Fotos Joaquín Díaz Reck
La desaparición forzada de Santiago Maldonado conmociona a Argentina y al mundo, tanto por lo brutal del hecho como por la reacción encubridora del Gobierno de Mauricio Macri, cerrando filas con la Gendarmería y con los funcionarios del Ministerio de Seguridad directamente implicados.
Pero sería un error creer que esa desaparición fue algo sorpresivo o excepcional. La persecución y criminalización de la población mapuche es sistemática desde hace años, tanto en Chubut como en Río Negro y Neuquén. Atentados, detenciones arbitrarias, procesamientos por delitos que no se cometieron, extorsión, torturas y hasta ejecuciones sumarias son política de Estado.
Desde jueces federales apoyados en la Gendarmería hasta intendentes como los de Esquel o El Bolsón, pasando por los gobernadores Das Neves y Weretilneck, todo el régimen político está abocado a debilitar y (si pudiera) aniquilar el proceso de recuperación territorial mapuche, encarnado en diferentes zonas por comunidades que exigen que se respeten sus derechos ancestrales por sobre el avasallamiento de terratenientes como Benetton, Lewis o Tinelli y multinacionales petroleras y mineras.
El antecedente
Los hechos del 31 de julio y el 1° de agosto no fueron más que un capítulo extremo de esa política oficial. Pero en el mes de enero hubo una represión muy similar a esta última, donde sólo por casualidad no murió, o directamente desapareció, nadie. Los actores fueron casi los mismos y los métodos represivos también.
Unos doscientos gendarmes se habían apostado en la Ruta 40 para, supuestamente, despejar las vías de La Trochita que atraviesa la Pu Lof en Resistencia de Cushamen. En ese hecho los uniformados se llevaron a tres jóvenes, heridos y procesados. Pero el saldo de la jornada sería de nueve personas detenidas. Las otras seis fueron “cazadas” en El Maitén, luego de una violenta persecución por la ruta desde la misma tranquera de la Pu Lof. Ivana Huenelaf fue una de esas seis personas.
En una plaza poco transitada de El Bolsón (aunque durante la entrevista pasarían con curiosidad varios efectivos de la Policía de Río Negro) Ivana le contó a La Izquierda Diario todo lo que padeció ese día junto a sus lamien (hermanas y hermanos). Una verdadera “caza de indios”, como le decían mientras le esposaban su muñeca quebrada los uniformados, algunos de los cuáles, patéticamente, también tienen ascendencia mapuche.
¿Qué pasó el 10 de enero?
Ese día yo fui a solidarizarme con los hermanos de la Pu Lof que alrededor de las 6 de la mañana habían sido reprimidos. A eso de las 10 viajé para allá y participé de un corte simbólico de la ruta. Me tocó hacer de “contacto” entre Gendarmería y el tragún (reunión) de la comunidad, los mismos gendarmes me decían que preferían hablar conmigo porque me veían más “pacífica”. En realidad nos estaban marcando.
Ya eran las 4 de la tarde y me tenía que volver a El Bolsón. Conseguí un lugar en una camioneta. Un hermano mapuche nos dijo que les habían secuestrado animales y salimos a buscarlos. Los encontramos en un camión Mercedes Benz, dentro de la estancia de Benetton. Les dijimos a los tres hombres que ocupaban el vehículo que devolvieran esos animales y ahí nomás comenzaron a dispararnos. Decidimos escapar de ahí pero empezaron a perseguirnos a los tiros por la ruta. Al rato se les sumó una camioneta Hilux blanca, que tiene una gran antena y es muy conocida en la zona.
¿Dispararon sin mediar ninguna advertencia?
Nadie nos dio la voz de alto ni nada por el estilo. Todos comenzaron a disparar de entrada. Fueron unos 30 o 40 kilómetros de disparos, de balas de plomo y de goma. En un momento vimos venir un patrullero por la ruta. Yo creía que podía ser nuestra salvación, de hecho le dije a quien conducía que parara para avisar que nos estaban disparando. Pero a unos veinte metros de distancia se baja uno de los policías, me apuntó a la cabeza con la nueve milímetros y disparó. Sentí la explosión en mi oído y quedé atontada. La bala pegó en el parabrisas y terminó estallando el vidrio de atrás. El mismo policía giró y apuntó a la compañera que estaba en la caja de atrás de la camioneta y volvió a disparar contra el vehículo. Nos tiramos al piso mientras salíamos rápido para El Maitén.
¿Fueron alcanzados por las balas?
Creíamos que Danielita, la chica que estaba atrás, había sido baleada. Pero no podíamos dejar de escapar así que no sabíamos. Por suerte no estaba herida. Otro compañero que estaba sentado atrás gritaba por un fuerte dolor en el hombro, decía “me dieron” pero al final no le llegó el disparo porque fue frenado por la almohadilla del asiento. De todos modos decidimos parar en el hospital de El Maitén para ver bien cómo estaban. Pero tuvimos la mala fortuna de caer en el hospital viejo, que está abandonado.
Ahí los detuvieron
Sí. Parecía todo preparado. Cuando llegamos a ese hospital abandonado salieron de adentro varios de la Gendarmería y de la Infantería de la Policía, todos apuntándonos. Hay un audio de FM Alas de El Bolsón que registra un llamado mío donde pido auxilio y se escucha cómo me pegan. Nos ponían las itacas en la cabeza mientras nos decían “indios de mierda, mirá lo que hicieron, hijos de puta”. Yo preguntaba qué era lo que habíamos hecho y no respondían nada. Les hablaba de que teníamos derecho a hacer un llamado, que no podían tocarnos. Pero nada.
¿Cómo fue que te fracturaron la mano?
A Danielita, la chica que iba atrás, la habían golpeado mucho y yo me acerqué a taparla con un poncho. Entonces vinieron varios policías más y me agarraron tan bruscamente que me quebraron la muñeca. Les pedí que no me esposaran porque me dolía mucho, pero me esposaron igual. Dos meses tardaron en irse las marcas de las esposas. Nos llevaron al hospital, donde me enyesaron, y de ahí nos llevaron a la comisaría de El Maitén.
¿Qué explicaciones daban ellos en ese momento?
Nosotros no entendíamos nada. Yo pedía hacer un llamado y me respondían “¿ahora te acordás que tenés que llamar? ¿por qué no paraste cuando te lo ordenamos?” Pero si parábamos en la ruta yo estoy segura de que nos mataban, las pericias demostraron que nos tiraron directamente a la cabeza.
Nos acusaban de abigeato, según ellos nosotros queríamos robar 360 animales. Y además nos acusaban de resistencia a la autoridad. De hecho vamos a ir a juicio por esos dos delitos. Pero esa causa tiene un montón de irregularidades y pruebas falsas. Nos plantaron bombas molotov, no nos hicieron el dermotest para comprobar que no disparamos ni un tiro, ellos saben que estamos hablando claro.
Torturas al borde de la muerte
Persecusión, tiros, emboscada y armado de causa. Así se “engordó” la lista de detenidos ese 10 de enero, sumando seis procesados a los tres que Gendarmería ya había apresado en la Pu Lof de Cushamen con la excusa de despejar La Trochita.
Pero para Ivana y sus hermanos la cosa no terminó ahí. Con la muñeca quebrada y con la confusión a cuestas, esta artesana de El Bolsón, especializada en panificación y en la cosecha de frutillas y frambuesas, estaría desaparecida durante horas y recibiría amenazas directas de muerte.
Del hospital nos llevaron a un calabozo de la comisaría y allí nos encapucharon. En un momento escuchamos que se hizo presente el fiscal general Carlos Díaz Mayer. Lo teníamos a dos metros, pared de por medio, le gritamos para que viniera a explicarnos qué pasaba, pero nunca se acercó.
Era como que no existían ustedes ahí
Claro. Después escuché a varias compañeras que habían llegado a la comisaría y preguntaban quiénes éramos los detenidos, pero los policías se negaron todo el tiempo a decir mi nombre. Incluso vinieron abogados de derechos humanos enterados de los acontecimientos y a ellos también les negaron mi nombre cuando preguntaron. Me asusté mucho. Con mi compañera pudimos hacernos pie y llegar hasta una ventanita de la celda, rompimos los vidrios y empecé a silbar. Ahí pudimos contarle a la gente que estábamos ahí. Ahí sentí un poco más de alivio.
Durante varias horas los mapuches apresados estuvimos todos desaparecidos. Hubo algunos hermanos no mapuches detenidos y a ellos los blanqueron, pero a nosotros no.
¿Cómo terminó ese día?
A eso de las 11 de la noche decidieron trasladarnos a Esquel. El viaje fue terrible también para los cinco. Los de Infantería, a golpes y culatazos, nos castigaron todo el tiempo. Seguíamos encapuchados. No nos dejaban levantar la cabeza, nos obligaban a estar en posición fetal mientras nos insultaban. Incluso nos insultaban en nuestra lengua. El camino era muy duro y nos hacían doler los riñones. Nos preguntábamos en voz baja qué nos iba a pasar. Fue terrible.
Ivana muestra su mano izquierda. A casi ocho meses de los hechos, aún le duele la muñeca y tiene problemas en un pulmón por las patadas que recibió. Pero al escuchar su relato aparecen también otros dolores.
Lo más loco de todo es que esos gendarmes y esos policías, muchos de ellos, son mapuches también, como nosotros.
¿Vos creés que la escalada represiva contra ustedes explica la desaparición de Santiago Maldonado?
A mí me lo dijeron ellos mismos, mirándome a los ojos, aquel 10 de enero. Nos dijeron “los vamos a hacer desaparecer”. Y sí, nosotros somos conscientes de que si hubiéramos sido mapuches en lugar de un joven como Santiago no hubiera tenido todo esto tanta repercusión. Santiago pegó ese grito que nosotros necesitábamos. Es muy triste que le haya tocado a él.
¿Qué pensás de lo de Santiago?
Lo que sucedió es muy doloroso, duele el espíritu, le tocó a un hermano que estaba ahí con nuestra misma convicción. El Estado se equivocó, evidentemente creyeron que era un mapuche más. Nosotros tenemos muchos hermanos desaparecidos en democracia, como los Calfullanca, y matanzas como la de doña María Lucinda Quintupuray y su hijo. Podemos nombrar muchísimos casos de los que no se habla porque somos un pueblo originario.
Mi abuelo siempre decía que el tiempo habla por las personas. Yo creo que con todo esto de Santiago nuestra causa, nuestra lucha, está hablando. Lo que nos está pasando es lamentable, tanto por la familia de Santiago como por todos nosotros. Pero nosotros sabíamos que estas cosas iban a pasar.
Lucha ancestral
Ivana Huenelaf pertenece a la comunidad del Puel Mapu. Nació en la precordillera (en el departamento de Tehuelches, Chubut), se crió en Comodoro Rivadavia y hace doce años se afincó en El Bolsón, Río Negro. “Pero mi gente viene de Cushamen, allí a mis abuelos les quitaron las tierras”, aclara ante todo. Tiene seis hijos y es artesana en la feria regional de la ciudad. Con total naturalidad sintetiza los siglos de lucha de su pueblo.
La recuperación de nuestro territorio es algo que tenemos que hacer para que no se vuelva a repetir lo que nos ha sucedido a lo largo de tantos años. Más allá de que tengamos una Constitución que nos reconoce, en verdad el Estado no nos reconoce, nunca nos tuvo en cuenta. Sin embargo nosotros sí reconocemos al Estado. Por eso decimos que vamos a seguir en pie, porque nuestra causa es el territorio y el buen vivir. Simplemente eso. Esto no es una confrontación con el Estado, es el Estado el que confronta con nosotros.
¿Qué respondés a quienes dicen que los mapuches usurpan tierras que compraron magnates como Benetton o Lewis?
Los invitaría a que vengan a “ser” mapuches un solo día. Ahí podrían decirnos realmente quién usurpó qué. Mi abuelo fue un lonko de esta zona, don Casimiro Huenelaf, y decía que “somos gente de la tierra”. A nosotros nos tocó ser cara de kultrun, pero en verdad somos todos gente de la tierra. Nadie es usurpador, todos tenemos el derecho al territorio y sobre todo al desarrollo de ese territorio. Los terratenientes nos sacan los territorios sólo para alambrar y para nada fructífero. Sólo quieren que salgamos de nuestras riquezas y de nuestra cultura.
¿Y cómo es convivir cotidianamente con ese despojo de los capitalistas y sus fuerzas represivas?
Es una relación muy tediosa. Yo desde enero cambié la manera de pensar. Antes más bien me mantenía al margen del tema de la violencia y de la justicia. Pero me tocó vivir este suceso, fui baleada por policías y gendarmes. Fuimos apresados y torturados. Ahora la relación con ellos es muy tensa y triste. Nos están persiguiendo todo el tiempo, averiguan dónde trabajamos y qué hacemos. Si bien esto siempre fue así, últimamente la persecución es más precisa.
¿A vos también te persiguen ahora en Chile?
Sí, no lo puedo creer. Fui a Temuco hace pocos días, para estar en el juicio de nuestra machi Francisca Linconao, quien está siendo juzgada por defender una montaña de donde ella saca sus medicinas. Pero cuando crucé a Chile me dijeron que no podía entrar al país porque hay una denuncia contra mí en Santiago, por el artículo 15 inciso 17 de la ley de extranjería, es decir por “agitadora”. Pero yo nunca estuve en Santiago.
Me obligaron a salir en doce horas, de forma casi clandestina, y me tuve que volver. No puedo volver a Chile por una causa que me plantaron.
¿Hay una coordinación entre lo dos Estados?
Totalmente. Cuando me impidieron entrar a Chile me mandaron a la sede de la Policía de Investigaciones. Al llegar me encerraron en una oficina y varios hombres, tipo detectives, me interrogaron con soberbia y mostrándome sus armas. Preguntaban si era de algún grupo, si era activista, si conocía el RAM y otras cosas. Como sabían que la denuncia contra mí es insostenible, me dijeron que no me preocupara pero que abandonara el país cuando antes y resolviera el tema desde Argentina.
El tema es que para nosotros ir y volver de Chile es algo propio de nuestras necesidades. Necesitamos ir a ver a las machis. Pero a la gente del Pu Lof todo el tiempo los tienen en observación y suelen no dejarlos pasar.
En varios momentos de la entrevista a Ivana se le cayeron algunas lágrimas. Los recuerdos vivos de lo que pasó se potencian con un presente donde a cada paso se grita “aparición con vida de Santiago Maldonado” y “Libertad a Facundo Jones Huala”, el lonko de la comunidad con la que ella es solidaria en su proceso de recuperación territorial.
Sabe que la colonización ha llegado a niveles tan paradójicos que muchos de sus hermanos mapuches se transforman en servidores del enemigo. A ellos, a los gendarmes y policías que son mapuches, los invita con una asombrosa cordialidad a que “vuelvan”.
Y no ahorra palabras para quienes sin ser mapuches sienten esa lucha como propia. Como una de las tantas luchas de los explotados y oprimidos de esta tierra.
Sentimos mucho apoyo a nivel del pueblo. Se siente mucho el nehuén (fuerza). Esta lucha es ancestral y continuamos porque nos ayudan a continuar. Vamos de forma paralela a mucha gente de la tierra que no son mapuches. El mapuche tiene claro esto.
¿No van a bajar los brazos?
Por supuesto que no. Es momento de empezar a mirarnos más a los ojos, que empecemos a creer más y consumir menos. Por eso agradecemos mucho el apoyo. Acá hay mucho dolor pero también mucho nehuén. Por eso vamos a seguir. Mis hijos y mis nietos van a seguir. Porque la tierra nos lo da todo y acá hay espacio para todos. Por eso vamos a seguir recuperando nuestro territorio.
Equipo de investigación: Joaquín Díaz Reck, Alan Gerónimo y Daniel Satur |