Un periodista con altas dosis de escepticismo en sangre, una historia que sigue mostrando la fractura expuesta de la sociedad argentina, una logia secreta, bíblica y milenaria que ayuda a los genocidas a pasar a mejor vida en cualquiera de los sentidos del término y los bajos fondos de la marginalidad de Buenos Aires y Río de Janeiro; son los componentes con los que Reynaldo Sietecase escribe su última novela (No pidas nada, Alfaguara, 2017).
Escribir policial negro con protagonistas que vistan uniforme en la Argentina pos-dictadura es una tarea casi imposible. El protagonista es el “Tano” Gentili, un personaje que combina la curiosidad natural del periodista y la melancolía del porteño. Allá lejos y hace tiempo ha perdido la fe en la profesión (y en muchos otros aspectos de la vida), aunque no la sensibilidad ante las injusticias. Trabaja en una revista semanal y se topa con una trama oscura que transcurre en Buenos Aires y se desplaza hasta Brasil.
En el país con mayor cantidad de “suicidados por la sociedad” por metro cuadrado, decide investigar porqué se matan los que mataron a diestra y siniestra. O porqué se fugan. Y quién los ayuda.
Con una prosa que repiquetea al ritmo de oraciones cortas y contundentes, Sietecase sostiene la tensión desde el primer al último minuto.
El autor conoce el universo del periodismo, la cuestión del juicio y castigo a los militares genocidas de la dictadura está presente -tanto como su irresolución bajo un régimen social y político que es encubridor y culpable-. Investigó sobre las “milicias” armadas que florecieron en las favelas brasileras con la excusa del combate al narcotráfico y la delincuencia. Con todo eso construye el verosímil de una trama a la que condimenta con varias vertientes de la religiosidad. Hay dioses para todos y todas: para el asesino y para la víctima, para la caritativa y humanitaria ayuda social y para la bendición de la tortura violenta y salvaje. Todo en el nombre de Dios.
En su interesante ensayo El crimen delicioso. Historia social del relato policíaco, el intelectual marxista Ernest Mandel explica que el policial negro inauguró la etapa crítica del género, distinta a la clásica del enigma limpio que caracterizó al policial inglés. En la nueva etapa se confunden buenos y malos, no se sabe muy bien donde reside la ley y el Estado se convierte en criminal. La crisis de los años ‘20 y ‘30, la ley seca, el crimen organizado y el irracionalismo de la Gran Guerra configuran el trasfondo para este cambio radical.
En los países sudamericanos el Estado llegó a su máximo de criminalidad y se convirtió en terrorista y hoy es difícil encontrar el límite entre Estado y sociedad civil criminal. En no pocas oportunidades son una y la misma cosa, en el conurbano bonaerense o en las favelas de Brasil.
Hay materia prima de sobra para alimentar el género. No pidas nada puede inscribirse en la tradición crítica: la Justicia, la Policía, las tropas de elite de Brasil y los abogados son blancos de crítica en la novela. También el periodismo y los límites que la libertad de empresa le pone a la libertad de prensa. En palabras del “Tano” Gentili el periodismo es “una profesión que yo considero atenazada entre la libertad de expresión y la libertad de mercado”.
A tono con la tortuosa transición que vive la Argentina, la novela mantiene una rabiosa actualidad: por el uso y abuso de la cuestión de los derechos humanos por parte de la administración anterior y el negacionismo militante y desbocado del personal que conforma la actual coalición de Gobierno. La familia militar y la familia criminal, una historia de impunidad que no tiene patria ni fronteras.
No pidas nada puede leerse de manera literal como un manifiesto filoso del escepticismo o como un renovado grito para ser realistas y pedir lo imposible. O simplemente como una muy buena novela con una prosa vertiginosa, apasionada, creativa y audaz. |