambiada.

Empate hegemónico

En un texto clásico del año 1973 (“Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual”) Juan Carlos Portantiero realizaba algunas definiciones sugerentes, cuando todavía utilizaba las herramientas del marxismo gramsciano en pos de un cambio social radical.

Portantiero afirmaba que había momentos en los cuales existía un “predominio de soluciones de compromiso en las que ‘fuerzas intermedias’, que no representan consecuentemente y a largo plazo los intereses de ninguna de las clases polares del ’nudo estructural’ ocupan el escenario de la política como alternativas principales (…)”, y destacaba que “con estos alcances tendría sentido una definición de la situación de hoy en el plano político-social como de ‘empate’: ‘Cada uno de los grupos tiene suficiente energía como para vetar los proyectos elaborados por los otros, pero ninguno logra reunir las fuerzas necesarias para dirigir el país como le agradaría’”. (los destacados son nuestros NdR).

Esto implica, en la coyuntura argentina actual, que la fracción de clase que es económicamente predominante y que llegó con sus representantes políticos más directos al Gobierno y al Estado (lo más concentrado y monopolista de la clase dominante, con el concurso de representantes del capital financiero y de la burguesía (anti)nacional realmente existente: el agropower) no es políticamente hegemónica. Y la fracción que está en retroceso (la burguesía industrial “no monopolista” y algunas fracciones del capital “nacional”) que fue sostenida desde el Estado en las buenas épocas de la expansión, no tiene la fuerza para imponer su “modelo” que fue justamente el que entró en crisis en la última etapa del kirchnerismo. La representación de este sector (que tiene como aliado a la burocracia sindical) es el que se disputan las distintas fracciones del peronismo. En última instancia, su dispersión es la manifestación distorsionada de esa crisis.

La moderación gradualista de Macri y el giro “ciudadano” de Cristina expresan ese intento de ubicación en el “extremo centro” del compromiso que imponen las circunstancias actuales.

En medio de esas peleas (que por ahora son roces y no una verdadera ruptura) está la relación de fuerzas con los trabajadores y los sectores populares (con reminiscencias a lo que dejó el 2001), en la que el Gobierno avanzó, pero no lo suficiente de acuerdo a los requerimientos del capital de conjunto (ahí está la base del llamado “gradualismo”).

Es por izquierda

En ese contexto, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (y sus partidos integrantes) encara la pelea electoral con la presentación de listas en 21 distritos, 95 % del padrón nacional, cerca de 100 municipios en la provincia de Buenos Aires y con listas a concejales del 90 % del padrón de ese distrito estratégico.

Para que las salidas no sean los males menores de opciones que impliquen una mayor o menor gradualidad de un ajuste negociado y para rechazar de plano el plan macrista con la misma radicalidad que lo enuncian sus principales representantes.

Porque el “empate” no puede ser resuelto en los términos del triunfo de una fracción u otra que tienen como objetivo estratégico avanzar sobre un enemigo común: los trabajadores y los sectores populares.

 
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