Foto: Colectivo de acción fotográfica Veinticuatro/tres
La CEO de PepsiCo, Indra Nooyi, es considerada una de las mujeres más poderosas del mundo. Así los dictaminaba la revista Forbes en su ranking del año 2016, donde ostentaba el puesto 14. Acompañaba a otras empresarias y políticas burguesas como la canciller alemana, Ángela Merkel –quien lideraba-, la demócrata Hillary Clinton, Melinda Gates, la directora del Fondo Monetario Internacional y la presidenta de General Motors.
La cabeza de esta gigante de bebidas y snacks posee una enorme fortuna: embolsa nada menos que 40 millones de dólares mensuales entre bonos, efectivo y acciones. En otras palabras, es la contracara cínica de las millones de trabajadoras que padecen terribles condiciones laborales y despidos en sus fábricas.
Nooyi, al igual que otras de las arriba mencionadas, es una abanderada del “feminismo del techo de cristal” o corporativo centrado en que las mujeres “talentosas” escalen posiciones jerárquicas en las empresas.
La empresaria de PepsiCo, además, recubre su feminismo meritocrático con un discurso inclusivo y esto lo traslada a una nueva supuesta política empresarial.
“Contratar más mujeres y personas ‘de color’ es un imperativo para nosotros”, ha declarado en una entrevista. De hecho, en la web internacional, la compañía refiere a una “larga tradición de prácticas de diversidad” y un “fuerte compromiso de incrementar la participación femenina en la fuerza de trabajo”.
Con un importante grado de hipocresía, la firma ha lanzado distintos programas de “empoderamiento femenino” a lo largo del mundo. Al igual que hizo Coca-Cola no sólo busca lavarse la cara para aumentar las ventas sino que así consigue evadir cuantiosos impuestos y recibir subsidios. Lo hace ligándose a distintas ONGs y organizaciones gubernamentales.
A fines del 2016, en Argentina particularmente, PepsiCo y la fundación FUNDES anunciaron la iniciativa “Mujeres con propósito” que extendería a 10 mil mujeres a través de “educación, espíritu empresarial y empleo” (sic) en un plazo de cinco años. El lanzamiento fue realizado en el Hotel Panamericano, de la mano de la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley.
Allí Laxman Narasimhan, CEO de PepsiCo Latinoamérica, planteó frente a funcionarios, la prensa y gerentes sonrientes: “El desempleo, particularmente entre las mujeres y los jóvenes, sigue constituyendo un desafío económico a nivel mundial (…). Sin embargo, la desigualdad económica que enfrentan las mujeres no es inevitable. En PepsiCo Latinoamérica, tenemos el compromiso de ayudar a solucionar algunos de los desafíos fundamentales”.
No había pasado un año siquiera cuando la empresa cerró su planta de Florida dejando a 600 trabajadores y trabajadoras en la calle junto a sus familias. Bien lejos de los slogans corporativos y bien cerca de sus intereses patronales.
Las trabajadoras tienen una gran tradición de organización y combatividad y allí arraiga la enorme tenacidad que despliegan actualmente en su lucha, que se rodeó de solidaridad. Estas “leonas” saben que aunque el género nos una, la clase nos separa. En la carta abierta que escribieron luego de ser echadas por la multinacional, lo resumieron bien:
Quieren que dejemos nuestras vidas en las fábricas, precarizándonos, discriminando y, cuando ya no les servimos, dejándonos en la calle, como si fuéramos cosas, material descartable.
Pero somos mujeres trabajadoras que entendemos que la violencia no solo puede ser doméstica, sino que también proviene de los lugares de trabajo, de los que dicen representarnos y de los Gobiernos que defienden sus propios intereses, tratando de someter a miles de familias a la peor de las humillaciones, a las peores condiciones de vida. ¡Y no lo vamos a permitir!”.
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