El último 10 de junio, cuando el frío ya anunciaba el invierno, Bianca Liz Cepeda murió cuando su precaria casa se incendió en el barrio Villa Rosa de Pilar. Tenía 3 años.
En estas semanas comenzó la cosecha de yerba mate en Misiones. Entre los surcos trabajarán estos meses cientos de niños de 8, de 10 años.
José Santiago y Andrea Gómez murieron hace pocos meses desnutridos por la miseria y el despojo de sus tierras a las comunidades originarias del Noroeste. Pero en la ciudad más rica, Buenos Aires, la mortalidad infantil subió a un nivel récord.
A esta altura del año, miles de chicos ya abandonaron la escuela y pasaron a formar parte del 70% que no llega a terminar la secundaria. La mayoría, porque tiene que trabajar.
El 10 de junio, cientos de chicos y chicas se enteraron que PepsiCo había dejado en la calle a sus padres. “¿Y ahora que vamos a hacer?” se escuchó en muchas casas.
La primera semana de junio, las responsables del sector de oncología infantil del hospital Castro Rendón de Neuquén denunciaron que “tenemos siete chicos por habitación, compartiendo el mismo baño. Es algo inhumano”.
Detrás de los números que reveló el Estudio del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA hay nombres e historias.
Dice que son 7,6 millones de niños, de chicos y chicas de hasta 18 años, “que no satisfacen sus necesidades básicas como alimentación adecuada, vivienda, educación y asistencia médica”. 6 de cada 10. 2 millones tienen “privaciones extremas”.
¿Cómo podrían estar en otra situación los hijos del pueblo trabajador? Si la mitad de los asalariados cobra $8500, un 40% de lo que cuesta la canasta familiar. Si la desocupación llegó al 11,8% en el conurbano bonaerense. Si la inflación le ganan siempre al salario.
¿Los "únicos privilegiados?"
Algunos medios, para intentar deslindar las responsabilidades del actual gobierno, aseguran que en 2010 la cantidad de niños en esta situación era del 63% y solo tuvo una leve recuperación hasta 2014, año en que volvieron a empeorar los índices.
Lo cierto es que durante la gestión anterior, la situación de la infancia y la adolescencia también era durísima. La Asignación Universal por Hijo o el Plan Progresar no eran más parches en medio de las necesidades más elementales que golpeaba a millones de chicos y jóvenes.
Hace exactamente dos años, cuando era diputado del PTS-Frente de Izquierda, Nicolás del Caño votó a favor de la actualización automática de la AUH. Pero lo hizo con duras críticas al gobierno. Ese día planteó que “durante estos doce años de gobiernos kirchneristas tuvimos crecimiento de la economía a tasas chinas, los grandes empresarios se la llevaron en pala, como dice la propia Presidenta, y han tenido ganancias extraordinarias. Sin embargo, las asignaciones familiares y la Asignación Universal no sólo no son universales -porque hay casi tres millones de niños y adolescentes excluidos-, sino que sus montos son indignos”.
Las mismas estadísticas que hoy revelan la brutalidad del ajuste de Cambiemos, hace algunos años reflejaban con la misma crudeza la situación de los hijos del pueblo trabajador. Ese “ajuste” a los más chicos hoy se viven en muchas provincias donde los gobernadores peronistas aplican el mismo libreto que el macrismo. Desde Salta a Santa Cruz.
Pero la situación se hace cada vez más dura; es cierto. Si el Secretario de Comercio es el dueño de una cadena de supermercados que sube la leche y el pan en zonas inundadas; si el Ministro de Agricultura es un hombre de la Mesa de Enlace que nuclea a los terratenientes y empresarios del campo; si el Ministro de Energía es un hombre de las petroleras acompañado por gerentes de las distribuidoras eléctricas; si el Ministro de Educación es un militante de la educación privada.
Contra la forma más brutal del ajuste
Los grandes sindicatos le han dado la espalda a esta situación. Se conforman con representar sólo a una porción de la clase trabajadora, que en su mayoría también sufre el ajuste. Pero dejan totalmente en banda a millones de trabajadores “de segunda” (contratados, precarizados, cooperativistas, desocupados, en negro). Los diputados de los partidos tradicionales, que ganan 150 mil pesos mensuales y viven lejos de los intereses de la inmensa mayoría, solo hacen declaraciones de campaña.
El Frente de Izquierda es el único que pelea por un futuro para esos millones de chicos y chicas, para esos jóvenes. Lo hacen con sus diputados, pero también en cada pelea que lleva en los hospitales, las escuelas, los centros de estudiantes.
Como plantea nuestro programa, para terminar con este flagelo, el salario tiene que cubrir la canasta familiar, para permitir la alimentación, la vivienda, la educación y el esparcimiento de la familia trabajadora. Se tienen que prohibir los despidos y reducir la jornada de trabajo a 6 horas, 5 días a la semana, para trabajar todos y trabajar menos. El Estado debe otorgar becas mensuales del valor de media canasta familiar, $ 11.500, para que los jóvenes no tengan que optar entre trabajar y estudiar, y puedan terminar sus estudios terciarios y universitarios.
Hay que triplicar los presupuestos de educación, salud y vivienda, en base a impuestos progresivos a las grandes fortunas y el no pago de la deuda externa. Y para que se termine el hambre que sufren 6 millones de personas en un país que produce alimentos para 400, expropiar a los grandes terratenientes y las grandes cadenas de alimentos y supermercados.
Por esa perspectiva pelea el Frente de Izquierda. Por esa perspectiva quiere conquistar más diputados y organizar una gran fuerza militante. Porque nuestras vidas, y las de esos millones de chicos y chicas, valen más que sus ganancias. |