“En 1971, Chile, en plena excitación, celebraba el primer aniversario de la elección del presidente Salvador Allende. Entonces decidí unirme a los mapuches que luchaban por sus tierras. Los tribunales se reunían en plena naturaleza, presididos por indígenas vestidos con ponchos negros que organizaban el reparto de tierras... La estancia en Chile fue una revelación, estaba en un lugar que a su vez era un acontecimiento...”
Quien dice esto es Raymond Depardon, fotógrafo nacido en Francia en 1942. Trabajó para las agencias Dalmas, Gamma y Magnum. Formando parte del plantel de esta última viaja a Beirut a cubrir la guerra: “La revista alemana Stern quería imágenes de la guerra civil en el Líbano... opté por no fotografiar la guerra civil sino las consecuencias y todo lo que sucede al margen de los conflictos... Fotografié un coche cosido a balas en lugar de un soldado corriendo por una calle bajo la avalancha de tiros.”
En 1980 viaja a Glasgow por encargo del Sunday Times: “La ciudad parecía estar en las antípodas de mi fotografía. He fotografiado mucho el sur, África, el desierto. Y sin embargo el norte me va bien... En Glasgow no había guerra. Entonces, ¿qué podía fotografiar? ¿a los niños en las calles? ¿a los alcohólicos? ¿el sorprendente decorado urbano? Las luces eran magníficas. En 1980 Glasgow era una ciudad muy exótica. Pero ¿cómo fotografiarla? ¿cuál era la distancia adecuada?...”
Las respuestas a algunas de estas preguntas, pueden encontrarse en las fotos que componen las dos muestras montadas en las salas Cronopios, J y C del Centro Cultural Recoleta, que puede visitarse hasta el 20 de agosto, con entrada libre y gratuita.
La selección Un momento tan dulce, comienza en una de las salas laterales, una suerte de autobiografía fotográfica, que recorre desde sus primeras fotos hasta los mencionados trabajos en Chile, Líbano, Escocia, y también en Argelia, Perú y Estados Unidos. Quizás sean los reportajes más ligados a lo social, con mayoría de retratos, encuadres más cercanos y menos contemplativos, con el autor involucrándose más en la escena. Una mirada diferente y un color menos vibrante predominan en las fotos de Glasgow. Las imágenes son más urbanas y distantes, la luz del sol filtrada por un cielo siempre gris, ilumina escenas de asfaltos húmedos y viejos edificios que sirven de fondo a los personajes. En esta sala también aparecen fotos callejeras bastante recientes (de 2012) tomadas en Buenos Aires, y una atípica serie hecha en Río Gallegos, quizás como condescendencia hacia el país anfitrión.
En las fotos colgadas en la gran sala Cronopios, varias de impactante tamaño, podemos ver “esas fotos que todo el mundo podría hacer y que nadie hace”, como el mismo Depardon dice. Son fotos que podrían estar ahí mismo, en las calles por las que caminamos, en cualquier esquina de un pueblito de la Puna, de Etiopía, Hawaii, París o Los Ángeles. Podríamos encontrarnos con los personajes y los escenarios que Depardon registra en cualquier momento. No hay guerras ni acontecimientos extraordinarios en sus capturas, sólo la apacible vida de la gente en su lugar, en su paisaje, con sus coloridas ropas, bajo un cielo azul potente.
“Un momento tan dulce está compuesto de fotos libres que había sacado durante mis viajes por el exterior para mi trabajo o para mí, casi clandestinamente. Son fotos bastante agradables, con distanciamiento, con cierta reserva. En el blanco y negro me catalogo en la gran tradición europea de negros densos y profundos. En cambio, veo el color claro, luminoso, sobre todo alegre. En el color hay un campo increíblemente rico que había explorado poco: las prendas de las mujeres del Chad, la elegancia de los paisajes del altiplano...”
El color es protagonista en estas fotos. Es obvio que la realidad está teñida de colores, pero el fotógrafo tiene su paleta en la cabeza: en casi la totalidad de las tomas, podemos encontrar uno o dos colores que se repiten, uno predominando, otro, en un detalle que se distingue por contraste.
“Desde finales de la década de los 50 hasta principios de los 80, trabajé en color porque había que hacerlo, pero no pensaba en colores... La revelación del color la tuve en 1984, durante la misión de la DATAR cuyo objetivo era hacer un retrato de Francia. Acepté como homenaje a mi padre y pensando en el dolor que sintió cuando se construyó la autopista que amputaría una parte de sus tierras... acabando con el trabajo de toda una vida. En el patio de la granja estaba el tractor rojo de mi hermano y la mobylette azul de Nathalie, mi sobrina. De repente, surgió el color como algo evidente”
En las fotos de Raymond Depardon, el tema es la vida real. Sus imágenes no revelan escenas de un mundo extraño y misterioso, sino la vida de todos los días, la simple belleza del mundo. Las cosas, personajes y paisajes que él recopila, las retrata con una mirada particular plasmada en la elección del formato (cuadrado o rectangular), en la precisión del encuadre, el instante capturado, la ubicación de los personajes y del resto de los elementos, la delicada selección de colores de la que ya hablamos.
Por otra parte, da la impresión de que Depardon no se oculta para hacer las fotos: podemos imaginarlo parado en medio de la calle, a menudo con trípode y cámara de gran formato (como en la muestra titulada Francia que ocupa la sala J) esperando con tranquilidad el mejor momento para la toma. Los personajes de sus fotos a veces miran a cámara, otras no la advierten. No importa, no son estrictamente retratos, son escenas urbanas o rurales, con la gente en su contexto.
Las copias de gran tamaño se lucen en la amplia sala Cronopios, en cambio, se ven algo apretadas en la sala J que alberga la muestra Francia: fotos de 1.20 x 1.50 aproximadamente, de sorprendente calidad visual, componen una serie hecha con película en placas de 20 x 25cm. Por su tamaño merecerían una mayor distancia, se disfrutan mejor de lejos, pero vale la pena acercarse a pocos centímetros, y ver por ejemplo las fisuras de un revoque o la rugosidad de una pared.
“Cuando me propuse fotografiar Francia, supe que había que fotografiarla de otro modo: no ir al encuentro de la gente con mi Leica... sino reencontrar ese camino que va de la casa a la escuela, a la tabaquería, estacionarme en algún sitio, esperar, no mucho tiempo, irme, y mis primeras ideas sirvieron para el material... La Francia que yo quise fotografiar es aquella de la que yo vengo, la del Tour de Francia... de los pueblos o las ciudades promedio, con pequeñas zonas industriales o urbanas, todas muy parecidas, que son muy poco fotografiadas.”
Estas fotos casi sin gente, muestran esquinas, rincones del interior de Francia, la campiña, la costa azul con playas vacías. Imágenes reposadas y tranquilas, que transmiten un clima pueblerino. Depardon elige la quietud quizás como reflejo de la etapa madura de su vida. No hay urgencia, no hay una actitud de salir a encontrarse con la realidad, sino una serena contemplación, que se transmite al espectador. Hay aquí también un notable cuidado en el color, aunque más sutil, menos estridente que en las otras series, y la precisión en el encuadre que brinda el trípode.
“El color es la metáfora de la curiosidad” dice Depardon, “...y es lo que lo acompañará en los grandes reportajes fundadores...”, continúa Hervé Chandès en el texto que abre el catálogo de la muestra. “...Interroga al ser humano y construye su mirada mientras busca la distancia correcta con el sujeto, entre la verdad del corazón y la experiencia de lo real. Hace de la fotografía un acto político del pensamiento. Confía en su primera mirada.” Sigue Chandès: “En los últimos tiempos, casi clandestinamente, Raymond Depardon emplea el color para su propio deleite, liberado de cualquier presión, sin tema ni expectativa. Nómade de alma, “rico de soledad”, fotografía lugares sin acontecimientos, apariciones, escenas de vida...experimenta en esas fotos un momento apacible, colorido, silencioso, soñador, simple, indiferente al momento decisivo y perfectamente humanizado.”
Una extensa selección de al menos dos facetas de la obra de este gran fotógrafo pueden disfrutarse en esta doble y exhaustiva muestra de sus fotografías: la del reportero gráfico de las primeras décadas, y la del tranquilo y agudo observador de su etapa madura. Ambas, a todo color.