Frederick Douglass nació en Maryland un día de 1818. La segregación racial y el látigo sureño unieron su destino al de centenares de miles de negros esclavizados en los grandes campos y haciendas.
Condensando una historia de lucha y rebeldía, con 21 años logró escapar al Norte. Allí se convirtió en una de las más importantes voces del movimiento abolicionista. Hasta su muerte brindó conferencias, participó de debates, publicó memorias y hasta fundó su propio periódico.
Cuando se conmemoraba el Día de la Independencia de 1852, fue invitado por la Sociedad de Mujeres antiesclavistas de Rochester en New York para dar unas palabras. Su encendido discurso pasó a la historia como una de las denuncias más contundentes contra el racismo estructural de la sociedad norteamericana. En este 4 de julio, reproducimos unos fragmentos.
¿Qué es para el esclavo el 4 de julio?
Por Frederick Douglass
Conciudadanos, con vuestro perdón, permítanme preguntar: ¿de qué se supone que hable hoy aquí? ¿Qué tenemos que ver, yo y los que represento, con vuestra independencia nacional? ¿Acaso nos alcanzan los grandes principios de libertad política y de justicia natural plasmados en la Declaración de Independencia? ¡Este glorioso aniversario no me incluye!
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¡Conciudadanos! detrás de vuestra tumultuosa alegría nacional escucho el lamento de millones cuyas cadenas ayer terribles y pesadas, se vuelven hoy más intolerables al escuchar los gritos del jubileo.
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Mi asunto entonces, conciudadanos, es la esclavitud americana. Me referiré a este día, y a sus características populares, desde el punto de vista del esclavo. Desde esa posición, identificado con el esclavo americano, haciendo mías sus injusticias, no dudo en declarar, con toda mi alma, que el carácter y la conducta de esta nación nunca lucieron tan negros para mí como en este 4 de julio. Ya sea que se trate de las declaraciones del pasado, o de las profesiones del presente, la conducta de esta nación parece igualmente atroz y revulsiva. América falsea el pasado, falsea el presente, y se compromete solemnemente a falsear el futuro. ¡En esta ocasión, parado junto a Dios y al esclavo oprimido y sangrante, osaré, en nombre de la escandalizada humanidad, en nombre de la libertad encadenada, en nombre de la Constitución y la Biblia, desatendidas y pisoteadas, cuestionar, denunciar, con todo mi énfasis, todo lo que sirve para perpetuar la esclavitud, gran pecado y vergüenza de América!
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¿Querríais que argumente que un hombre tiene derecho a ser libre? ¿Que es el legítimo propietario de su propio cuerpo? Pero ustedes ya lo han declarado. ¿Debo argumentar que la esclavitud es injusta? ¿Es esa una pregunta para republicanos? ¿Es algo que debe ser decidido usando las leyes de la lógica y la argumentación, como si fuera un asunto rodeado de grandes dificultades, que requiere una dudosa aplicación del principio de justicia, y difícil de comprender? ¿Cómo me vería hoy si, en presencia de americanos, tuviera que dividir y subdividir mi planteo para mostrar que los hombres tienen un derecho natural a la libertad? Me pondría en ridículo e insultaría vuestra inteligencia.
¿Qué, acaso debo argumentar que no está bien transformar a los hombres en bestias, robarles su libertad, hacerlos trabajar sin paga, mantenerlos ignorantes de sus relaciones con sus semejantes, apalearlos, arrancar su piel con el látigo, poner grilletes en sus miembros, cazarlos con perros, venderlos en subastas, destruir sus familias, romperles los dientes, quemar su carne, hambrearlos para que se sometan y obedezcan a sus amos? ¿Tengo que argumentar que un sistema tan contaminado y marcado con sangre es injusto? ¡No, no lo haré! Tengo mejores usos para mi tiempo y mis esfuerzos.
(…)
Necesitamos la tormenta, el torbellino y el terremoto. La sensibilidad de la nación debe ser revivida, la conciencia de la nación debe ser despertada; la corrección de la nación debe ser sacudida; la hipocresía de la nación debe ser expuesta, y sus crímenes contra Dios y el hombre proclamados y denunciados.
¿Qué es para el esclavo americano vuestro 4 de julio? Yo contesto: un día que le revela, más que todos los otros días del año, la gruesa injusticia y crueldad de las que es la víctima constante. Para él, vuestra celebración es una farsa, vuestra declamada libertad, una profana licencia, vuestra grandeza nacional, hinchada vanidad; vuestras celebraciones, vacías y sin corazón; vuestras denuncias de tiranos, temeraria impudicia; vuestros gritos de libertad e igualdad, huecas burlas, vuestras plegarias e himnos, vuestros sermones y agradecimientos, con toda vuestra ostentación religiosa y solemnidad, son, para él, mera ampulosidad, fraude, engaño, impiedad e hipocresía, un tenue velo para cubrir crímenes que avergonzarían a una nación de salvajes. En este mismo momento, no hay una nación de la tierra que sea más culpable de crímenes escandalosos y sangrientos que el pueblo de los Estados Unidos.
Podéis ir por donde sea, buscar donde queráis, recorrer todas las monarquías y despotismos del Viejo Mundo, viajar por Sudamérica, documentar cada abuso, y cuando hayáis encontrado el último, comparad lo encontrado con las prácticas diarias de esta nación, y acabaréis diciendo conmigo que, en el terreno de la revulsiva barbarie y la desvergonzada hipocresía, América reina sin rivales.
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¡Conciudadanos! No me extenderé más sobre las inconsistencias de vuestra nación. La existencia de la esclavitud hace de vuestro republicanismo una farsa, de vuestra humanidad una infame simulación y de vuestra Cristiandad una mentira. Destruye vuestra autoridad moral en el extranjero y corrompe a los políticos en casa. Socava los fundamentos de vuestra religión, transforma vuestro nombre en un silbido de reprobación y en un objeto de oprobio del que se burla la tierra entera. Es una fuerza antagonista en vuestro gobierno, la única cosa que inquieta y pone en peligro a vuestra Unión. Encadena vuestro progreso, es enemiga mortal de la educación, fomenta la arrogancia, engendra insolencia, promueve el vicio, ampara el crimen, es una maldición para la tierra que la sustenta; y sin embargo os aferráis a ella como el salvavidas de todas vuestras esperanzas. ¡Pero cuidado! ¡Cuidado! Un horrible reptil acecha en el regazo de vuestra nación; esta venenosa criatura se alimenta del dulce pecho de vuestra joven república; ¡por amor de Dios, arrancad este horrible monstruo y arrojadlo lejos de vosotros, y que el peso de veinte millones lo aplaste y destruya para siempre! |