Según la cadena de televisión CNBC, los corredores y empleados de la Bolsa de Nueva York estallaron en aplausos cuando llegó la noticia de que Steve Bannon, el hombre detrás del triunfo de Trump en las presidenciales fue desplazado este viernes de su puesto en el ala oeste de la Casa Blanca. Pero no todo es regocijo: en lo inmediato, Trump tiene que lidiar con las consecuencias del efecto Charlottesville, recomponer su relación con sectores del gran capital y evitar un amotinamiento generalizado en su propio partido.
A 8 meses de asumir, Trump enfrenta la peor de una serie de crisis que al sincronizarse se han convertido en una pesadilla para su administración. Y no queda claro si su lista de aliados se ha reducido a su mínima expresión.
Steve Bannon y el efecto Charlottesville
Dice Matthew Continetti del New York Times que Trump no requirió demasiada presión de Steve Bannon para convertir la violencia racista en Charlottesville en una demostración de lealtad a su base social. Según el editorialista el Presidente “dejó en claro que es él, y no el señor Bannon, quien mantiene una relación con sus partidarios más duros. El guerrero cultural más importante de esta administración se encuentra en el escritorio de Resolute”.
Desde luego es posible imaginar a Bannon susurrando al oído del Presidente que no retrocediera de la línea de culpar a ambas partes, acusar a una supuesta Alt-Left de la violencia o incitándole a oponerse al retiro de los símbolos confederados en varios estados de la unión. Pero según diversos medios de prensa, la decisión de la salida de Bannon de su puesto en la administración habría sido tomada días antes de los sangrientos sucesos en Virginia. Y era un secreto a voces que Trump había hecho saber a distintos colaboradores que sospechaba que detrás de las filtraciones que han manchado a miembros de su gabinete estaba el ex director de la revista Breitbart.
Sea como sea, la inflamada respuesta del Presidente sobre lo acontecido en la sureña ciudad de Virginia, donde murió la activista Heather Hayle a manos de las hordas del KKK, puede haber causado un daño irreparable a su administración.
Por una parte y aunque las consecuencias del desplazamiento de Bannon están aún por verse, su despido tiene costos evidentes. Los partidarios del nacionalismo xenófobo identificado con la llamada Alt-Right que aun rodean a Donald Trump saben que el apartamiento de Bannon caerá como balde de agua fría entre su estrecha base social y los grandes medios conservadores como Fox.
Como escribió el editor de uno de los sitios identificados con el Alt-Right: "Cualquier movimiento para despedir a Bannon es más peligroso para el futuro de la administración Trump que cualquier cosa que Robert Mueller pueda hacer".
Por otro lado, la permanencia de Bannon en la Casa Blanca era una provocación para el sector del Ejército que Trump ha elegido para asesorarse y un obstáculo para el Jefe de Gabinete John Kelly en la ardua tarea de poner orden al interior del círculo cercano al Presidente.
La guerra de baja intensidad entre Bannon por un lado y los militares HR McCaster y James Mattis por otro, estaba siendo un verdadero escollo para el Ejecutivo.
No solo John Kelly gana con la salida de Bannon. También gana la fracción del ala Goldman Sachs dirigida por Jared Kushner, yerno de Trump, férreo opositor de la política comercial y exterior de Bannon y representante de los “globalizadores” en el círculo cercano al Presidente.
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La semana pasada en entrevista con el medio liberal norteamericano American Prospect, Bannon dejó en claro que su carrera de consejero insubordinado del Presidente estaba por terminarse. La sorna con la cual se refirió al círculo cercano del ejecutivo fue en los hechos una carta de renuncia ante la opinión pública: “La presidencia de Trump por la que hemos luchado y ganado, ha terminado”, dijo Bannon.
Pero esta depuración está lejos de cerrar la crisis política que aqueja al Ejecutivo.
Según las últimas encuestas, la aprobación de Trump está rondando el 36%, contra un 55% de desaprobación. Como alertan varios analistas, el capital político de Trump se está agotando y eso pone en riesgo al régimen de conjunto y en lo inmediato coloca al Partido Republicano en una posición mas que incómoda.
Los republicanos en la encrucijada
El efecto Charlottesville tocó hasta las puertas del Partido Republicano. Según el Washington Post, los legisladores del partido de Trump se debaten entre quitar su apoyo al presidente o sostenerlo bajo la expectativa de avanzar en una agenda conservadora en el congreso y salir airosos en las próximas elecciones intermedias del 2018.
Tom Ridge, ex gobernador republicano del Estado de Pensilvania y ferviente opositor a Trump ha hecho público lo que pocos se atreven: “Un partido de principio requiere liderazgo. Pero en este momento, navegamos sin timón. Necesitamos una fuerza de oposición (…) y francamente, si la consiguiéramos, la mayoría de los estadounidenses nos aplaudirían”.
Según el mismo diario y diversas filtraciones en la prensa, la preocupación de Ridge comienza a hacerse eco en cada vez más legisladores republicanos y se están llevando a cabo conversaciones privadas, en particular después de ataque racista en Charlottesville. La pregunta en el aire es si con John Kelly a la cabeza, se puede moderar el comportamiento del presidente. Pero por ahora, según plantea el mismo Washington Post, prima el hermetismo en las filas republicanas.
Un sector está consciente de que Trump aún mantiene el apoyo del voto duro republicano, en estados clave como Iowa por ejemplo. Y que la ambiciosa reforma fiscal que será aprobada en el próximo periodo así como la agenda en materia de salud requiere de la unidad con el Presidente. Según un estratega republicano, con la reforma fiscal pueden “disminuir algunas de las angustias que han estado en exhibición la semana pasada (…) ¿Recortar los impuestos de la clase media y mejorar la economía? Mucha gente perdonará muchos pecados si eso sucede".
Sin embargo el ala más tradicional del Partido ve con profunda desconfianza las acciones de Trump, desde sus críticas públicas al Fiscal General Jeff Sessions, sus ataques a la mayoría republicana en el senado representada por Mitch McConnell hasta el despido del expresidente del Comité Nacional Republicano Reince Priebus como Jefe de la Casa Blanca.
Las declaraciones de Trump respecto a la violencia racista perpetrada por el supremacismo blanco responsabilizando a “ambos lados”, precipitaron reacciones republicanas, atizadas por los mensajes iracundos en Twitter que el propio presidente lanzó contra legisladores como Jeff Flake y Lindsey Graham que lo criticaron abiertamente. Figuras republicanas de mucho peso han salido a tomar distancia del Presidente. Es el caso de Cory Gardner, Ted Cruz, Marco Rubio, Bob Corker, Jeb Bush y Mitt Romney.
La contradicción latente al interior del partido del elefante la sintetiza la revista conservadora británica The Spector que, en una editorial sentenció, “Una vez más, Trump ha demostrado hasta qué punto no es apto para ser presidente. Pero una vez más también podemos ver actuar las fuerzas que lo llevaron al poder”.
Por si no fuera poco, los sectores del capital hegemónico que hasta ahora habían actuado bajo la premisa de “business are business” decidieron hacerle una fuerte llamada de atención a la administración.
La CEOcracia contra Trump
Las declaraciones de Trump respecto a lo acontecido en Charlottesville no solo generaron el repudio popular, sino que llevó a los principales CEO del país a darle un fuerte correctivo.
El espaldarazo a las acciones de los supremacistas blancos encabezados por David Duke, ex dirigente del KKK y Richard Spencer, organizador de la marcha “Unidad de la derecha” en Virginia precipitó la ruptura del acuerdo pragmático que sostenía el empresariado con la presidencia por ahora.
Los consejos empresariales de la administración fueron disueltos. Y aunque la Casa Blanca se ha preocupado en decir que fue por iniciativa propia, los departamentos de comunicación de las grandes compañías han desmentido la versión del ejecutivo.
Incluso antes de la conferencia de prensa donde Trump se negó a condenar al supremacismo blanco, el director ejecutivo del emporio farmacéutico Merck dijo a la prensa mediante un comunicado, "Estoy renunciando al Consejo Americano de Manufactura del Presidente (…) Los líderes de Estados Unidos deben honrar nuestros valores fundamentales al rechazar claramente las expresiones de odio, intolerancia y supremacismo, que van en contra del ideal americano de que todas las personas son creadas iguales. Como CEO de Merck y como una cuestión de conciencia personal, siento la responsabilidad de tomar una posición contra la intolerancia y el extremismo".
Lo mismo hicieron los CEO de Intel, Under Armour, Campbell Soup’s, 3M, Pepsi, BlacksRock’s, General Electric entre otros.
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¿Qué sigue?
El desplazamiento de Stephen Bannon como estratega jefe de la Casa Blanca es el corolario de las recurrentes renuncias y dimisiones de los consejeros más cercanos de la presidencia, manchados por el Rusiagate y acusados de filtraciones ilegales por el propio Presidente. Una derrota del ala “ultra" en la administración Trump que deja mayor margen de maniobra a la política encabezada por Kushner y cia. Es expresión de la debilidad del bonapartismo trumpista y la inestabilidad que define el signo de su administración.
Esta por verse si el Partido Republicano rompe con el Presidente o no y si un sector del capital realmente decide soltarle la mano a Trump. Por ahora, parece haber cierta expectativa en que el recambio en la Casa Blanca ponga las cosas en orden.
Por lo pronto, quedan al mando de la otrora ingobernable Casa Blanca tres militares: John Kelly, HR McMaster y James Mattis. ¿Es demasiado tarde para recomponer la presidencia de Donald Trump? ¿Significa una mayor bonapartización del ejecutivo con consecuencias insospechadas tanto para la seguridad interna como la política exterior?
Lo que es seguro es que, el carácter disruptivo de la presidencia Trump tanto para la política doméstica en Estados Unidos como para el orden mundial es innegable. Veremos. |